Desde Austria, Benedicto XVI realiza un llamamiento a la Unión Europea, para que guíe
la lucha contra la pobreza en el mundo y el compromiso en favor de la paz
Viernes, 7 sep (RV).- Desde Austria, “un lugar histórico desde donde fue gobernado
un imperio que unió amplias zonas de la Europa central y oriental”, Benedicto XVI
ha realizado un llamamiento a la Unión Europea, para que guíe la lucha contra la pobreza
en el mundo y el compromiso en favor de la paz. El Papa se ha referido a Europa, en
su encuentro con el cuerpo diplomático en Viena, como el continente que demográficamente
envejece rápidamente, pero no por ello tiene que ser un continente espiritualmente
viejo.
“Europa –ha señalado el Santo Padre- adquirirá una mayor conciencia
de sí misma si asume una responsabilidad en el mundo que corresponda a su singular
tradición espiritual, a sus capacidades extraordinarias y a su gran fuerza económica”.
Benedicto XVI ha constatado con agradecimiento que países europeos y la Unión Europea
contribuyen en gran manera al desarrollo internacional, pero estos también “deberían
hacer valer su relieve político frente a urgentísimos retos como las inmensas tragedias
que sufre el continente africano a merced del flagelo del sida, la situación en Darfur,
la injusta explotación de los recursos naturales y el preocupante tráfico de armas”.
El
Santo Padre ha solicitado el mismo compromiso político y diplomático de Europa y sus
países ante la permanente y grave situación en Oriente Medio, donde es necesario la
contribución general para favorecer la renuncia a la violencia, el diálogo recíproco
y una convivencia verdaderamente pacífica. De igual forma el Papa ha recomendado que
siga creciendo la relación con las naciones de América Latina y con las del continente
asiático, mediante las oportunas relaciones de intercambio.
En su articulada
reflexión sobre el papel del cristianismo, Benedicto XVI ha citado a un autor ajeno
a la fe cristiana, el filósofo Jürgen Habermas, para quien “el cristianismo no ha
sido sólo un catalizador de la autoconciencia normativa del tiempo moderno”. Para
Habermas “el universalismo igualitario, del cual emanaron las ideas de libertad y
de convivencia solidaria, es una herencia inmediata de la justicia judía y de la ética
cristiana del amor. Inmutable en su sustancia, esta herencia ha ido permaneciendo.
Y hasta el momento no existe alternativa”.
El Santo Padre ha elogiado el continente
donde por primera vez se formuló el concepto de derechos humanos, resaltando que el
derecho humano fundamental, y presupuesto de todos los demás, es el derecho a la vida.
Y en este contexto Benedicto XVI ha afirmado que el aborto en consecuencia no puede
ser un derecho humano, sino todo lo contrario. Refiriéndose a lo que el cardenal austriaco
König denominaba “profunda herida social”, el Santo Padre no ha cerrado los ojos ante
los problemas y conflictos de tantas mujeres frente al aborto y ha reconocido que
la credibilidad de este discurso depende también de lo que la Iglesia haga para ayudar
a las mujeres en dificultad. Por esta razón Benedicto XVI ha hecho un llamamiento
a los responsables políticos para que no permitan que los hijos sean considerados
como una enfermedad y para que no sea abolida la calificación de injusticia con la
que el ordenamiento jurídico austriaco denomina al aborto.
En el mismo contexto
del derecho a la vida el Papa ha abordado la denominada “ayuda activa para morir”
y ha expresado su temor de que algún día se puedan ejercer presiones sobre las personas
gravemente enfermas o ancianas para que pidan la muerte o se la procuren ellos mismos.
“La respuesta justa al sufrimiento del final de la vida es la atención amorosa, el
acompañamiento hacia la muerte con la ayuda de la medicina paliativa”.
La globalización
también ha tenido un espacio importante en el discurso del Pontífice, quien ha pedido
que vaya acompañada de leyes y límites que eviten que perjudique a los países más
pobres, a los pobres de los países ricos y a sus generaciones futuras.
Crónica
del Encuentro del Papa con el cuerpo Diplomático.
DISCURSO
COMPLETO
¡Estimadísimo Señor Presidente Federal, Honorable
Señor Presidente del Parlamento nacional, Honorable Señor Canciller Federal, Ilustres
Miembros del Gobierno Federal, Honorables Diputados del Parlamento nacional,
y Miembros del Senado Federal, Ilustres Presidentes Regionales, Estimados
Representantes del Cuerpo diplomático, Ilustres Señoras y Señores!
Introducción
Es para mi motivo de gran gozo y un honor encontrarme hoy con Ud., Señor
Presidente Federal, y con los Miembros del Gobierno Federal, como también con los
representantes de la vida política y pública de la Republica de Austria. En este encuentro
en el Hofburg se refleja la buena relación, caracterizada de confianza recíproca,
entre Vuestro País y la Santa Sede. De esto me alegro vivamente.
Las
relaciones entre la Santa Sede y Austria entran en el vasto mecanismo de relaciones
diplomáticas, que encuentran en la ciudad de Viena un importante “cruce de camino”,
por que aquí tienen sede también varios Organismos internacionales. Me complazco de
la presencia de muchos Representantes diplomáticos, a los cuales dirijo mi deferente
saludo. Os agradezco, Señoras y Señores Embajadores, por vuestra dedición no sólo
a los países que representáis y a sus intereses, sino también a la causa común de
la paz y el entendimiento entre los pueblos. Esta es mi primera visita como
Obispo de Roma y Pastor supremo de la Iglesia católica universal a este País, que
conozco desde hace mucho tiempo y por numerosas visitas precedentes. Es para mi
- me sea permitido decirlo - un gran gozo encontrarme aquí. Aquí tengo muchos amigos
y, como vecino de Baviera, el modo de vivir y las tradiciones austriacas me son del
todo familiares. Mi gran Predecesor de beata memoria, Papa Juan Pablo II, ha visitado
Austria tres veces. Cada vez ha sido recibido por la gente de este País con gran cordialidad,
sus palabras han sido escuchadas con atención y sus viajes apostólicos han dejado
huellas.
Austria
Austria
de los últimos años y decenios ha registrado sucesos, qua aun hace dos generaciones
ninguno habría jamás osado soñar. Vuestro País no sólo ha vivido un notable progreso
económico, sino que también ha desarrollado una convivencia social ejemplar, de la
cual el término “solidaridad social” se ha convertido en un sinónimo. Los austriacos
tienen toda la razón para estar reconocidos, y lo manifiestan teniendo un corazón
abierto no sólo hacia los pobres e indigentes en el propio País, sino también cuando
se trata de demostrar solidaridad en ocasión de catástrofes y de desgracias en el
mundo. Las grandes iniciativas de “Licht ins Dunkel”, “Luz en la Oscuridad” - antes
de Navidad y de “Nachbar in not” - “Vecino en Necesidad” - son un bello testimonio
de estos sentimientos.
Austria y la ampliación de
Europa
Nos encontramos aquí en un lugar histórico,
desde el cual durante siglos ha sido gobernado un imperio que ha unido amplias partes
de Europa central y oriental. Este lugar y esta hora ofrecen una ocasión providencial
para fijar la mirada en la entera Europa de la actualidad. Después de los horrores
de la guerra y las experiencias traumáticas del totalitarismo y de la dictadura, Europa
ha emprendido el camino hacia la unidad del Continente, dirigido a asegurar un orden
duradero de paz y de desarrollo justo. La división que por decenios separó el Continente
de manera dolorosa se ha, si, superado políticamente, pero la unidad permanece aun
en gran parte como una tarea por realizar en la mente y en el corazón de las personas.
También si después de la caída de la cortina de hierro en 1989 alguna esperanza excesiva
ha podido permanecer desilusionada y sobre algunos aspectos se pueden levantar críticas
justificadas a algunas instituciones europeas, el proceso de unificación es de todos
modos una obra de gran alcance que, a este Continente - en el pasado corroído por
continuos conflictos y fatales guerras fratricidas, ha llevado a un período de paz
por tanto tiempo desconocido. En particular, para los Países de Europa central y oriental
la participación a tal proceso, es un estímulo ulterior para consolidar en su interior
la libertad, el estado de derecho y la democracia. A este propósito es necesario recordar
la contribución que mi predecesor, Papa Juan Pablo II ha dado a aquel proceso histórico.
Austria, que se encuentra al borde entre Occidente y el Oriente de ese entonces, ha
contribuido mucho como “País- puente” a esta unión de la cual, es necesario no olvidarlo,
ha obtenido también gran ganancia.
Europa
La
“casa Europa”, como amamos llamar a la comunidad de este Continente, será para todos
un lugar agradable de habitar sólo si será construida sobre un sólido fundamento cultural
y moral de valores comunes que traemos de nuestra historia y de nuestras tradiciones.
Europa no puede y no debe renegar sus raíces cristianas. Esas son un componente dinámico
de nuestra civilización para el camino en el tercer milenio. El cristianismo ha modelado
profundamente este Continente: de eso dan testimonio en todos los países y particularmente
en Austria, no sólo las muchísimas iglesias e importantes monasterios. La fe tiene
su manifestación sobre todo en las innumerables personas que esa, en el transcurso
de la historia hasta la actualidad, ha conducido a una vida de esperanza, de amor
y de misericordia. Mariazell, el gran Santuario nacional austriaco, es al mismo tiempo
un lugar de encuentro para varios pueblos europeos. Es uno de los lugares de los cuales
los hombres han sacado y sacan aun hoy la “fuerza del alto” para una camino de rectitud. En
estos días el testimonio de fe cristiana al centro de Europa es también manifestada
mediante la “Tercera Asamblea Ecuménica Europea” en Sibiu/Hermannstadt (Rumania) con
el lema “La luz de Cristo ilumina a todos. Esperanza de renovación y de unidad en
Europa”. Espontáneamente viene el recuerdo del “Katholikentag” de Europa central que
en el año 2004, bajo el lema “Cristo- esperanza de Europa”, ¡ha reunido tantos creyentes
en Mariazell!
Hoy a menudo se habla del modelo de
vida europeo. Con esto se entiende un orden social que significa eficacia económica
con justicia social, pluralidad política con tolerancia, liberalidad y apertura, pero
también preservación de valores que a este Continente dan su posición particular.
Este modelo, bajo los condicionamientos de la economía moderna, se encuentra ante
un gran desafío. La frecuentemente citada globalización no puede ser detenida, sino
mas bien es tarea urgente y una gran responsabilidad de la política aquella de dar
a la globalización pautas y límites adecuados para evitar que esta se realice a costo
de los Países más pobres y de las personas pobres en los Países ricos, y vaya en perjuicio
de las futuras generaciones
Ciertamente, Europa ha
vivido y sufrido también terribles caminos equivocados. Forman parte de ellos: restricciones
ideológicas de la filosofía, de la ciencia e incluso de la fe, el abuso de religión
y razón con fines imperialistas, la degradación del hombre mediante un materialismo
teórico y práctico y en fin, la degradación de la tolerancia en una indiferencia privada
de referencias y valores permanentes. Sin embargo forman parte de las características
de Europa una capacidad de autocrítica que, en el vasto panorama de las culturas del
mundo, la distingue y la cualifica.
La vida
Ha
sido en Europa donde por primera vez se formuló el concepto de derechos humanos. El
derecho humano fundamental, el presupuesto para todos los otros derechos, el derecho
a la vida misma. Esto vale para la vida desde la concepción hasta su fin natural.
El aborto, por consiguiente, no puede ser un derecho humano –es su contrario. Es una
“profunda herida social”, como subrayaba sin cansarse nuestro difunto hermano, Cardenal
Franz Koenig.
Al decir esto no expresamos un interés
específicamente eclesial. Nos hacemos más bien abogados de una solicitud profundamente
humana y nos sentimos portavoces de los que están por nacer y que no tienen voz. No
cierro los ojos ante los problemas y los conflictos de muchas mujeres, y caigo en
la cuenta de que la credibilidad de nuestro discurso depende también de lo que la
Iglesia hace para acudir en ayuda de las mujeres en dificultades.
Me
dirijo, por tanto, a los responsables de la política, para que no permitan que los
hijos sean considerados casi como una enfermedad, ni para que el calificativo de injusticia
atribuido por Vuestro sistema jurídico al aborto sea anulado de hecho. Lo digo movido
desde la preocupación por lo valores humanos. Pero esto no es más que un aspecto de
lo que nos preocupa. El otro es hacer todo lo posible para que los Países europeos
vuelvan a ser de nuevo más abiertos para acoger a los niños. Animad a los jóvenes,
que fundan nuevas familias con el matrimonio, a convertirse en padres y madres. Con
esto les haréis un bien a ellos mismos, y también a toda la sociedad. Os confirmamos
también decididamente en Vuestras urgencias políticas de poner las condiciones que
hagan posible a las jóvenes parejas la educación de los hijos. Todo esto, sin embargo,
no servirá para nada si no conseguimos crear de nuevo en nuestros Países un clima
de gozo y de confianza en la vida, en la que no veamos a los niños como una carga,
sino como un don para todos.
Constituye también para
mí una gran preocupación el debate llamado “ayuda activa a morir”. Da miedo pensar
que un día pueda ser ejercida una presión declarada o explícita sobre las personas
gravemente enfermas o ancianas, para que pidan la muerte o se la den a sí mismas.
La respuesta justa al sufrimiento del final de la vida es una atención amorosa, el
acompañamiento hacia la muerte –en particular incluso con la ayuda de la medicina
paliativa- y no una “ayuda activa para morir”. Para afirmar un acompañamiento humano
hacia la muerte serían necesarias urgentes reformas estructurales en todos los campos
del sistema sanitario y social y la organización de estructuras de asistencia paliativa.
Es necesario también dar pasos concretos: en el acompañamiento psicológico y pastoral
de las personas gravemente enfermas o de los moribundos, por parte de sus parientes,
de los médicos y del personal auxiliar. En este campo, la “Hospizbewegung”, el movimiento
de voluntarios en hospitales, hace cosas grandiosas. Todo el conjunto de semejantes
compromisos, sin embargo, no puede ser delegado a ellos. Muchas otras personas deben
estar dispuestas o ser animadas en su disponibilidad a no mirar ni el tiempo ni los
gastos en la asistencia amorosa de los gravemente enfermos o de los moribundos.
El
diálogo de la razón
Forma parte también de la herencia
europea una tradición en el pensamiento, en la que existe una correspondencia sustancial
entre fe, verdad y razón. Se trata aquí de la cuestión sobre si la razón está al origen
de todas las cosas y como su fundamento o no. Se trata de la cuestión sobre si en
el origen de la realidad esté la casualidad o la necesidad, y si por tanto, la razón
sea un casual producto secundario de lo irracional y del océano de la irracionalidad,
al fin de cuentas, si no está ahí incluso sin sentido, o si por el contrario, siga
siendo verdad lo que constituye la convicción profunda de la fe cristiana: In principium
erat Verbum –en el principio existía el Verbo- en el origen de todas las cosas existe
la Razón creadora de Dios que ha decidido de participar en nuestra humanidad.
Permitidme
citar en este contexto a Juergen Habermas, un filósofo que no se adhiere a la fe cristiana:
“Para la autoconciencia normativa de la época moderna el cristianismo no ha sido sólo
un catalizador. El universalismo igualitario, de donde han surgido las ideas de libertad
y de convivencia solidaria, es una herencia inmediata de la justicia judaica y de
la ética cristiana del amor. Sin cambiar sustancialmente, esta herencia ha sido siempre
adoptada como propia de forma crítica y nuevamente interpretada. Hasta hoy no existe
alternativa alguna a esto.
Las tareas de Europa en
el mundo
De la unicidad de su llamada deriva también
para Europa, sin embargo, una responsabilidad única en el mundo. A este respecto no
debe, de ninguna manera, renunciar a sí misma. El continente que, demográficamente,
envejece de forma rápida no debe convertirse en un continente espiritualmente viejo.
Además Europa conseguirá una mejor conciencia de sí misma si asume una responsabilidad
en el mundo que se corresponda con su singular tradición espiritual, con sus capacidades
extraordinarias, y con su gran fuerza económica. La Unión Europea debería asumir,
por tanto, un papel de guía en la lucha contra la pobreza en el mundo y en el compromiso
a favor de la paz. Con gratitud podemos constatar que los Países europeos y la Unión
Europea se encuentran entre los que contribuyen en mayor grado al desarrollo internacional,
pero deberían hacer valer su relevancia política, por ejemplo, frente a los urgentísimos
desafíos que nos vienen de África, a las enormes tragedias de ese continente, como
el azote del SIDA, la situación en el Darfur, la injusta explotación de los recursos
naturales y el preocupante tráfico de armas. Así mismo el compromiso político y diplomático
de Europa y sus Países no puede olvidar la permanente grave situación del Medio Oriente,
donde es necesaria la contribución de todos para favorecer la renuncia a la violencia,
el diálogo recíproco y una convivencia verdaderamente pacífica. Debe ser en aumento
las relaciones con las naciones de América latina y con las del Continente asiático,
mediante los oportunos lazos de intercambio.
Conclusión
Estimado
Señor Presidente Federal, ilustres Señoras y Señores! Austria es un País rico en muchas
bendiciones: grandes bellezas paisajísticas que, año tras año, atraen a millones de
personas para estancias de reposo; una inaudita riqueza cultural, creada y acumulada
durante muchas generaciones; muchas personas dotadas de talento artístico y de grandes
capacidades creativas. Por todas partes comprobamos los signos de las prestaciones
producidas por la diligencia y las dotes de la población que trabaja. Este es un motivo
de agradecimiento y de orgullo. Pero ciertamente Austria no es una “isla feliz” y
ni siquiera pretende serlo. La autocrítica siempre es beneficiosa y, sin duda, está
presente en Austria. Una nación que ha recibido tanto también debe dar mucho. Puede
atribuirse muchos logros pero también exigirse una cierta responsabilidad en relación
a las Naciones vecinas, de Europa y del mundo.
Mucho
de lo que Austria es y tiene, lo debe a la fe cristiana y la valiosa eficacia sobre
las personas. La fe ha transformado profundamente el carácter de esta nación y su
gente. Debe estar en el interés de todos el no permitir que un día, en este País,
no queden más que las piedras para hablar del cristianismo. Austria, sin una viva
fe cristiana, ya no sería Austria.
Les deseo a Usted
y a todos los austriacos, sobre todo a los ancianos y enfermos, como a los jóvenes
que tienen la vida por delante, esperanza, confianza, alegría y la bendición de Dios.