Jueves, 30 ago (RV).- Mañana se celebra el Día Internacional de la Solidaridad, establecido
por Naciones Unidas con el fin de que en esta fecha se promuevan y fortalezcan los
ideales de solidaridad, como valores fundamentales para las relaciones en y entre
las naciones, los pueblos y las personas.
Precisamente esta llamada a la solidaridad
la realizó hace una semana Benedicto XVI durante la Audiencia General en el Aula Pablo
VI: “Como personas humanas, debemos ser solidarios los unos con los otros, imitando
la bondad y el amor de Dios”. Así lo subrayó el Pontífice recordando las enseñanzas
de uno de los padres apostólicos a los que el Papa está dedicando su ciclo de catequesis
en las últimas audiencias generales de los miércoles: San Gregorio Nacianceno, teólogo
y obispo de Constantinopla, que vivió en el siglo IV.
A menudo, desde diferentes
ámbitos se apela a la solidaridad como uno de los valores fundamentales para las relaciones
internacionales en el siglo XXI. Así como lo hiciera Benedicto XVI la pasada semana
tras el terremoto que devastó amplias zonas de Perú, las Naciones Unidas han acordado
que los problemas mundiales deben abordarse de manera que los costos y las cargas
se distribuyan con justicia, conforme a los principios fundamentales de la equidad
y la justicia social y que los que sufren, o los que menos se benefician, merecen
la ayuda de los más beneficiados.
Pero quizá la pregunta que habría que hacerse
es por qué se insiste tanto en los últimos tiempos en la necesidad de establecer relaciones
solidarias. La respuesta es sencilla. En una sociedad como la nuestra, cada vez más
globalizada y capitalista, son muchas las desigualdades sociales. Esa globalización
y ese capitalismo no siempre son negativos, como explicó el propio Benedicto XVI en
su discurso a un grupo de empresario italianos en mayo de este año: “La globalización,
por una parte, alimenta la esperanza de una participación más general en el desarrollo
y en la difusión del bienestar gracias a la redistribución de la producción a escala
mundial; pero, por otra, presenta diversos riesgos vinculados a las nuevas dimensiones
de las relaciones comerciales y financieras, que van en la dirección de un incremento
de la brecha entre la riqueza económica de unos pocos y el crecimiento de la pobreza
de muchos”. En este sentido el Pontífice evocó las palabras de su venerado predecesor
Juan Pablo II, cuando señaló que “es preciso asegurar una globalización en la solidaridad,
una globalización sin dejar a nadie al margen” (Mensaje para la Jornada mundial de
la paz de 1998)
La solidaridad, como ha señalado en más de una ocasión Benedicto
XVI, es la clave para identificar y eliminar las causas de la pobreza y el subdesarrollo.
Hoy, más que nunca, ante las crisis recurrentes y la búsqueda del mero interés personal,
tiene que haber cooperación y solidaridad entre los Estados, cada uno de los cuales
debe prestar atención a las necesidades de sus ciudadanos más débiles, que son los
primeros que sufren a causa de la pobreza. Sin esta solidaridad, existe el riesgo
de limitar o incluso de impedir el trabajo de las organizaciones internacionales que
se proponen luchar contra el hambre y la desnutrición. De este modo, promueven eficazmente
el espíritu de justicia, armonía y paz entre los pueblos: Opus iustitiae pax
(cf. Is 32, 17). Con estas indicaciones, con este mensaje que se inserta en
este Día Internacional de la Solidaridad, les dejamos que dentro de cada uno encuentren
ese sentimiento que ensalza a la persona humana, como lo es el sentimiento de la solidaridad
para con el prójimo.