Escuchar el programa Viernes, 17 ago
(RV).- Hoy hablaremos de la cotidianidad, del paso natural de las cosas, en su momento,
en sus tiempo. Irremediablemente las cosas se van sucediendo unas a otras, y eso es
justamente lo que va dando sentido a nuestra vida. Pero ese devenir no siempre trae
buenos momentos o consecuencias positivas a nuestras vidas, y como los cambios traen
temor, muchas personas se resisten a estos procesos.
Las etapas en la
vida se suceden. El final de una de ellas anuncia el nacimiento de la siguiente. Las
amistades, las sociedades, las relaciones de pareja, los trabajos, todo forma parte
de un movimiento incesante hacia la madurez. Todo evoluciona, cambia, se transforma
y ello no significa siempre que lo que viene sea negativo o perjudicial, la evolución
puede ser mucho más positiva de lo que a veces pensamos, aún si en ello nos equivocamos.
Aunque los cambios pueden presentarse como un proceso normal y pueden
ocurrir con armonía, en nuestro medio es común pensar que terminar un ciclo o dejar
morir un sueño, es un fracaso, un tropiezo que se debe evitar a toda consta. En
muchas oportunidades, aunque no estemos satisfechos con lo que estamos viviendo y
seamos conscientes que tenemos carencias, que no somos felices, pese a ello casi siempre
nos aferramos al presente, a las situaciones actuales, porque simplemente nos da mayor
seguridad.
Así como en muchas ocasiones se nos dice y hasta se nos enseña
cómo aprovechar las oportunidades que se nos presentan, también es necesario que aprendamos
y entendamos que los cambios son necesarios, y que gracias a ellos la vida se renueva.
Por ello es importante saber iniciar los procesos, y saberlos concluir,
la vida que se renueva y la que se va, y para ello es preciso saber despedirse, saber
cerrar ciclos, entender los momentos precisos para decir adiós.
Cada quien
tiene un estilo diferente para decir adiós. Los mas temerosos, los más felices, los
más adaptados no aceptan fácilmente los finales, no quieren despedirse, buscan
explicaciones y culpables en miles de cosas para justificar esos finales y esos cambios,
por ello los finales son tortuosos, difíciles de vivirlos y aceptarlos, porque el
apego genera mayor dolor.
Para otras personas, los cambios representan oportunidades,
y miran lo vivido y agradecen todo lo que la situación les ha dado, para ellos los
obstáculos les dejan enseñanzas, las ofensas han sido oportunidades que les muestran
el camino del perdón. Ellos, con las enseñanzas, las alegrías y el perdón, hacen el
equipaje para iniciar una nueva etapa, para renacer.
Curioso, pero actúan
con una sabiduría que todo ser humano guarda dentro sí. Todos, al nacer, nos despedimos
con gratitud de las alegrías y las dificultades que el útero materno nos ofreció.
Cualquier madre sabe que desde la concepción, la relación con los hijos es un proceso
continuo de separación, en el que cada nuevo momento lleva al hijo hacia lugares más
lejanos.
Aprender el arte de despedirnos nos ayuda a discernir amorosamente
lo que la vivencia construyó en nosotros: los dolores que nos hizo superar, las cualidades
que nos permitió desarrollar o los defectos que nos hizo conocer. De esta forma, al
igual que los sabios o las madres, estaremos preparados para los nuevos comienzos.
Pero lo más importante: sólo así dejaremos que la vida fluya a través de nosotros,
dándonos todo lo que nos tiene guardado.