Visita ad limina de los obispos dominicanos: el Papa subraya la misión de los laicos
dando ejemplo de honestidad y transparencia frente a la corrupción, y esforzándose
para que haya coherencia entre su vida y su fe
Jueves, 5 jul (RV).- Benedicto XVI ha señalado los retos pastorales del ministerio
episcopal de los obispos dominicanos, muchos de ellos estrechamente relacionados con
la evangelización de la cultura, la cual ha de promover los valores humanos y evangélicos
en toda su integridad. El Santo Padre ha recibido esta mañana a los prelados de la
Conferencia Episcopal de la República Dominicana, que hoy han finalizado su visita
ad limina apostolorum.
El Papa ha señalado a los obispos el ámbito de la cultura
como uno de los “areópagos modernos”, en los que ha de hacerse presente el Evangelio
con toda su fuerza (cf. Redemptoris missio, 37). En esta tarea el Pontífice ha calificado
como imprescindibles a los medios de comunicación social: “radio, producciones televisivas,
videos y redes informáticas – ha dicho Benedicto XVI- pueden ser de gran utilidad
para una amplia difusión del Evangelio”.
Y en este mismo contexto el Santo
Padre ha subrayado que “éste es un cometido que atañe especialmente a los laicos,
ya que es propio de su misión la instauración del orden temporal, y que actúen en
él de una manera directa y concreta, guiados por la luz del Evangelio y el pensamiento
de la Iglesia, y movidos por el amor cristiano”. Benedicto XVI ha resaltado la necesidad
de proporcionar a los laicos una formación religiosa adecuada, “que les capacite
para afrontar los numerosos retos de la sociedad actual”.
Además de “promover
los valores humanos y cristianos que iluminen la realidad política, económica y cultural
del país, con el fin de instaurar un orden social más justo y equitativo”, los laicos
deben “dar ejemplo de honestidad y transparencia en la gestión de sus actividades
públicas, frente a la solapada y difundida lacra de la corrupción, que a veces alcanza
incluso las áreas del poder político y económico, además de otros ámbitos públicos
y sociales”.
“Los laicos –ha proseguido el Papa- han de ser fermento en medio
de la sociedad, actuando en la vida pública para iluminar con los valores del Evangelio
los diversos ámbitos donde se fragua la identidad de un pueblo... Su condición de
ciudadanos y seguidores de Cristo no ha de inducirlos a llevar como “dos vidas paralelas:
por una parte, la denominada vida espiritual, con sus valores y exigencias; y por
otra, la denominada vida secular, es decir, la vida de la familia, del trabajo, de
las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura” (ibíd., 59). Al
contrario, han de esforzarse para que la coherencia entre su vida y su fe sea un elocuente
testimonio de la verdad del mensaje cristiano”.
El Santo Padre ha prestado
especial atención al complejo campo de la migración que implica a tantas familias.
De forma concreta el Papa ha citado los considerables esfuerzos de los obispos para
atender a los grupos de dominicanos en el extranjero, y ha invitado a acompañar, con
gran caridad, a los inmigrantes haitianos que han dejado su país buscando mejores
condiciones de vida para ellos y sus familias. “Me complace constatar, ha asegurado
el Pontífice, que ya habéis tenido contactos con los hermanos Obispos de Haití para
tratar de aliviar la situación de pobreza, e incluso de miseria, que ofende la dignidad
de tantas personas de esa nación hermana”.
El Papa ha definido la Iglesia dominicana
como “una comunidad viva, dinámica, participativa y evangelizadora”, que se esfuerza
por que el Evangelio llegue a todos los hombres. Y para alcanzar esta meta el mensaje
debe ser claro y preciso a fin de que la palabra de vida proclamada se convierta en
una adhesión personal a Jesús, nuestro Salvador. Por eso, Benedicto XVI ha subrayado
la urgencia de “recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana,
que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar
con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva
de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida” (Veritatis splendor, 88).
Frente
a “los síntomas de un proceso de secularización en el que para muchos Dios ya no representa
el origen y la meta, ni el sentido último de la vida”, el Pontífice ha contrapuesto
el alma profundamente cristiana del pueblo dominicano y prueba de ello son las comunidades
eclesiales vivas y operantes, donde tantas personas, familias y grupos se esfuerzan
por vivir y dar testimonio de su fe.
Benedicto XVI ha hablado también en su
discurso a los obispos de la República Dominicana, de la familia, objetivo primordial
de la nueva Evangelización y verdadera Iglesia doméstica. En este contexto y tras
evidenciar que “la familia tiene derecho a todo el apoyo del Estado para realizar
plenamente su peculiar misión” el Papa ha dicho que no ignora las dificultades que
la institución familiar encuentra en esta nación, “especialmente con el drama del
divorcio y las presiones para legalizar el aborto, así como por la extensión de uniones
no acordes con el designio del Creador sobre el matrimonio”.
En cuanto a las
vocaciones sacerdotales, el Santo Padre ha insistido en la formación integral de los
candidatos y en la necesidad de “un profundo discernimiento sobre la idoneidad humana
y cristiana de los seminaristas, para asegurar del mejor modo posible el digno desempeño
de su futuro ministerio”. En éste ámbito el testimonio del obispo es fundamental
para que los jóvenes sientan mayor atracción por la vocación sacerdotal. “Es de suma
importancia –ha afirmado el Papa- que el Obispo preste singular atención a sus principales
colaboradores, los sacerdotes (cf. Presbyterorum Ordinis, 8), siendo ecuánime en el
trato con ellos, cercano a sus necesidades personales y pastorales, paternal en sus
dificultades y animador constante de su actividades y desvelos, que en el contexto
de la nueva evangelización les empuja a ir en busca de quienes se han alejado”.
En
el marco de este encuentro de los Pastores dominicanos con el Papa, Mons. Francisco
Ozoria, obispo de San Pedro de Macorís, nos ha ofrecido su testimonio, destacando
la importancia de la visita ad limina:
DICURSO
COMPLETO
Queridos hermanos en el Episcopado:
1. En este encuentro
colectivo de vuestra visita ad limina Apostolorum siento el gozo de compartir la misma
fe en Jesucristo, que acompaña nuestro caminar y que está vivo y presente en las comunidades
confiadas a vuestro cuidado pastoral. Dirijo mi afectuoso saludo a vosotros y también
a las Iglesias diocesanas que presidís con tanta dedicación y generosidad. Agradezco
a Monseñor Ramón Benito de la Rosa y Carpio, Arzobispo de Santiago de los Caballeros
y Presidente de la Conferencia del Episcopado Dominicano, las amables palabras que
me ha dirigido en nombre de todos. Al mismo tiempo, me siento muy unido a vuestras
preocupaciones y anhelos, rogando a Dios que esta visita a Roma sea fuente de bendiciones
para todos los sacerdotes, comunidades religiosas y agentes pastorales que colaboran
con vosotros en medio del querido pueblo dominicano, siendo conscientes de los retos
del mundo globalizado que influyen en el tiempo actual.
2. En las relaciones
quinquenales he podido constatar que vuestra Iglesia es una comunidad viva, dinámica,
participativa y evangelizadora. Ella se siente interpelada por el mandato de Jesús
de anunciar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16,15) y se esfuerza para que este
anuncio llegue a todos los hombres. Para alcanzar esta meta el mensaje debe ser claro
y preciso a fin de que la palabra de vida proclamada se convierta en una adhesión
personal a Jesús, nuestro Salvador. Por eso, “urge recuperar y presentar una vez más
el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones
que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido
personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer
vida” (Veritatis splendor, 88).
3. El objetivo primordial de vuestro ministerio
pastoral ha de ser que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren
más profundamente aún en los diversos estratos de la sociedad dominicana, pues “no
hay evangelización verdadera, mientras no se anuncia el nombre, la doctrina, la vida,
las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios” (Evangelii
nuntiandi, 22). Esta labor, no exenta de dificultades, se desarrolla en medio
de un pueblo de espíritu abierto y sensible a la Buena Nueva. Es cierto que en vuestro
País se dejan sentir también los síntomas de un proceso de secularización en el que
para muchos Dios ya no representa el origen y la meta, ni el sentido último de la
vida. Pero, en el fondo, como sabéis muy bien, este pueblo tiene un alma profundamente
cristiana. Prueba de ello son las comunidades eclesiales vivas y operantes, donde
tantas personas, familias y grupos se esfuerzan por vivir y dar testimonio de su fe.
4. La
nueva evangelización tiene también como un objetivo primordial la familia. Ella es
la verdadera “Iglesia doméstica”, sobre todo cuando es fruto de las comunidades cristianas
vivas de las que surgen jóvenes con verdadera vocación al sacramento del matrimonio.
Las familias no están solas ante los grandes desafíos que deben afrontar; la comunidad
eclesial les da apoyo, las anima en la fe y salvaguarda su perseverancia en un proyecto
cristiano de vida sujeto con frecuencia a tantos avatares y peligros. La Iglesia promueve
que la familia sea de verdad el ámbito donde la persona nace, crece y se educa para
la vida, y donde los padres, amando con ternura a sus hijos, los van preparando para
unas sanas relaciones interpersonales que encarnen los valores morales y humanos en
medio de una sociedad tan marcada por el hedonismo o la indiferencia religiosa. Al
mismo tiempo, las Comunidades eclesiales, en colaboración con las instancias públicas,
velarán por salvaguardar la estabilidad de la familia y favorecer su progreso espiritual
y material, lo cual redundará en una mejor formación de los hijos. Por ello, es de
desear que las Autoridades de vuestro amado País colaboren cada vez más en esta irrenunciable
tarea de trabajar en favor de las familias. Así lo ponía de relieve mi Predecesor
en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de 1994: “La familia tiene derecho
a todo el apoyo del Estado para realizar plenamente su peculiar misión” (n. 5). Pero
tampoco ignoro las dificultades que la institución familiar encuentra en vuestra Nación,
especialmente con el drama del divorcio y las presiones para legalizar el aborto,
así como por la extensión de uniones no acordes con el designio del Creador sobre
el matrimonio.
5. Sé que cuidáis de modo especial las vocaciones sacerdotales
para poder atender todas las necesidades diocesanas. En efecto, la promoción de las
vocaciones sacerdotales y religiosas ha de ser una prioridad de los Obispos y un compromiso
de todo el pueblo fiel. Por lo cual, pido fervientemente al Dueño de la mies que sigan
acudiendo a vuestros seminarios - que han de ser como el corazón de la diócesis (cf.
Optatam totius, 5)- numerosos candidatos al sacerdocio para servir un día a sus hermanos
como “ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1 Co 4,1). Además
de una formación integral, se requiere un profundo discernimiento sobre la idoneidad
humana y cristiana de los seminaristas, para asegurar del mejor modo posible el digno
desempeño de su futuro ministerio. Teniendo en cuenta que “la fisonomía del presbiterio
es [...] la de una verdadera familia” (Pastores dabo vobis, 74), es de desear que
los lazos de caridad entre el Obispo y sus sacerdotes sean muy fuertes y cordiales.
Si los jóvenes ven que los presbíteros viven una verdadera espiritualidad de comunión
en torno a su Obispo, dando testimonio de unión y caridad entre sí, de generosidad
evangélica y disponibilidad misionera, sentirán mayor atracción por la vocación sacerdotal.
Es de suma importancia que el Obispo preste singular atención a sus principales colaboradores,
los sacerdotes (cf. Presbyterorum Ordinis, 8), siendo ecuánime en el trato con ellos,
cercano a sus necesidades personales y pastorales, paternal en sus dificultades y
animador constante de su actividades y desvelos, que en el contexto de la nueva evangelización
les empuja a ir en busca de quienes se han alejado.
6. El lema de este año,
del Tercer Plan de Pastoral, “Discípulo del Señor, acoge al cercano y busca al lejano”,
tiene una amplia proyección en el complejo campo de la migración que implica a tantas
familias. Dedicáis muchos esfuerzos para atender a los grupos de dominicanos en el
extranjero, pero también os invito de todo corazón a acompañar con gran caridad, como
ya lo estáis haciendo, a los inmigrantes haitianos que han dejado su País buscando
mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Me complace constatar que ya
habéis tenido contactos con los hermanos Obispos de Haití para tratar de aliviar la
situación de pobreza, e incluso de miseria, que ofende la dignidad de tantas personas
de esa Nación hermana.
7. En vuestro ministerio episcopal muchos de estos retos
pastorales están estrechamente relacionados con la evangelización de la cultura, la
cual ha de promover los valores humanos y evangélicos en toda su integridad. El ámbito
de la cultura es uno de los “areópagos modernos”, en los que ha de hacerse presente
el Evangelio con toda su fuerza (cf. Redemptoris missio, 37). En esta tarea no puede
prescindirse de los medios de comunicación social: radio, producciones televisivas,
videos y redes informáticas pueden ser de gran utilidad para una amplia difusión del
Evangelio.
8. Éste es un cometido que atañe especialmente a los laicos, ya
que es propio de su misión “la instauración del orden temporal, y que actúen en él
de una manera directa y concreta, guiados por la luz del Evangelio y el pensamiento
de la Iglesia, y movidos por el amor cristiano” (Apostolicam actuositatem, 7). Por
eso, es necesario proporcionarles una formación religiosa adecuada, que les capacite
para afrontar los numerosos retos de la sociedad actual. A ellos corresponde promover
los valores humanos y cristianos que iluminen la realidad política, económica y cultural
del País, con el fin de instaurar un orden social más justo y equitativo, según la
Doctrina Social de la Iglesia. Al mismo tiempo, en coherencia con las normas éticas
y morales, han de dar ejemplo de honestidad y transparencia en la gestión de sus actividades
públicas, frente a la solapada y difundida lacra de la corrupción, que a veces alcanza
incluso las áreas del poder político y económico, además de otros ámbitos públicos
y sociales. Los laicos han de ser fermento en medio de la sociedad, actuando en
la vida pública para iluminar con los valores del Evangelio los diversos ámbitos donde
se fragua la identidad de un pueblo. Desde sus actividades diarias, han de “testificar
cómo la fe cristiana... constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas
y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad” (Christifideles
laici, 34). Su condición de ciudadanos y seguidores de Cristo no ha de inducirlos
a llevar como “dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida espiritual,
con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida secular, es decir, la
vida de la familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político
y de la cultura” (ibíd., 59). Al contrario, han de esforzarse para que la coherencia
entre su vida y su fe sea un elocuente testimonio de la verdad del mensaje cristiano.
9. Junto
con vosotros, quiero confiar todas estas propuestas y anhelos a la Virgen de la Altagracia,
advocación con la que honráis a vuestra Madre y Protectora de la Nación, para que
siga acompañando vuestra labor pastoral. A Ella os encomiendo con plena esperanza,
a la vez que os imparto la Bendición Apostólica, que extiendo de corazón a vuestras
Iglesias particulares, a sus sacerdotes, comunidades religiosas y personas consagradas,
así como a los fieles católicos de la República Dominicana.