En su bienvenida al Patriarca de la Iglesia asiria de Oriente, Benedicto XVI recuerda
la trágica situación de los cristianos en Irak, exhortando a trabajar unidos por el
bien de todos
Jueves, 21 jun (RV).- «Que Él, el Señor de la paz, os conceda la paz en toda circunstancia
y en todo lugar». Con este ruego del Apóstol san Pablo, Benedicto XVI ha dado su cordial
bienvenida al Vaticano a Su Santidad Mar Dinkha IV, Catolicós Patriarca de la Iglesia
asiria de Oriente, y a los obispos y sacerdotes que le han acompañado en esta visita
al Papa.
«La Iglesia asiria de Oriente se arraiga en las antiguas tierras,
cuyos nombres están asociados a la historia del plan de salvación de Dios para toda
la humanidad», ha recordado Benedicto XVI, haciendo hincapié en la importante contribución
que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, los cristianos de esta región supieron
brindar para la difusión del Evangelio, por medio de sus actividades misioneras en
estas regiones remotas de Oriente, donde ahora sufren trágicamente. Manifestando su
preocupación y su cercanía, el Papa ha exhortado a trabajar unidos por el bien de
todos.
Lamentando que «en la actualidad, los cristianos en esta región sufren
trágicamente, en ámbito material y espiritual», Benedicto XVI ha señalado que «en
particular en Irak - patria de tan numerosos fieles asirios - las familias y comunidades
cristianas padecen crecientes presiones de inseguridad y agresión y que se sienten
abandonados». Por lo que «muchos de ellos no ven otra posibilidad que la de dejar
el país para buscar un nuevo futuro en el exterior».
Estas dificultades son
fuente de una gran preocupación para el Papa, como él mismo ha afirmado, expresando
su «solidaridad a los pastores y a los fieles de las comunidades cristianas que permanecen
allí, a menudo a costa de heroicos sacrificios». En «estas atormentadas regiones,
los fieles, católicos y asirios, están llamados a trabajar juntos», ha insistido Benedicto
XVI, que anhela y reza «para que «puedan encontrar las formas, cada vez más eficaces
y adecuadas, para sostenerse mutuamente, asistiéndose los unos a los otros, por el
bien de todos».
Tras evocar los encuentros celebrados entre el Patriarca de
la Iglesia Asiria de Oriente y su amado predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II,
Benedicto XVI ha destacado la visita que Mar Dinkha IV realizó en noviembre de 1994.
Cuando vino a Roma, acompañado por una delegación de su Santo Sínodo, para firmar
una Declaración cristológica común. Documento que incluyó también el establecimiento
de una comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia
asiria de Oriente.
El Obispo de Roma se ha referido al importante trabajo cumplido
por esta comisión en el estudio de la vida sacramental de nuestras respectivas tradiciones,
forjando un acuerdo sobre la Anáfora de los Apóstoles Addai y Mari. En este contexto,
el Santo Padre ha expresado su profunda alegría por los resultados de este diálogo,
que impulsan mayores logros en las relaciones ecuménicas. Por lo que, Benedicto XVI
ha exhortado a no desfallecer ante las dificultades, para no olvidar nunca «la meta
final de nuestro caminó común hacia el restablecimiento de la comunión plena».
La
Iglesia asiria de Oriente es una de las Iglesias orientales más antiguas. Se remonta
a los tiempos de la predicación del apóstol santo Tomás y sus discípulos Addai y Mari,
en el siglo I. La lengua que utiliza en sus liturgias, señalaba Juan Pablo II, «es
la más cercana a la lengua en que se expresaba Jesús».
Al lo largo de su historia
se ha caracterizado por un gran impulso misionero, llegando a difundirse hasta la
India, Tíbet, Mongolia y Manchuria. En la actualidad, cuenta con 400 mil fieles,
de los que más de cien mil viven en Irak. Los demás se subdividen en los territorios
de la antigua Unión Soviética, en India, Líbano, Siria, Irán, Europa, Canadá, Estados
Unidos, Australia y Nueva Zelanda.
El Papa ha recordado también los desafíos
que los cristianos orientales que emigran a occidente afrontan en lo que se refiere
a la propia identidad. Y ha destacado que puede ser una preciosa oportunidad de enriquecimiento
mutuo y de vivir plenamente la catolicidad de la Iglesia que peregrina en este mundo.
«Trabajar por la unidad de los cristianos es, ciertamente, un deber que nace
de nuestra fidelidad a Cristo, Pastor de la Iglesia, que entregó su vida «para reunir
a los hijos de Dios dispersos» (Jn 11, 51-52) ha reiterado Benedicto XVI. Y ha subrayado
que «por largo y difícil que pueda parecer el camino hacia la unidad, estamos llamados
por el Señor a unir nuestras manos y nuestros corazones para poder testimoniarlo juntos
claramente y servir a nuestros hermanos y hermanas, en particular a los que se encuentran
en las atormentadas regiones orientales, donde tantos fieles nuestros nos miran, a
nosotros sus Pastores, con esperanza y expectación».