2007-06-17 17:52:51

El Papa exhorta a los religiosos de Asís a desarrollar un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos actuales, en una ciudad con el don de convocar personas de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que constituye un valor irrenunciable


Domingo, 17 jun (RV).- El Papa ha exhortado a los consagrados de Asís a desarrollar un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos actuales, en una ciudad con el don de convocar personas de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que constituye un valor irrenunciable. En su encuentro, en la catedral de san Rufino, con los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, superiores y alumnos del Pontificio Seminario de Umbria, el Papa ha recordado que “Asís tiene el don de convocar personas de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que constituye un valor irrenunciable. Juan Pablo II ha ligado su nombre a Asís como Ciudad del diálogo y de la paz”.

El Papa ha subrayado en su discurso la necesidad de que “los millones de peregrinos que pasan por estas calles atraídos por el carisma de Francisco, deben ser ayudados a tomar el núcleo esencial de la vida cristiana y aspirar a su “medida alta”, que es justamente la santidad”. No basta que admiren a Francisco, ha dicho el Pontífice: a través de él deben poder encontrar a Cristo, para confesarlo y amarlo con “fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta” (Preghiera di Francesco davanti al Crocifisso, 1: FF 276). Los cristianos de nuestro tiempo se hallan cada vez con más frecuencia afrontando la tendencia a aceptar un Cristo disminuido, admirado en su humanidad extraordinaria, pero rechazado en el misterio profundo de su divinidad. El mismo Francisco sufre un tipo de mutilación, cuando se le usa como testimonio de valores, si bien importantes, apreciados por la cultura actual, pero olvidando que la decisión profunda, podemos decir el corazón de su vida, es la elección de Cristo. En Asís, existe más que nunca necesidad de una línea pastoral de alto perfil”.

Continuando con su profundo análisis de la figura de san Francisco, el Santo Padre ha añadido que “su mirada sobre la naturaleza es en realidad una contemplación del Creador en la belleza de las criaturas. Su mismo deseo de paz se modula como oración, ya que le fue revelada la modalidad en la cual debía formularlo: “Que el Señor te dé la paz” (2 Test: FF 121). Francisco es un hombre para los demás, porque es un hombre de Dios. Querer separar, de su mensaje, la dimensión “horizontal” de aquella “vertical” significa hacer a Francisco irreconocible”.

Benedicto XVI ha encomendado a los ministros del Evangelio y del altar, a los religiosos y religiosas la tarea de desarrollar un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos actuales. También ha querido darles ánimos porque “la Iglesia, desde todas las partes del mundo, mira con particular simpatía a esta Ciudad, a esta comunidad eclesial. El nombre de Francisco, acompañado por aquel de Clara, pide que esta Ciudad se distinga por un particular impulso misionero”.

En otro momento, el Santo Padre ha subrayado la necesidad que las personas y las comunidades de vida consagrada, también de derecho pontificio, se introduzcan de manera orgánica, en conformidad a sus Constituciones y a las leyes de la Iglesia, en la vida de la Iglesia particular (cfr Decr. Christus Dominus, 33-35; CIC 678-680). Porque tales comunidades, si bien tienen derecho de esperar acogida y respeto por el propio carisma, deben evitar de vivir como “islas”, e integrarse con convicción y generosidad en el servicio y en el plano pastoral adoptado por el Obispo para toda la comunidad diocesana.

Por último el Papa ha dirigido un pensamiento especial a los sacerdotes, comprometidos cada día, junto con los diáconos, en el servicio del Pueblo de Dios, cuyo “entusiasmo, comunión, vida de oración y ministerio generoso, son indispensables. Benedicto XVI les ha pedido que, a pesar de que puedan “experimentar cierto cansancio o temor ante las nuevas exigencias y las nuevas dificultades”, tengan confianza en que “el Señor no dejará que falten las vocaciones, si le imploramos con la oración y juntos nos preocupamos de buscarlo y custodiarlo con una pastoral juvenil y vocacional rica de ardor y de inventiva, capaz de mostrar la belleza del ministerio sacerdotal”.

Discurso completo
He deseado vivamente encontraros en esta antigua Catedral, en la que normalmente converge, alrededor del Obispo, la Iglesia diocesana. Luego de estar en medio al Pueblo de Dios en sus diversos componentes durante la Celebración eucarística ante la Basílica de San Francisco, me ha parecido bello reservar a vosotros un encuentro particular, también considerando la gran presencia de personas consagradas en esta Diócesis. Agradezco a Mons. Domenico Sorrentino, Pastor de esta Iglesia, por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos de comunión y de afecto. También saludo cordialmente al Obispo emérito, Mons. Sergio Goretti, quien por años ha guiado esta Iglesia, ilustre por tanta historia de santidad.

 
Como sabéis, la ocasión que me ha traído hoy a Asís es la conmemoración del octavo centenario de la conversión de Francisco. También yo me he hecho peregrino. Habiendo venido tras las huellas del “Poverello”, En mi discurso tomaré principalmente inspiración de él. Pero justo en el contexto de esta Catedral no puedo dejar de recordar los otros Santos que han hecho ilustre la vida de esta Iglesia, a partir del patrono San Rufino, a quien se unen San Rinaldo y el Beato Angelo. Se da por descontado que, junto a Francisco, está Clara, cuya casa se ubicaba justo cerca de esta Catedral. Hace poco he podido ver el Batisterio en el que, según la tradición, tanto San Francisco como Santa Clara recibieron el Bautismo, y sucesivamente San Gabriel de la Dolorosa.

 
Esto me ofrece la ocasión para una primera reflexión. Si hoy hablamos de la conversión de Francisco, pensando a la radical decisión de vida que él hizo de joven, no podemos olvidar que su primera “conversión” tuvo lugar con el don del Bautismo. La plena respuesta que dará de adulto no será más que la maduración del germen de santidad entonces recibido. Es importante que en nuestra vida y en la propuesta pastoral tomemos más viva conciencia de la dimensión bautismal de la santidad. Esa es don y tarea para todos los bautizados. A esta dimensión hizo referencia mi venerado Predecesor, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, escribiendo: “Pedir a un catecúmeno: «¿queréis recibir el bautismo?» significa al mismo tiempo preguntarle: «¿Queréis ser santo?»” (n. 31).

 
Los millones de peregrinos que pasan por estas calles atraídos por el carisma de Francisco, deben ser ayudados a tomar el núcleo esencial de la vida cristiana y aspirar a su “medida alta”, que es justamente la santidad. No basta que admiren a Francisco: a través de él deben poder encontrar a Cristo, para confesarlo y amarlo con “fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta” (Preghiera di Francesco davanti al Crocifisso, 1: FF 276). Los cristianos de nuestro tiempo se hallan cada vez con más frecuencia afrontando la tendencia a aceptar un Cristo disminuido, admirado en su humanidad extraordinaria, pero rechazado en el misterio profundo de su divinidad. El mismo Francisco sufre una especie de mutilación, cuando se le usa como testimonio de valores, si bien importantes, apreciados por la cultura actual, pero olvidando que la decisión profunda, podemos decir el corazón de su vida, es la elección de Cristo. En Asís, existe más que nunca necesidad de una línea pastoral de alto perfil. Con tal propósito es necesario que vosotros, sacerdotes y diáconos, y vosotros, personas de vida consagrada, sintáis fuertemente el privilegio y la responsabilidad de vivir en este territorio de gracia. Es verdad que cuantos pasan por esta Ciudad, reciben un mensaje benéfico también sólo de sus “piedras” y de su historia. Ello no excluye una propuesta espiritual robusta, que también ayude a afrontar las tantas seducciones del relativismo que caracteriza la cultura de nuestro tiempo.

 
Asís tiene el don de convocar personas de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que constituye un valor irrenunciable. JPII ha ligado su nombre a Asís como Ciudad del diálogo y de la paz. He apreciado, a tal propósito, que habéis querido honrar la memoria de su relación especial con esta Ciudad dedicándole también una sala con cuadros que lo representan junto a esta Catedral. Para JPII era claro que la vocación dialógica de Asís está ligada al mensaje de Francisco, y debe permanecer bien incardinada sobre las columnas portantes de su espiritualidad. En Francisco todo parte de Dios y vuelve a Dios. Sus Alabanzas a Dios altísimo revelan un ánimo constantemente raptado en el diálogo con la Trinidad. Su relación con Cristo encuentra en la Eucaristía el lugar más significativo. El mismo amor del prójimo se desarrolla a partir de la experiencia y del amor de Dios. Cuando, en el Testamento, recuerda su encuentro con los leprosos, el evento inicial de su conversión, subraya que a aquel abrazo de misericordia él fue conducido por Dios mismo (cfr 2 Test 2; FF 110). Los diversos testimonios biográficos concuerdan en el delinear su conversión como un progresivo abrirse a la Palabra que viene de lo alto. La misma lógica emerge en su pedir y ofrecer limosna con la motivación del amor de Dios (cfr 2 Cel 47,77: FF 665). Su mirada sobre la naturaleza es en realidad una contemplación del Creador en la belleza de las criaturas. Su mismo deseo de paz se modula como oración, ya que le fue revelada la modalidad en la cual debía formularlo: “Que el Señor te dé la paz” (2 Test: FF 121). Francisco es un hombre para los demás, porque es un hombre de Dios. Querer separar, de su mensaje, la dimensión “horizontal” de aquella “vertical” significa hacer a Francisco irreconocible.

 
A vosotros, ministros del Evangelio y del altar, a vosotros, religiosos y religiosas, la tarea de desarrollar un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos actuales. Tenéis una gran historia, y deseo expresar mi aprecio por todo cuanto ya hacéis. Si hoy vuelvo a Asís como Papa, sabed que no es la primera vez que visito esta Ciudad, y me he llevado siempre una bella impresión. Es menester que vuestra tradición espiritual y pastoral permanezca salda en sus valores perennes, y al mismo tiempo se renueve para dar una auténtica respuesta a los nuevos interrogantes. Deseo por tal estimularos a seguir con confianza el plano pastoral que vuestro Obispo os ha propuesto. En él se señalan las grandes y exigentes prospectivas de la comunión, de la caridad, de la misión, subrayando que ellas se enraízan en una auténtica conversión a Cristo. La lectio divina, la centralidad de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas y la adoración eucarística, la contemplación de los misterios de Cristo en la perspectiva mariana del Rosario, aseguran aquel clima y aquella tensión espiritual, sin la cual todos los compromisos pastorales, la vida fraternal, el mismo compromiso por los pobres, peligraría de naufragar a causa de nuestras fragilidades y de nuestras limitaciones.

 
¡Valor, queridos! La Iglesia, desde todas las partes del mundo, mira con particular simpatía a esta Ciudad, a esta comunidad eclesial. El nombre de Francisco, acompañado por aquel de Clara, pide que esta Ciudad se distinga por un particular impulso misionero. Precisamente por esto es también necesario que esta Iglesia viva de una intensa experiencia de comunión. En tal perspectiva se coloca el Motu Proprio Totius Orbis, con el que he establecido que las dos grandes Basílicas papales de San Francisco y de Santa Maria de los Ángeles, si bien continuando gozando de una atención especial de la Santa Sede a través del Legado Pontificio, bajo el perfil pastoral entrasen en la jurisdicción del Obispo de esta Iglesia. Me complace saber que el nuevo camino se ha iniciado bajo una gran disponibilidad y colaboración, y estoy convencido que será fructuoso.

 
En realidad era un mensaje maduro por diversas razones. Lo sugería el nuevo respiro que el Concilio Vaticano II ha dado a la teología de la Iglesia particular, mostrando como en ella se exprese el misterio de la Iglesia universal. Las Iglesias particulares de hecho “están formadas a imagen de la Iglesia universal: en ellas y a partir de ellas (in quibus et ex quibus) existe la una y única Iglesia católica” (Cost. Lumen gentium, 23). Existe un mutuo llamado interior entre lo universal y lo particular. Las Iglesias individuales, justo mientras viven su identidad de “partes” del Pueblo de Dios, expresan también una comunión y una “diaconía” con respecto a la Iglesia universal esparcida por el mundo, animada por el Espíritu y servida del ministerio de unidad del Sucesor de Pedro. Esta apertura “católica” pertenece a cada Diócesis y marca, de alguna manera, todas las dimensiones de su vida, pero se acentúa cuando una Iglesia dispone de un carisma que atrae y obra más allá de sus confines. Y ¿cómo negar que tal sea el carisma de Francisco y de su mensaje? Los tantos peregrinos que vienen a Asís estimulan esta Iglesia a ir más allá de si misma. Por otra parte, es incontestable que Francisco tenga con su Ciudad una relación especial. Asís en cierta manera forma parte con el camino de santidad de este su gran hijo. Lo demuestra mi peregrinación de hoy, que me ve tocar tantos lugares, cierto no todos, de la vida de Francisco en esta Ciudad. Me complace también subrayar que la espiritualidad de Francisco de Asís es de ayuda, ya sea para coger la universalidad de la Iglesia, que él expresó en la particular devoción por el Vicario de Cristo, ya sea para coger el valor de la Iglesia particular, dado que fuerte y filial fue su lazo con el Obispo de Asís.
Es necesario redescubrir el valor no sólo biográfico, sino también “eclesiológico”, de aquel encuentro del joven Francisco con el Obispo Guido, a cuyo discernimiento y en cuyas manos entregó, despojándose de todo, su elección de vida por Cristo (cfr 1 Cel I, 6, 14-15: FF 343-344).

 
La oportunidad de un orden unitario el cual ha sido asegurado por el Motu Proprio era también aconsejada de la necesidad de una acción pastoral más coordinada y eficaz. Del Concilio Vaticano II y del sucesivo Magisterio ha sido subrayada la necesidad que las personas y las comunidades de vida consagrada, también de derecho pontificio, se introduzcan de manera orgánica, en conformidad a sus Constituciones y a las leyes de la Iglesia, en la vida de la Iglesia particular (cfr Decr. Christus Dominus, 33-35; CIC 678-680). Tales comunidades, si bien tienen derecho de esperar acogida y respeto por el propio carisma, deben evitar de vivir como “islas”, e integrarse con convicción y generosidad en el servicio y en el plano pastoral adoptado por el Obispo para toda la comunidad diocesana.

 
Dirijo un pensamiento especial a vosotros, queridos sacerdotes, comprometidos cada día, junto con los diáconos, al servicio del Pueblo de Dios. Vuestro entusiasmo, vuestra comunión, vuestra vida de oración y vuestro ministerio generoso, son indispensables. Puede suceder de experimentar cierto cansancio o temor ante las nuevas exigencias y a las nuevas dificultades, pero debemos tener confianza en que el Señor nos dará la fuerza necesaria para obrar cuánto nos pide. El no dejará que falten las vocaciones, si le imploramos con la oración y juntos nos preocupamos de buscarlo y custodiarlo con una pastoral juvenil y vocacional rica de ardor y de inventiva, capaz de mostrar la belleza del ministerio sacerdotal. También saludo en este contexto, a los superiores y los alumnos del Pontificio Seminario Regional de Umbria.

 
Vosotros, personas consagradas, dad razón con vuestra vida de la esperanza que habéis depositado en Cristo. Para esta Iglesia constituís una gran riqueza, ya sea en el ámbito de la pastoral parroquial, ya sea a favor de tantos peregrinos, que a menudo vienen a pediros hospitalidad, esperando también un testimonio espiritual. En particular, vosotras de vida claustral, sabed tener alta la llama de la contemplación. A cada una de vosotras deseo repetir las palabras que Santa Clara escribía en una carta a Inés de Bohemia, pidiéndole de hacer de Cristo su “espejo”: “Mira cada día este espejo, o reina esposa de Jesucristo, en él escruta continuamente tu rostro…” (4 LAg 15 : FF 2902). Vuestra vida de aislamiento y de oración no os sustrae al dinamismo misionero de la Iglesia, al contrario, os coloca en su corazón. Más altos son los retos apostólicos, más hay necesidad de vuestro carisma. Sed señales del amor de Cristo, a las que puedan mirar todos los otros hermanos y hermanas expuestas a las fatigas de la vida apostólica y del compromiso laical en el mundo.

 
En el confirmaros mi afecto lleno de confianza y en el encomendaros a la intercesión de la Beata Virgen Maria y de vuestros Santos, comenzando por Francisco y Clara, imparto a todos, una especial Bendición Apostólica.
 







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