El Papa exhorta a los religiosos de Asís a desarrollar un anuncio de la fe cristiana
a la altura de los desafíos actuales, en una ciudad con el don de convocar personas
de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que constituye un valor irrenunciable
Domingo, 17 jun (RV).- El Papa ha exhortado a los consagrados de Asís a desarrollar
un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos actuales, en una ciudad
con el don de convocar personas de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo
que constituye un valor irrenunciable. En su encuentro, en la catedral de san Rufino,
con los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, superiores y alumnos del Pontificio
Seminario de Umbria, el Papa ha recordado que “Asís tiene el don de convocar personas
de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que constituye un valor irrenunciable.
Juan Pablo II ha ligado su nombre a Asís como Ciudad del diálogo y de la paz”.
El
Papa ha subrayado en su discurso la necesidad de que “los millones de peregrinos que
pasan por estas calles atraídos por el carisma de Francisco, deben ser ayudados a
tomar el núcleo esencial de la vida cristiana y aspirar a su “medida alta”, que es
justamente la santidad”. No basta que admiren a Francisco, ha dicho el Pontífice:
a través de él deben poder encontrar a Cristo, para confesarlo y amarlo con “fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta” (Preghiera di Francesco davanti al Crocifisso,
1: FF 276). Los cristianos de nuestro tiempo se hallan cada vez con más frecuencia
afrontando la tendencia a aceptar un Cristo disminuido, admirado en su humanidad extraordinaria,
pero rechazado en el misterio profundo de su divinidad. El mismo Francisco sufre un
tipo de mutilación, cuando se le usa como testimonio de valores, si bien importantes,
apreciados por la cultura actual, pero olvidando que la decisión profunda, podemos
decir el corazón de su vida, es la elección de Cristo. En Asís, existe más que nunca
necesidad de una línea pastoral de alto perfil”.
Continuando con su profundo
análisis de la figura de san Francisco, el Santo Padre ha añadido que “su mirada sobre
la naturaleza es en realidad una contemplación del Creador en la belleza de las criaturas.
Su mismo deseo de paz se modula como oración, ya que le fue revelada la modalidad
en la cual debía formularlo: “Que el Señor te dé la paz” (2 Test: FF 121). Francisco
es un hombre para los demás, porque es un hombre de Dios. Querer separar, de su mensaje,
la dimensión “horizontal” de aquella “vertical” significa hacer a Francisco irreconocible”.
Benedicto
XVI ha encomendado a los ministros del Evangelio y del altar, a los religiosos y religiosas
la tarea de desarrollar un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos
actuales. También ha querido darles ánimos porque “la Iglesia, desde todas las partes
del mundo, mira con particular simpatía a esta Ciudad, a esta comunidad eclesial.
El nombre de Francisco, acompañado por aquel de Clara, pide que esta Ciudad se distinga
por un particular impulso misionero”.
En otro momento, el Santo Padre ha subrayado
la necesidad que las personas y las comunidades de vida consagrada, también de derecho
pontificio, se introduzcan de manera orgánica, en conformidad a sus Constituciones
y a las leyes de la Iglesia, en la vida de la Iglesia particular (cfr Decr. Christus
Dominus, 33-35; CIC 678-680). Porque tales comunidades, si bien tienen derecho de
esperar acogida y respeto por el propio carisma, deben evitar de vivir como “islas”,
e integrarse con convicción y generosidad en el servicio y en el plano pastoral adoptado
por el Obispo para toda la comunidad diocesana.
Por último el Papa ha dirigido
un pensamiento especial a los sacerdotes, comprometidos cada día, junto con los diáconos,
en el servicio del Pueblo de Dios, cuyo “entusiasmo, comunión, vida de oración y
ministerio generoso, son indispensables. Benedicto XVI les ha pedido que, a pesar
de que puedan “experimentar cierto cansancio o temor ante las nuevas exigencias y
las nuevas dificultades”, tengan confianza en que “el Señor no dejará que falten las
vocaciones, si le imploramos con la oración y juntos nos preocupamos de buscarlo y
custodiarlo con una pastoral juvenil y vocacional rica de ardor y de inventiva, capaz
de mostrar la belleza del ministerio sacerdotal”.
Discurso completo He
deseado vivamente encontraros en esta antigua Catedral, en la que normalmente converge,
alrededor del Obispo, la Iglesia diocesana. Luego de estar en medio al Pueblo de Dios
en sus diversos componentes durante la Celebración eucarística ante la Basílica de
San Francisco, me ha parecido bello reservar a vosotros un encuentro particular, también
considerando la gran presencia de personas consagradas en esta Diócesis. Agradezco
a Mons. Domenico Sorrentino, Pastor de esta Iglesia, por haberse hecho intérprete
de vuestros sentimientos de comunión y de afecto. También saludo cordialmente al Obispo
emérito, Mons. Sergio Goretti, quien por años ha guiado esta Iglesia, ilustre por
tanta historia de santidad.
Como sabéis, la ocasión
que me ha traído hoy a Asís es la conmemoración del octavo centenario de la conversión
de Francisco. También yo me he hecho peregrino. Habiendo venido tras las huellas del
“Poverello”, En mi discurso tomaré principalmente inspiración de él. Pero justo en
el contexto de esta Catedral no puedo dejar de recordar los otros Santos que han hecho
ilustre la vida de esta Iglesia, a partir del patrono San Rufino, a quien se unen
San Rinaldo y el Beato Angelo. Se da por descontado que, junto a Francisco, está
Clara, cuya casa se ubicaba justo cerca de esta Catedral. Hace poco he podido ver
el Batisterio en el que, según la tradición, tanto San Francisco como Santa Clara
recibieron el Bautismo, y sucesivamente San Gabriel de la Dolorosa.
Esto
me ofrece la ocasión para una primera reflexión. Si hoy hablamos de la conversión
de Francisco, pensando a la radical decisión de vida que él hizo de joven, no podemos
olvidar que su primera “conversión” tuvo lugar con el don del Bautismo. La plena respuesta
que dará de adulto no será más que la maduración del germen de santidad entonces recibido.
Es importante que en nuestra vida y en la propuesta pastoral tomemos más viva conciencia
de la dimensión bautismal de la santidad. Esa es don y tarea para todos los bautizados.
A esta dimensión hizo referencia mi venerado Predecesor, en la Carta Apostólica Novo
millennio ineunte, escribiendo: “Pedir a un catecúmeno: «¿queréis recibir el bautismo?»
significa al mismo tiempo preguntarle: «¿Queréis ser santo?»” (n. 31).
Los
millones de peregrinos que pasan por estas calles atraídos por el carisma de Francisco,
deben ser ayudados a tomar el núcleo esencial de la vida cristiana y aspirar a su
“medida alta”, que es justamente la santidad. No basta que admiren a Francisco: a
través de él deben poder encontrar a Cristo, para confesarlo y amarlo con “fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta” (Preghiera di Francesco davanti al Crocifisso,
1: FF 276). Los cristianos de nuestro tiempo se hallan cada vez con más frecuencia
afrontando la tendencia a aceptar un Cristo disminuido, admirado en su humanidad extraordinaria,
pero rechazado en el misterio profundo de su divinidad. El mismo Francisco sufre una
especie de mutilación, cuando se le usa como testimonio de valores, si bien importantes,
apreciados por la cultura actual, pero olvidando que la decisión profunda, podemos
decir el corazón de su vida, es la elección de Cristo. En Asís, existe más que nunca
necesidad de una línea pastoral de alto perfil. Con tal propósito es necesario que
vosotros, sacerdotes y diáconos, y vosotros, personas de vida consagrada, sintáis
fuertemente el privilegio y la responsabilidad de vivir en este territorio de gracia.
Es verdad que cuantos pasan por esta Ciudad, reciben un mensaje benéfico también sólo
de sus “piedras” y de su historia. Ello no excluye una propuesta espiritual robusta,
que también ayude a afrontar las tantas seducciones del relativismo que caracteriza
la cultura de nuestro tiempo.
Asís tiene el don
de convocar personas de tantas culturas y religiones, en nombre de un diálogo que
constituye un valor irrenunciable. JPII ha ligado su nombre a Asís como Ciudad del
diálogo y de la paz. He apreciado, a tal propósito, que habéis querido honrar la memoria
de su relación especial con esta Ciudad dedicándole también una sala con cuadros que
lo representan junto a esta Catedral. Para JPII era claro que la vocación dialógica
de Asís está ligada al mensaje de Francisco, y debe permanecer bien incardinada sobre
las columnas portantes de su espiritualidad. En Francisco todo parte de Dios y vuelve
a Dios. Sus Alabanzas a Dios altísimo revelan un ánimo constantemente raptado en el
diálogo con la Trinidad. Su relación con Cristo encuentra en la Eucaristía el lugar
más significativo. El mismo amor del prójimo se desarrolla a partir de la experiencia
y del amor de Dios. Cuando, en el Testamento, recuerda su encuentro con los leprosos,
el evento inicial de su conversión, subraya que a aquel abrazo de misericordia él
fue conducido por Dios mismo (cfr 2 Test 2; FF 110). Los diversos testimonios biográficos
concuerdan en el delinear su conversión como un progresivo abrirse a la Palabra que
viene de lo alto. La misma lógica emerge en su pedir y ofrecer limosna con la motivación
del amor de Dios (cfr 2 Cel 47,77: FF 665). Su mirada sobre la naturaleza es en realidad
una contemplación del Creador en la belleza de las criaturas. Su mismo deseo de paz
se modula como oración, ya que le fue revelada la modalidad en la cual debía formularlo:
“Que el Señor te dé la paz” (2 Test: FF 121). Francisco es un hombre para los demás,
porque es un hombre de Dios. Querer separar, de su mensaje, la dimensión “horizontal”
de aquella “vertical” significa hacer a Francisco irreconocible.
A
vosotros, ministros del Evangelio y del altar, a vosotros, religiosos y religiosas,
la tarea de desarrollar un anuncio de la fe cristiana a la altura de los desafíos
actuales. Tenéis una gran historia, y deseo expresar mi aprecio por todo cuanto ya
hacéis. Si hoy vuelvo a Asís como Papa, sabed que no es la primera vez que visito
esta Ciudad, y me he llevado siempre una bella impresión. Es menester que vuestra
tradición espiritual y pastoral permanezca salda en sus valores perennes, y al mismo
tiempo se renueve para dar una auténtica respuesta a los nuevos interrogantes. Deseo
por tal estimularos a seguir con confianza el plano pastoral que vuestro Obispo os
ha propuesto. En él se señalan las grandes y exigentes prospectivas de la comunión,
de la caridad, de la misión, subrayando que ellas se enraízan en una auténtica conversión
a Cristo. La lectio divina, la centralidad de la Eucaristía, la Liturgia de las Horas
y la adoración eucarística, la contemplación de los misterios de Cristo en la perspectiva
mariana del Rosario, aseguran aquel clima y aquella tensión espiritual, sin la cual
todos los compromisos pastorales, la vida fraternal, el mismo compromiso por los pobres,
peligraría de naufragar a causa de nuestras fragilidades y de nuestras limitaciones.
¡Valor, queridos! La Iglesia, desde todas las partes
del mundo, mira con particular simpatía a esta Ciudad, a esta comunidad eclesial.
El nombre de Francisco, acompañado por aquel de Clara, pide que esta Ciudad se distinga
por un particular impulso misionero. Precisamente por esto es también necesario que
esta Iglesia viva de una intensa experiencia de comunión. En tal perspectiva se coloca
el Motu Proprio Totius Orbis, con el que he establecido que las dos grandes Basílicas
papales de San Francisco y de Santa Maria de los Ángeles, si bien continuando gozando
de una atención especial de la Santa Sede a través del Legado Pontificio, bajo el
perfil pastoral entrasen en la jurisdicción del Obispo de esta Iglesia. Me complace
saber que el nuevo camino se ha iniciado bajo una gran disponibilidad y colaboración,
y estoy convencido que será fructuoso.
En realidad
era un mensaje maduro por diversas razones. Lo sugería el nuevo respiro que el Concilio
Vaticano II ha dado a la teología de la Iglesia particular, mostrando como en ella
se exprese el misterio de la Iglesia universal. Las Iglesias particulares de hecho
“están formadas a imagen de la Iglesia universal: en ellas y a partir de ellas (in
quibus et ex quibus) existe la una y única Iglesia católica” (Cost. Lumen gentium,
23). Existe un mutuo llamado interior entre lo universal y lo particular. Las Iglesias
individuales, justo mientras viven su identidad de “partes” del Pueblo de Dios, expresan
también una comunión y una “diaconía” con respecto a la Iglesia universal esparcida
por el mundo, animada por el Espíritu y servida del ministerio de unidad del Sucesor
de Pedro. Esta apertura “católica” pertenece a cada Diócesis y marca, de alguna manera,
todas las dimensiones de su vida, pero se acentúa cuando una Iglesia dispone de un
carisma que atrae y obra más allá de sus confines. Y ¿cómo negar que tal sea el carisma
de Francisco y de su mensaje? Los tantos peregrinos que vienen a Asís estimulan esta
Iglesia a ir más allá de si misma. Por otra parte, es incontestable que Francisco
tenga con su Ciudad una relación especial. Asís en cierta manera forma parte con
el camino de santidad de este su gran hijo. Lo demuestra mi peregrinación de hoy,
que me ve tocar tantos lugares, cierto no todos, de la vida de Francisco en esta Ciudad.
Me complace también subrayar que la espiritualidad de Francisco de Asís es de ayuda,
ya sea para coger la universalidad de la Iglesia, que él expresó en la particular
devoción por el Vicario de Cristo, ya sea para coger el valor de la Iglesia particular,
dado que fuerte y filial fue su lazo con el Obispo de Asís. Es necesario
redescubrir el valor no sólo biográfico, sino también “eclesiológico”, de aquel encuentro
del joven Francisco con el Obispo Guido, a cuyo discernimiento y en cuyas manos entregó,
despojándose de todo, su elección de vida por Cristo (cfr 1 Cel I, 6, 14-15: FF 343-344).
La
oportunidad de un orden unitario el cual ha sido asegurado por el Motu Proprio era
también aconsejada de la necesidad de una acción pastoral más coordinada y eficaz.
Del Concilio Vaticano II y del sucesivo Magisterio ha sido subrayada la necesidad
que las personas y las comunidades de vida consagrada, también de derecho pontificio,
se introduzcan de manera orgánica, en conformidad a sus Constituciones y a las leyes
de la Iglesia, en la vida de la Iglesia particular (cfr Decr. Christus Dominus, 33-35;
CIC 678-680). Tales comunidades, si bien tienen derecho de esperar acogida y respeto
por el propio carisma, deben evitar de vivir como “islas”, e integrarse con convicción
y generosidad en el servicio y en el plano pastoral adoptado por el Obispo para toda
la comunidad diocesana.
Dirijo un pensamiento especial
a vosotros, queridos sacerdotes, comprometidos cada día, junto con los diáconos, al
servicio del Pueblo de Dios. Vuestro entusiasmo, vuestra comunión, vuestra vida de
oración y vuestro ministerio generoso, son indispensables. Puede suceder de experimentar
cierto cansancio o temor ante las nuevas exigencias y a las nuevas dificultades, pero
debemos tener confianza en que el Señor nos dará la fuerza necesaria para obrar cuánto
nos pide. El no dejará que falten las vocaciones, si le imploramos con la oración
y juntos nos preocupamos de buscarlo y custodiarlo con una pastoral juvenil y vocacional
rica de ardor y de inventiva, capaz de mostrar la belleza del ministerio sacerdotal.
También saludo en este contexto, a los superiores y los alumnos del Pontificio Seminario
Regional de Umbria.
Vosotros, personas consagradas,
dad razón con vuestra vida de la esperanza que habéis depositado en Cristo. Para esta
Iglesia constituís una gran riqueza, ya sea en el ámbito de la pastoral parroquial,
ya sea a favor de tantos peregrinos, que a menudo vienen a pediros hospitalidad, esperando
también un testimonio espiritual. En particular, vosotras de vida claustral, sabed
tener alta la llama de la contemplación. A cada una de vosotras deseo repetir las
palabras que Santa Clara escribía en una carta a Inés de Bohemia, pidiéndole de hacer
de Cristo su “espejo”: “Mira cada día este espejo, o reina esposa de Jesucristo, en
él escruta continuamente tu rostro…” (4 LAg 15 : FF 2902). Vuestra vida de aislamiento
y de oración no os sustrae al dinamismo misionero de la Iglesia, al contrario, os
coloca en su corazón. Más altos son los retos apostólicos, más hay necesidad de vuestro
carisma. Sed señales del amor de Cristo, a las que puedan mirar todos los otros hermanos
y hermanas expuestas a las fatigas de la vida apostólica y del compromiso laical en
el mundo.
En el confirmaros mi afecto lleno de confianza
y en el encomendaros a la intercesión de la Beata Virgen Maria y de vuestros Santos,
comenzando por Francisco y Clara, imparto a todos, una especial Bendición Apostólica.