2007-06-09 17:18:44

El Santo Padre exhorta a obispos norteafricanos a impulsar el diálogo con los musulmanes para promover la justicia y la paz, testimoniando el amor universal de Cristo


Sábado, 9 jun (RV).- Es menester un diálogo profundo con el mundo islámico para la promoción de la justicia y de la paz: este es en síntesis cuanto ha confirmado esta mañana Benedicto XVI encontrando a los obispos de la Conferencia Episcopal Regional del Norte de África en visita ad Limina. El organismo comprende las Iglesias de los cuatro países del Magreb: Argelia, Túnez, Libia y Marruecos.

El Papa ha saludado con afecto a las comunidades eclesiales del norte de África, subrayando el valiente testimonio ofrecido por la pequeña minoría cristiana, entre pruebas y dificultades, en esta región casi totalmente musulmana. Una situación que requiere “muchas veces un gran sentido eclesial y profundas convicciones espirituales” en el esfuerzo de “edificar una sociedad cada vez más fraterna y más justa”.

El Santo Padre ha invitado a seguir el ejemplo del beato Charles de Foucauld, auténtico testigo “de la fraternidad universal que Cristo ha enseñado a sus discípulos”. Charles de Foucauld llega a estas tierras para anunciar el amor de Cristo a través de la Eucaristía, “encuentro personal con el Señor”. Y es precisamente poniendo a la Eucaristía en el centro de la vida, tanto en la Misa como en la adoración, es cuado se pueden “romper las barreras ... que nos separan unos de otros”.

Son esos puentes construidos a través de los siglos entre las orillas del Mediterráneo por las comunidades cristianas de esta región: los santos como Cipriano y Agustín son en este sentido “referencias, espirituales, intelectuales y culturales incontestables”. Comunidades muy diversas entre ellas que nos muestran la universalidad de la Iglesia y el hecho que “el mensaje evangélico se dirige a todas las naciones.

Benedicto XVI ha confirmado, una vez más, la necesidad del diálogo interreligioso, volviendo a lo que había manifestado a los embajadores de los países musulmanes en septiembre del año pasado: “es menester tener absolutamente un diálogo auténtico entre las religiones y entre las culturas, un diálogo en grado de ayudarnos a superar juntos todas las tensiones en un espíritu de provechoso entendimiento”.

En efecto muchas son las iniciativas para el diálogo en el norte de África y los católicos “están decididamente comprometidos en el desarrollo y en la profundización de las relaciones de estima y de respeto entre cristianos y musulmanes, con la finalidad de promover la reconciliación, la justicia y la paz”. Una amistad que se consolida en la cotidiana colaboración ofrecida por la comunidad cristiana en el campo “de la asistencia sanitaria, de la educación, de la cultura o del servicio a los más humildes”.

El Pontífice ha expresado por lo tanto la propia inquietud por la situación de tantos emigrantes del África subsahariana: una situación “particularmente preocupante y tantas veces dramática” que “no puede dejar de interpelar a las conciencias” y que ve “la ayuda generosa” de las Iglesias locales. El Papa “desea vivamente que los países interesados por estas migraciones busquen los medios eficaces para permitir a todos tener la esperanza de construir un futuro para si mismos y las propias familias, y que la dignidad de cada persona sea siempre respetada”.

El Pontífice ha subrayado por lo tanto la importancia de la vida consagrada en esta tierra casi totalmente musulmana: el testimonio de “una vida completamente dada, en el abandono de sí y en la libertad interior”, en el servicio desinteresado a toda la población sin distinción de origen o de fe”, signo “de una pertenencia radical a Dios, que suscita el ardiente deseo de caminar hacia el prójimo y de manera privilegiada hacia los más abandonados”. Benedicto XVI saluda en modo particular y anima a los monjes y a las monjas de vida contemplativa, cuya presencia es “una gracia” para la Iglesia norteafricana.

Y ha recordado conmocionado los siete monjes trapistas de Tibhierine, asesinados por los fundamentalistas islámicos en mayo de 1996. Es un ejemplo desconcertante “de monjes que han vivido con discreción su fidelidad “a las poblaciones que les acoge”, signo elocuente del amor de Dios, que quiere manifestarse a todos”.







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