El Santo Padre exhorta a obispos norteafricanos a impulsar el diálogo con los musulmanes
para promover la justicia y la paz, testimoniando el amor universal de Cristo
Sábado, 9 jun (RV).- Es menester un diálogo profundo con el mundo islámico para la
promoción de la justicia y de la paz: este es en síntesis cuanto ha confirmado esta
mañana Benedicto XVI encontrando a los obispos de la Conferencia Episcopal Regional
del Norte de África en visita ad Limina. El organismo comprende las Iglesias de los
cuatro países del Magreb: Argelia, Túnez, Libia y Marruecos.
El Papa ha saludado
con afecto a las comunidades eclesiales del norte de África, subrayando el valiente
testimonio ofrecido por la pequeña minoría cristiana, entre pruebas y dificultades,
en esta región casi totalmente musulmana. Una situación que requiere “muchas veces
un gran sentido eclesial y profundas convicciones espirituales” en el esfuerzo de
“edificar una sociedad cada vez más fraterna y más justa”.
El Santo Padre
ha invitado a seguir el ejemplo del beato Charles de Foucauld, auténtico testigo
“de la fraternidad universal que Cristo ha enseñado a sus discípulos”. Charles de
Foucauld llega a estas tierras para anunciar el amor de Cristo a través de la Eucaristía,
“encuentro personal con el Señor”. Y es precisamente poniendo a la Eucaristía en el
centro de la vida, tanto en la Misa como en la adoración, es cuado se pueden “romper
las barreras ... que nos separan unos de otros”.
Son esos puentes construidos
a través de los siglos entre las orillas del Mediterráneo por las comunidades cristianas
de esta región: los santos como Cipriano y Agustín son en este sentido “referencias,
espirituales, intelectuales y culturales incontestables”. Comunidades muy diversas
entre ellas que nos muestran la universalidad de la Iglesia y el hecho que “el mensaje
evangélico se dirige a todas las naciones.
Benedicto XVI ha confirmado, una
vez más, la necesidad del diálogo interreligioso, volviendo a lo que había manifestado
a los embajadores de los países musulmanes en septiembre del año pasado: “es menester
tener absolutamente un diálogo auténtico entre las religiones y entre las culturas,
un diálogo en grado de ayudarnos a superar juntos todas las tensiones en un espíritu
de provechoso entendimiento”.
En efecto muchas son las iniciativas para el
diálogo en el norte de África y los católicos “están decididamente comprometidos en
el desarrollo y en la profundización de las relaciones de estima y de respeto entre
cristianos y musulmanes, con la finalidad de promover la reconciliación, la justicia
y la paz”. Una amistad que se consolida en la cotidiana colaboración ofrecida por
la comunidad cristiana en el campo “de la asistencia sanitaria, de la educación, de
la cultura o del servicio a los más humildes”.
El Pontífice ha expresado por
lo tanto la propia inquietud por la situación de tantos emigrantes del África subsahariana:
una situación “particularmente preocupante y tantas veces dramática” que “no puede
dejar de interpelar a las conciencias” y que ve “la ayuda generosa” de las Iglesias
locales. El Papa “desea vivamente que los países interesados por estas migraciones
busquen los medios eficaces para permitir a todos tener la esperanza de construir
un futuro para si mismos y las propias familias, y que la dignidad de cada persona
sea siempre respetada”.
El Pontífice ha subrayado por lo tanto la importancia
de la vida consagrada en esta tierra casi totalmente musulmana: el testimonio de “una
vida completamente dada, en el abandono de sí y en la libertad interior”, en el servicio
desinteresado a toda la población sin distinción de origen o de fe”, signo “de una
pertenencia radical a Dios, que suscita el ardiente deseo de caminar hacia el prójimo
y de manera privilegiada hacia los más abandonados”. Benedicto XVI saluda en modo
particular y anima a los monjes y a las monjas de vida contemplativa, cuya presencia
es “una gracia” para la Iglesia norteafricana.
Y ha recordado conmocionado
los siete monjes trapistas de Tibhierine, asesinados por los fundamentalistas islámicos
en mayo de 1996. Es un ejemplo desconcertante “de monjes que han vivido con discreción
su fidelidad “a las poblaciones que les acoge”, signo elocuente del amor de Dios,
que quiere manifestarse a todos”.