Lunes, 30 abr (RV).- Desde que se estableciera el 1 de mayo como Día del Trabajo,
muchas mejoras se han ido consiguiendo en este sector, aunque todavía queda mucho
por hacer, ya que en el mundo continúa la explotación de menores, horarios de trabajo
que superan las ocho horas diarias, sueldos mínimos que no superan el dólar diario,
trabajadores sin contrato … y un largo etcétera, justifica esta celebración que mañana
se conmemora en todo el mundo, dedicada a todos los trabajadores.
Desde el
siglo pasado, esta jornada del 1 de mayo tiene siempre un significado profundo de
unidad y comunión entre todos los trabajadores, para subrayar su papel en la estructura
de la sociedad y para defender sus derechos. En 1955 Pío XII, quiso dar al 1 de mayo
también una impronta religiosa, dedicándolo a san José Obrero, y desde entonces la
fiesta civil del trabajo se ha convertido en una fiesta también cristiana.
San
José, descendiente de reyes, entre los que se cuenta David, el más famoso y popular
de los héroes de Israel, pertenece también a otra dinastía, que permaneciendo a través
de los siglos, se extiende por todo el mundo. Es la de aquellos hombres que con su
trabajo manual van haciendo realidad lo que antes era sólo pura idea, y de los que
el cuerpo social no puede prescindir en absoluto. Es este oficio el que le hace ocupar
un lugar imprescindible en el pueblo, y a través del mismo influye en la vida de aquella
pequeña comunidad. José, el varón justo. Él ya había cumplido su misión, dando al
mundo su testimonio de buen obrero. Por eso la Iglesia ha querido ofrecer a todos
los obreros este espectáculo de santidad, proclamándole solemnemente Patrón de los
mismos, para que en adelante, el trabajador humilde, silencioso y justo de Nazaret,
sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para
tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo.
Juan Pablo
II dedicó una Encíclica a los trabajadores: Laborem exercens. En ella, el predecesor
de Benedicto XVI tocaba algunos problemas referentes a la dignidad de la persona.
El Siervo de Dios Juan Pablo II reconocía en su Encíclica “Laborem exercens” la
fatiga de cada trabajo, desde el realizado por los agricultores, hasta el trabajo
intelectual. “No obstante, con toda esta fatiga, y quizás, en un cierto sentido, debido
a ella, -escribía el Pontífice- el trabajo es un bien del hombre, (…) porque mediante
el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades,
sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace
más hombre’”.
Este “hacerse hombre a través del trabajo” tiene, en el mundo
de hoy en el que las globalización abarca todo, el peligro de no respetar la dignidad
humana, como señalaba Juan Pablo II en ocasión del Jubileo de los trabajadores de
2000. “En este camino de civilización –dijo- gracias a las nuevas tecnologías y a
la telemática, se abren hoy posibilidades inéditas de progreso. Sin embargo, surgen
nuevos problemas, que se añaden a los anteriores y suscitan una legítima preocupación.
En efecto, perduran, y a veces se agravan en algunas partes de la tierra, fenómenos
como el desempleo, la explotación de menores y la insuficiencia de los salarios. Es
necesario reconocer que la organización del trabajo no siempre respeta la dignidad
de la persona humana, y que no se tiene debidamente en cuenta el destino universal
de los recursos”.
Al respecto Juan Pablo II señaló que “es importante tener
presente que cuanto más global sea el mercado, tanto más debe ser equilibrado por
una cultura global de la solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles”.
Con este mensaje de Juan Pablo II finalizamos este espacio de hoy deseándoles que
mañana conmemoren tanto el Día del Trabajo como el de su patrón, san José Obrero.