En el domingo de la Divina Misericordia, la Iglesia de Roma celebra con una Santa
Misa el 80 cumpleaños de su obispo quien reflexionó, en su homilía, sobre distintas
etapas de su vida con agradecimiento a Dios
Domingo, 15 abr (RV).- Hoy Segundo Domingo de Pascua, “de la Divina Misericordia”,
Benedicto XVI, con motivo de su 80 cumpleaños, que cumplirá mañana lunes, 16 de abril,
ha presidido la Santa Misa a las diez de la mañana desde el atrio de la Basílica
de San Pedro. Esta celebración eucarística es la de la Iglesia de Roma, de la que
es su Obispo, en la vigilia de su aniversario. Han concelebrado con el Pontífice más
de 50 cardenales, arzobispos y obispos de la Curia Romana y han participado más de
50 mil fieles.
La Cruz procesional en esmaltes, utilizada por vez primera en
esta celebración, procede del laboratorio de orfebrería de la Abadía Benedictina de
Santo Domingo de Silos de Burgos, España. El Evangeliario ha sido también un regalo
al Papa del cardenal Wetter, arzobispo de Munich-Frinsinga, antigua sede episcopal
del entonces cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, realizado por el alemán Max Faller
de Munich.
En su homilía Benedicto XVI ha recordado que el Santo Padre Juan
Pablo II quiso que este domingo fuese celebrado como Fiesta de la Divina Misericordia:
“en la palabra misericordia él encontraba resumido y nuevamente interpretado para
nuestro tiempo, todo el misterio de la Redención. Él que vivió bajo dos regímenes
dictatoriales y, en contacto con la pobreza, la necesidad y la violencia, experimentó
profundamente la potencia de las tinieblas, del que está insidiado el mundo en este
nuestro tiempo. Pero experimentó también la presencia de Dios que se opone a todas
estas fuerzas con su poder totalmente diverso y divino: con el poder de la misericordia.
“Es la misericordia la que pone límite al mal. En ella se expresa la naturaleza peculiar
de Dios: Su Santidad, el poder de la verdad y del amor”.
Benedicto XVI también
ha recordado que hace ya dos años, después de las primeras vísperas de esta festividad,
Juan Pablo II terminaba su existencia terrena, y entraba en la Divina Misericordia,
desde la cual, más allá de la muerte y a partir de Dios, ahora nos habla de una manera
nueva. “Él nos dice: tened confianza en la Divina Misericordia. Convertíos día a día
en hombres y mujeres de la Misericordia de Dios. La misericordia es la vestidura de
luz que el Señor nos ha dado en el Bautismo. No debemos dejar que esta luz se apague”.
“Precisamente
estos días, particularmente iluminados por la luz de la Divina Misericordia, coinciden
con mis ochenta años de vida”, ha manifestado el Papa, agradeciendo de manera sentida
a cuantos han llegado para participar en las celebraciones de su cumpleaños.
“He
considerado un gran don el nacimiento y el renacimiento que se me concedieron en
el mismo día, en el Signo del inicio de la Pascua. Así, nací el mismo día como miembro
de mi propia familia y como miembro de la gran familia de Dios. Agradezco a Díos porque
he podido experimentar lo que significa “familia”. He podido experimentar lo que quiere
decir “paternidad”. Agradezco a Dios porque he podido experimentar lo que significa
“la bondad materna”.
“Doy gracias a Dios por mi hermana y por mi hermano -
ha proseguido el Pontífice -, que con su ayuda y fidelidad han estado siempre junto
a mí en el curso de mi vida. Doy gracias a Dios por los compañeros que he encontrado
en mi camino, por los consejeros y amigos que Dios me ha dado. Y le doy las gracias
particularmente al Señor, porque desde el primer día he podido entrar y crecer en
la gran comunidad de los creyentes”.
“La sombra de Pedro, mediante la comunidad
de la Iglesia católica ha crecido mi vida desde el principio, y he aprendido que es
una sombra buena: una sombra que cura porque proviene de Cristo mismo. Pedro era un
hombre con todas las debilidades de un ser humano, pero sobre todo era un hombre lleno
de una fe apasionada en Cristo, lleno de amor por Él. Busquemos también hoy la sombra
de Pedro, para permanecer en la luz de Cristo”.
Prosiguiendo el camino de su
vida, el Papa ha recordado después el nuevo don que significó la llamada al ministerio
sacerdotal. Y tras haber aludido a lo que vivió durante su ordenación sacerdotal en
1951 en la catedral de Frisinga, ha subrayado, que el espíritu de Jesucristo es potencia
de perdón, es potencia de Divina Misericordia. Da la posibilidad de comenzar siempre
de nuevo. La amistad de Jesucristo es amistad de Aquel que hace de nosotros personas
que perdonan; de Aquel que también nos perdona; de Aquel que infunde en nosotros
la conciencia del deber interior del amor, del deber de corresponder a su confianza
con nuestra fidelidad.
El Señor ha llevado consigo sus heridas a la eternidad.
Él es un Dios herido; se ha dejado herir en el amor por nosotros. Las heridas son
para nosotros el signo que Dios nos comprende y que se deja herir por el amor hacia
nosotros.
La Misericordia de Dios nos acompaña cada día y podemos constatar
continuamente lo bueno que es Dios con nosotros. Yo, repetidamente compruebo, con
alegría reconocida, lo grande que es el coro de personas que me sostienen con su oración;
que con su fe y con su amor me ayudan a desarrollar mi ministerio; que son indulgentes
con mi debilidad, reconociendo también en la sombra de Pedro la luz benéfica de Jesucristo.
Por esto en este día y en esta hora doy gracias al Señor y a vosotros. Benedicto XVI
ha terminado la homilía con la oración del Papa San León Magno: “Orad a nuestro buen
Dios para que en nuestros días refuerce la fe, multiplique el amor y aumente la paz”.
Al
comienzo de la celebración el cardenal Angelo Sodano, decano del Colegio Cardenalicio,
en nombre de la asamblea se ha dirigido al Santo Padre para agradecer al Señor, por
los dones que ha concedido a Benedicto XVI en el curso de su vida “y por habérnoslo
dado como guía segura en nuestro camino. Sí, Santo Padre, siéntanos cercanos a Usted
en este día y continúe a guiarnos con el amor de siempre, siguiendo la invitación
dirigida a Pedro por el Buen Pastor: “Si me amas más que estos, apacienta mis ovejas”.
Con
la caridad de la verdad, ayúdenos a seguir con fidelidad el Evangelio de Cristo, ha
proseguido el cardenal Sodano, con la caridad de la gracia, alimente siempre nuestra
vida espiritual. Con la caridad del buen gobierno, ayúdenos a vivir en la Iglesia
de manera ordenada y coherente.
Antes de impartir la Bendición final, con
la que ha concluido esta solemne Misa, Benedicto XVI se ha dirigido a los fieles presentes
en la plaza de san Pedro en la habitual alocución previa al Regina Coelli.
Este
domingo, llamado tradicionalmente “Domingo in albis” - ha explicado el Papa- concluye
la semana o mejor dicho la “Octava” de Pascua, que la liturgia considera como único
día: “El día que actuó el Señor”. No es un tiempo cronológico, sino espiritual, que
Dios ha abierto en el tejido de los días cuando ha resucitado Cristo entre nosotros.
“El Espíritu Creador, - ha dicho el Santo Padre - infundiendo la vida nueva
y eterna en el cuerpo sepultado de Jesús de Nazaret, ha llevado a cumplimiento la
obra de la creación, dando origen a una “primicia”. Primicia de una humanidad nueva,
que al mimo tiempo es primicia de un nuevo mundo y de una nueva era. Esta renovación
del mundo se puede resumir en un palabra: la misma que Jesús resucitado pronunció
como saludo, y como victoria a sus discípulos: “La paz esté con vosotros”.
Tras
el canto del Regina Coelli el Papa ha saludado en varias lenguas. Este ha sido saludo
en español:
Saludo con
afecto a los peregrinos de lengua española. En particular a los alumnos del Instituto
de Fuensalida, Toledo. En este domingo dedicado a la Divina Misericordia, acudamos
a la Virgen María, madre del amor misericordioso, para que encontremos en Cristo resucitado
la fuente de la vida nueva. Al mismo tiempo, aprovecho para agradeceros de corazón
vuestra felicitación y vuestras oraciones por mi cumpleaños. ¡Que Dios os bendiga!
Dirigiéndose
a los fieles en polaco, Benedicto XVI ha recordado que hace cinco años en Cracovia
Juan Pablo II confió el mundo entero a la Divina Misericordia, de la cual la humanidad
tiene hoy tanta necesidad. Pidamos, ha dicho el Papa, para que este don de Dios se
haga realidad sobre todo en aquellas naciones dominadas por los abusos y atropellos,
el odio y la tragedia de la guerra. Que el Divino Amor derrote al pecado y que el
bien venza al mal. Tenemos que ser testigos de la misericordia. Os deseo a todos la
verdadera alegría pascual.
En italiano el Papa ha saludado a los fieles y peregrinos
que en este domingo de la Divina Misericordia se han reunido en la vecina Iglesia
de Santo Spiritu in Sasia para rezar el Regina Coelli. El Santo Padre ha animado a
este centro de espiritualidad invocando la celestial protección de Santa Faustina
Kowalska y del Siervo de Dios Juan Pablo II.