El Papa señala a los jóvenes de las diócesis de Roma que “la vida no tiene ningún
sentido si no se encuentra con el amor verdadero”
Viernes, 30 mar (RV).- Benedicto XVI dirigió ayer una invitación a los jóvenes de
las diócesis de Roma, reunidos ayer por la tarde en la Basílica de San Pedro y en
el Aula Pablo VI, “para que, con un testimonio auténticamente cristiano, edifiquen
en el mundo entero la civilización del Amor”. El Santo Padre pronunció estas palabras
durante la celebración de la liturgia penitencial en preparación de la XXII Jornada
Mundial de la Juventud que se celebrará en todas las diócesis el próximo domingo,
Domingo de Ramos.
“Un encuentro en torno a la Cruz”. De esta manera definió,
ayer tarde, Benedicto XVI la celebración de la liturgia penitencial en san Pedro
con los jóvenes de Roma. En el centro del altar estaba el crucifijo de la Capilla
Sixtina: “como signo de la misericordia divina encarnada por Jesús hasta la Cruz”.
El Papa recordó el mandamiento nuevo de Cristo, pronunciado antes de ser traicionado:
“Como yo os he amado, así amaos también los unos a los otros”. Un total de siete jóvenes
presentaron en el altar los siete pecados capitales, luego fueron encendidas siete
velas: “la luz de la esperanza traída por Jesús que ilumina la oscuridad de la realidad
humana manchada por el pecado”.
En este sentido, el Pontífice citó una parte
de la Encíclica Redeptor hominis de Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor.
Él para sí mismo es un ser incomprensible, su vida no tiene ningún sentido si no le
es revelado el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo vive y no lo hace suyo,
si no participa en plenitud. Es más, el cristiano no puede vivir sin amor. Incluso
si no encuentra el amor verdadero no se puede llamar plenamente cristiano.
“El
encuentro con la Persona de Cristo da vida a un nuevo horizonte”, dijo Benedicto XVI
citando la encíclica Deus Caritas est: “El amor de Dios por el hombre que se expresa
en plenitud en la Cruz, se describe con el término ágape, es decir, amor oblativo
que busca exclusivamente el bien del otro; pero también con el término eros”. Ese
amor que ofrece al hombre todo aquello que Dios es, como observó el propio Pontífice
en el Mensaje para esta Cuaresma, y es también un amor donde el corazón mismo de Dios,
el Omnipotente, espera el “sí” de sus criaturas como un joven esposo espera el de
su esposa.
Para decir “sí” a Cristo está el sacramento de la Confesión administrado
por el sacerdote: recibiéndolo con fe y devoción y después de un atento examen de
conciencia, el hombre abandona “la ilusión de una imposible autosuficiencia y la seducción
de las mentiras del Maligno”.
La Basílica de San Pedro quedó transformada
en un espacio de Misericordia. Los jóvenes romanos en primer lugar hicieron una petición
común de perdón y después se confesaron individualmente con el Santo Padre y con más
de doscientos sacerdotes. “Saliendo de esta celebración con los corazones rebosantes
por la experiencia del amor de Dios –dijo el Papa- Estad preparados para ‘osar’ el
amor en vuestras familias, en las relaciones con vuestros amigos y también con quien
os ha ofendido. Estad preparados para incidir con un testimonio auténticamente cristiano
en los ambientes de estudio y de trabajo, comprometeos en las comunidades parroquiales,
en los grupos, en los movimientos, en las asociaciones y en todos los ámbitos de la
sociedad”.
El Papa finalizó invitando a los jóvenes a vivir la etapa del noviazgo
en el amor verdadero, que comporta siempre el respeto recíproco, casto y responsable.
Y a los jóvenes llamados a la consagración les pidió responder con un “sí” a Dios
“generoso y sin compromisos”.