El Papa exhorta a los sacerdotes a prepararse con devoción y fidelidad para derrotar
al pecado, «nunca pactando con el mal», sino tendiendo a «la santidad»
Viernes, 16 mar (RV).- Al recibir a los participantes en el curso promovido por la
Penitenciaría Apostólica, el Santo Padre ha reiterado la importancia del sacramento
de la Penitencia, «también en este tiempo nuestro», haciendo hincapié en la «necesidad
de que los sacerdotes se preparen para administrarlo con devoción y fidelidad, en
alabanza de Dios y por la santificación del pueblo cristiano».
Tras hacer hincapié
en que se trata de una de las tareas que caracterizan el peculiar ministerio presbiteral,
en la que los sacerdotes ‘in persona Christi’ hacen visible, sobre todo, el amor de
Dios, que se reveló en Cristo en su plenitud, Benedicto XVI ha señalado que en «el
Sacramento del perdón y de la reconciliación, el presbítero – como recuerda el Catecismo
de la Iglesia Católica – actúa como ‘signo e instrumento del amor misericordioso de
Dios para con el pecador’ (n.1465)».
«Lo que sucede en este sacramento es,
ante todo, misterio de amor, obra del amor misericordioso del Señor», ha insistido
el Papa, señalando luego, una vez más, que «Dios es amor» y que todos necesitamos
sumergirnos en el manantial inextinguible del amor divino, que se manifiesta totalmente
en el misterio de la Cruz, para encontrar «la auténtica paz con Dios, con nosotros
mismos y con el prójimo». Sólo así se puede encontrar la energía interior indispensable
para derrotar el mal y el pecado», también en nuestro mundo de hoy: «El mundo contemporáneo
sigue presentado las contradicciones que destacaron los Padres del Concilio Vaticano
II en la Gaudium et spes, (n 4-10): vemos a una humanidad que quisiera ser autosuficiente,
donde no pocas personas consideran casi que pueden prescindir de Dios para vivir bien.
Sin embargo ¡cuántos parecen tristemente condenados a afrontar las dramáticas situaciones
de vacío existencial, cuánta violencia hay aún en la tierra, cuánta soledad pesa en
el alma del hombre en la era de la comunicación!».
Ante un mundo que parece
haber perdido «el sentido del pecado» y en el que aumentan «los complejos de culpabilidad»,
Benedicto XVI ha recordado que Cristo - que «muriendo derrotó para siempre la potencia
del mal con la omnipotencia del amor divino» - es quien «puede liberar el corazón
de los hombres de este yugo de muerte».
El compromiso del sacerdote y del confesor
es principalmente el de llevar a cada uno a experimentar el amor de Cristo, encontrándolo
en su propia vida, ha recordado asimismo el Papa: «El sacerdote, ministro del sacramento
de la Reconciliación, sienta siempre como deber suyo, el de hacer percibir, en las
palabras y en la forma de acercarse al penitente, el amor misericordioso de Dios.
Como el padre de la parábola del hijo pródigo, que acoja al pecador arrepentido, que
lo ayude a volver a levantarse del pecado, que lo aliente a enmendarse. Nunca pactando
con el mal, sino reanudando siempre el camino hacia la perfección evangélica. Que
esta bella experiencia del hijo pródigo que encuentra el padre toda la misericordia
divina sea la de cada uno que se confiesa, la del sacramento de la Reconciliación
Queridos hermanos, todo ello conlleva que el sacerdote comprometido en el ministerio
del sacramento de la Penitencia esté animado, él mismo, por una constante tensión
a la santidad».
Precisamente en los requisitos que deben cumplir los confesores,
ha insistido Benedicto XVI al concluir su discurso, volviendo a citar el Catecismo
de la Iglesia católica: «El confesor... debe tener un conocimiento probado del comportamiento
cristiano, experiencia de las cosas humanas, respeto y delicadeza con el que ha caído;
debe amar la verdad, ser fiel al magisterio de la Iglesia y conducir al penitente
con paciencia hacia su curación y su plena madurez. Debe orar y hacer penitencia por
él confiándolo a la misericordia del Señor».