Ejercicios espirituales del Papa y sus colaboradores de la Curia Romana: el sufrimiento
se debe afrontar con una confidente y apasionada búsqueda de Dios en la oración
Miércoles, 28 feb (RV).- Los misterios del Jueves Santo, donde se afrontan el amor
más alto del don eucarístico y el sufrimiento de la traición, y los eventos del Viernes
Santo, que muestran no solamente el dolor redentor de Cristo sino el rostro transfigurado
de su Madre: son los dos temas que ha abordado hoy en sus meditaciones de cuaresma
esta mañana, por el cardenal arzobispo emérito de Bolonia, Giacomo Biffi, ante Benedicto
XVI y la Curia Romana.
La acción decisiva de la redención cristiana parte
de un banquete y contiene un humano llamamiento a la memoria del hombre: “Haced esto
en memoria mía”. Durante la última cena, el Hijo de Dios pide a los hombres no ser
olvidado. De estos dos detalles, la memoria y el banquete, el cardenal Biffi ha extraído
algunos pensamientos sobre la importancia del Jueves Santo.
“La Eucaristía
-ha afirmado el purpurado- es esencialmente una memoria capaz, de rememorar dos milenios
de historia de la humanidad, muchas veces perdida y descuidad, para colocar al Hijo
del Creador entre las manos de sus criaturas. Es una memoria providencial, porque
realizándose por sí misma, consiente al hombre acordarse de Jesús incluso cuando está
distraído.
“Pero es también una memoria -ha observado el cardenal Biffi- que
también hay que tener presente”. “Vivir como cristianos quiere decir entonces prestar
cotidianamente atención a lo que Cristo ha dicho y ha hecho; a lo que Él es. Y esto,
ha añadido el predicador de los Ejercicios Espirituales, es muy importante y fundamental
porque acordarse de Cristo permite al hombre conocerse a sí mismo y entender cuál
es el objetivo de su vida: si Cristo es el Salvador entonces -ha subrayado el cardenal
Biffi- nosotros no somos autónomos, sino salvados.
Esta conciencia cristiana
es lo opuesto al hombre de nuestro tiempo, el cual -ha proseguido el arzobispo emérito
de Bolonia- está condicionado por la sutil agonía de saber cuál es su sitio en el
mundo variado de la Creación. Por otra parte, el aspecto de fraternal convivencia
de la Última cena -reflejo de la amistad y de la solidaridad que intervienen en el
acto humilde y humano del alimento- se convierte en la anticipación del banquete celestial.
Además, la escena del Cenáculo comprende también el aspecto de la traición. Entre
las muchas que padece, ha enfatizado el cardenal Biffi, Jesús vive también el sufrimiento
amargo y hiriente de la ingratitud y de la infidelidad. Y ha concluido: recemos para
que hasta el último instante de la vida podamos tener el don de la perseverancia y
de un corazón agradecido.
Del Cenáculo a Getsemaní. En el huerto de los olivos
ha recordado el cardenal Biffi en la segunda meditación de la mañana, aparece la humanidad
de Jesús: lo sentimos cercano con la intrínseca debilidad de su oración, la repulsión
del sufrimiento que sin embrago se convierte en un ofrecimiento al Padre. Y Cristo,
a un paso de consumar su Pasión, se convierte en el primer sacerdote que intercede
por la humanidad.
En la hora de la agonía Jesús para vencer la debilidad de
la prueba reza todavía más intensamente, ha hecho notar el predicador. Y esto, ha
dicho el cardenal Biffi, nos muestra como hay que afrontar el sufrimiento por parte
de un cristiano: no con la rebelión estéril o al recurso a filosofías no resolutivas
ni a través de un estoicismo valiente. El sufrimiento se debe afrontar con una confidente
y apasionada búsqueda de Dios en la oración.
Y además con otro paso, con una
total obediencia a Dios Padre, que ciertamente responderá a nuestras justas peticiones,
con una sabiduría más alta de nuestras propuestas y esperanzas. También en este caso
es Cristo quien nos ofrece el ejemplo: Dios -ha afirmado el predicador cuaresmal-
no aparta al Hijo de la prueba de la muerte, sino que hace que la muerte se convierta
en el inicio de la vida. Presiona casi a la muerte a colocarse bajo la bandera de
la resurrección.
Pero para comprender verdaderamente la plenitud de la Cruz
-ha finalizado el purpurado-, es menester mirar al Calvario con los ojos de María
que permanece valientemente al lado del suplicio terrible de su Hijo. El saber que
el sacrificio de Jesús significase la redención para los hombres no reduce su drama,
sino que éste fue transfigurado. “Con los de Jesús no hay que olvidar tampoco los
dolores de la Madre” ha concluido su meditación el cardenal Biffi.
En la tarde
de ayer, el Cardenal Giacomo Biffi ofreció al Papa y a la Curia un testimonio sobre
el tema “La admonición profética de Wladimir Solovev”. Para el purpurado, las enseñanzas
dejadas por el filosofo ruso son que el cristianismo no puede quedar reducido a un
conjunto de valores. En el centro del ser cristiano está el encuentro personal con
Jesucristo.