2007-02-27 15:44:36

Ejercicios espirituales del Papa y sus colaboradores de la Curia Romana: el humanismo separado del conocimiento de Cristo, o adverso a la fe cristiana, da lugar a una sociedad deshumana, como nos ha enseñado trágicamente el siglo XX


Martes, 27 feb (RV).- Prosiguen los ejercicios espirituales de Cuaresma de Benedicto XVI y de sus colaboradores de la Curia Romana. «El ‘descubrimiento’ del Señor del universo, de la historia y de los corazones» ha sido el título de la primera meditación. El cardenal Giacomo Biffi ha titulado su segunda meditación: «Nosotros, los eventos, la creación y la primacía universal de Cristo».

El purpurado ha recordado que el «Espíritu Santo no conoce barreras étnicas o culturales». Y que «todo humanismo separado del conocimiento de Cristo o adverso a la fe cristiana, da lugar a una sociedad deshumana y deshumanizadora, como nos ha enseñado trágicamente el siglo XX».

«El ‘descubrimiento’ del Señor del universo, de la historia y de los corazones» y «Nosotros, los eventos, la creación y la primacía universal de Cristo». Son las meditaciones que ha presentado esta mañana el cardenal Giacomo Biffi a Benedicto XVI y a los miembros de la Curia Romana, reflexionando sobre las perspectivas existenciales y pastorales, enfocadas desde la anagogía. Es decir, el sentido místico de la Sagrada Escritura, encaminado a dar idea de la bienaventuranza eterna y de la elevación del alma en la contemplación cristiana.

Haciendo hincapié en la primacía y en la universalidad de la Redención de Cristo, que nos ‘enseña a amar al prójimo’, ‘aunque sea difícil de amar’, aunque esté ‘lejos de nosotros cultural o étnicamente’, el arzobispo emérito de Bolonia ha destacado la importancia de la perspectiva cristocéntrica, ante las corrientes que nos proponen ‘renunciar a Cristo’ y que lo presentan como ‘superfluo para gran parte de la humanidad, puesto que cualquier hombre de buena fe es amigo de Dios’.

Ante quienes presentan a la Iglesia como único subsidio de alguna utilidad para algunos y ante quienes dicen que la vida cristiana es un recorrido facultativo ¿tenemos que seguir creyendo en el valor único e indispensable de la Cruz y de la Pascua de Resurrección, aún a costa de pasar por hombres con ideas cerradas e incapaces de comprensión?

O ¿debemos estar abiertos a lo verdadero, bueno y bello que encontramos en el mundo ‘extracristiano’, renunciando a creer en Cristo como único Maestro, único Salvador y único Señor? Para el cardenal Biffi hay una sola respuesta: «Me parece que hay sólo una forma de librarnos de estos dos abismos. Y es la de comprender que los valores, dondequiera que se encuentren, objetivamente son siempre suscitados por Cristo. Él, desde la derecha del Padre, obra en las mentes, en las conciencias y en los actos, por medio de su Espíritu, que sopla donde quiere. El Espíritu Santo es un poco anárquico ¿no? No conoce barreras étnicas o culturales. Y sabe ‘cristianizar’ realidades que aparentemente están muy lejos del Evangelio».

Tras destacar que «todo lo bueno viene de Cristo» y la pertenencia a Cristo de todo hombre - pertenencia que «no se identifica con la pertenencia eclesial» - el cardenal Biffi ha recordado el significado del pecado original, puesto que cada hombre nace en éste que es el ‘reino del príncipe de este mundo’. Lamentando que también algunos profesionales de la doctrina sagrada llegan a menoscabar el verdadero significado «del pecado original» - «que debe ser superado en el misterio de la vida redimida y por medio de la gracia de Cristo que libera al hombre, haciéndolo crecer en la semejanza a su Salvador» - el purpurado ha concluido sus meditaciones evocando el magisterio del Concilio Vaticano II sobre el Verbo Encarnado, el «hombre perfecto hecho realidad», y las trágicas consecuencias en la historia de un humanismo adverso a Cristo: «Como bien dice el Concilio Vaticano II, solamente en el misterio del Verbo Encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre. Por ello, todo humanismo separado del conocimiento de Cristo, o peor aún, programáticamente adverso a la fe cristiana, da lugar irremediablemente a una sociedad deshumana y deshumanizadora. Es la lección trágica que el siglo XX nos ha dejado, tan dramáticamente, con una evidencia y amplitud sin precedentes».







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