Benedicto XVI aconsejó ayer a los seminaristas del Seminario Mayor de Roma hablar
cada día con el Señor, no perder la amistad con los sacerdotes, y estar disponibles
para los fieles
Domingo, 18 feb (RV).- El Santo Padre visitó ayer sábado por la tarde el Seminario
Mayor Romano, con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de la Confianza. La tradicional
visita, -el último sábado antes de comenzar la Cuaresma-, había comenzado con Pablo
VI; Juan Pablo II consolidó la tradición, y Benedicto XVI ha vuelto a encontrarse
con sus seminaristas por segundo año consecutivo, como Obispo de Roma. Al llegar al
Seminario, el Papa fue acogido por el vicario di Roma, cardenal Camillo Ruini, y el
rector del Seminario, monseñor Giovanni Tani, además de los seminaristas que lo acogieron
con largos aplausos. Después de una breve oración en la Capilla de Nuestra Señora
de la Confianza, patrona del Seminario, se trasladó a la Capilla grande donde respondió
a las preguntas de algunos seminaristas.
El Rector del Seminario, Mons. Tani,
saludó al Santo Padre con estas palabras: “Nos encontramos alrededor de este altar
donde cada día celebramos la Santa Misa y todas las tardes vivimos la adoración eucarística:
son momentos fundamentales para crecer en la comunión con Cristo de donde brotan los
frutos e la vida sacerdotal”. El Rector, en una entrevista concedida a Radio Vaticano,
nos anticipaba ayer las líneas de promoción de vocaciones y las ayudas en la formación
de los futuros sacerdotes. “Cada año entra en el Seminario una decena de jóvenes
que se preparan para el sacerdocio, provenientes de un grupo en el propedéutico y
otros del Seminario menor –explicó el Rector- por tanto tenemos una media anual de
diez. Harían falta más, sin duda”.
El encuentro del Santo Padre con los seminaristas
se centró en el tema de cómo escuchar a Dios, para reconocer su voz, y después aceptar
nuestra fragilidad humana para seguir adelante. Las preguntas que le dirigieron los
seminaristas, se focalizaron en solicitar consejos para su larga etapa de formación
y la posterior actividad pastoral que les encomiende la Iglesia. Por su parte, los
alumnos de filosofía estaban interesados en el discernimiento de la voz de Dios entre
tantas voces como resuenan dentro de cada uno, o la articulación de la formación al
sacerdocio, comparándola con la etapa en que fue seminarista el propio Papa. Benedicto
XVI les respondió diciendo que Dios habla en formas diversas con nosotros, a través
de los acontecimientos de nuestra vida, pero sobre todo nos habla a través de la Sagrada
Escritura, por eso es importante leer las Escrituras como afirma san Pablo, pero no
como una palabra de los hombres o como documentos escritos, sino como palabra viva
de Dios.
“Y ante los problemas de la vida –reflexionó el Pontífice- es necesario
tener una actitud lo más serena y responsable posible”, porque -reconocía Benedicto
XVI-: ''Me parece que el Señor sabe que también en la Iglesia existe el pecado”. Es
necesario aceptar nuestra fragilidad, porque así conoceremos la necesidad que tenemos
de la gracia del Señor. “Ninguno de nosotros -decía el Papa- está a la altura de este
gran Sí como sacerdotes”, y en este sentido invitó a los seminaristas a ver el pecado
“no sólo en los demás, en las estructuras o en los altos cargos jerárquicos, sino
también en uno mismo”. Por último el Papa les exhortó a ser más humildes “de forma
que en la oración podamos comprender el verdadero tesoro de nuestra vida y ser así
verdaderamente ricos”.
Ante la pregunta de un seminarista de la Diócesis de
Roma, en el tercer año de Teología, referida a la Carta Apostólica de Juan Pablo II
“Salvifica doloris”, en la que emerge que el sufrimiento es fuente de riqueza espiritual
para todos los que acogen el sufrimiento de Cristo. ¿Cómo –ha preguntado el seminarista-
en un mundo en el que se busca cualquier medio lícito e ilícito para eliminar cualquier
forma de dolor, el sacerdocio puede ser testigo del sentido cristiano del sufrimiento
y cómo tiene que comportarse ante quien sufre, sin arriesgar ser retórico o patético?.
“Tenemos que hacer lo posible –respondió Benedicto XVI- para vencer los sufrimientos
de la humanidad y para ayudar a los que sufren, que son tantos en el mundo, y encontrar
una vida buena y ser liberados de los males causados por nosotros mismos: el hambre,
las epidemias etc… Pero al mismo tiempo –prosiguió el Papa- reconociendo este deber
de trabajar contra los sufrimientos causados por nosotros mismos, tenemos que reconocer
también y entender, que el sufrimiento es una parte esencial para la maduración humana.
Me viene en mente –evocó- la parábola del Señor sobre el grano caído en la tierra,
que sólo así, muriendo, puede dar fruto. Éste caer en la tierra y morir, no es el
hecho de un momento, sino que es, precisamente, el proceso de una vida”. Con este
mensaje el Pontífice ha querido matizar la necesidad de entender el misterio del sufrimiento.
“Quien promete una vida alegre y cómoda, miente –remarcó el Papa- El cristianismo
habla de la felicidad, pero sólo se llega a ella a través de la Cruz. Cada día –prosiguió-
hay dolor, cuando aprendemos a vivir con este dolor, nos volveremos también capaces
de ayudar a los demás”.
La última pregunta que le dirigieron al Pontífice los
seminaristas fue una petición de consejo para dar inicio a su ministerio presbiteral.
“No osaría daros muchos consejos para vuestra vida en la gran ciudad de Roma, ya
que es muy diferente de la que yo viví hace 50 años en Baviera –respondió el Papa-
Yo creo que lo esencial es esto: eucaristía, oración, hablar cada día con el Señor
sobre sus palabras y no peder la amistad con los sacerdotes que son la Iglesia viva,
y naturalmente, la disponibilidad a la gente que se os confía, porque de esa gente,
con sus dificultades, sus experiencias y sus dudas, podemos aprender a buscar y encontrar
a Dios, a nuestro Señor Jesucristo”.
Y en su diálogo con los seminaristas,
el Pontífice comentó ayer que había recibido una bella carta del cardenal Martini,
a quien “yo también le había enviado una carta por el octogésimo aniversario, somos
coetáneos –exclamó- Él me ha agradecido escribiendo que daba gracias al Señor por
el don de la perseverancia. También el bien, escribía Martini, se puede hacer sólo
de forma definitiva, pero para hacerlo de forma definitiva tenemos la necesidad de
la gracia de la perseverancia. El Señor me ha dado esta gracia –decía el Papa recordando
de memoria la carta de Martini- y espero que me la seguirá dando en esta última etapa
de mi camino sobre esta tierra”
El cardenal Martini cumplió ochenta años el
jueves pasado. En una misa celebrada en Santa María de Gallero de Ariccia, se detuvo
para hablar con algunos periodistas a quien les hizo saber que desde Jerusalén, donde
reside, reza por todo el mundo y también por Italia, donde también hay tensiones.
“La familia –afirmó Martini- es la célula de la sociedad y es por tanto algo muy importante
y es necesario hacer todo lo posible por promoverla. Es un deber de todos, y no sólo
de la Iglesia, de todo ser humano”.