Benedicto XVI clausura la Semana de oración por la unidad de los cristianos con una
homilía en la que señala que “la división de los cristianos es contraria al designio
de Dios”
Viernes, 26 ene (RV).- En la Basílica papal romana de San Pablo Extramuros, Benedicto
XVI presidió ayer tarde, las segundas vísperas de la solemnidad de la Conversión
de san Pablo Apóstol, como conclusión de la Semana de Oración por la Unidad de los
Cristianos. Participaron en la celebración los representantes de las otras Iglesias
y Comunidades eclesiales de Roma que fueron invitados, también este año, para rezar
coralmente por la unidad plena de los discípulos de Cristo, como testigos de su amor
en medio del mundo.
“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”, es el tema
bíblico propuesto por las comunidades cristianas de Sudáfrica, y fue sobre el que
el Papa reflexionó en su homilía. Un mensaje que se encuentra en toda la predicación
y la obra de Jesús. “No somos nosotros, los que hacemos y organizamos la unidad de
la Iglesia. La Iglesia no se hace a sí misma y no vive de sí misma, sino de la palabra
que viene de la boca de Dios”, dijo el Santo Padre, añadiendo después que “quien se
pone a la escucha de la palabra de Dios puede y debe hablar después y transmitirla
a los demás, a los que nunca la han escuchado antes, o a los que la han olvidado y
sepultado bajo las espinas de las preocupaciones y los engaños del mundo”.
Un
mundo que, según el Pontífice, “tiene necesidad de este testimonio”, de ahí que busque
ese testimonio a través de la escucha a Dios que “implica también la escucha reciproca
el dialogo entre las iglesias y las comunidades eclesiales”. Benedicto XVI señaló
que la unidad no se puede ciertamente imponer, va compartida y fundada sobre una común
participación en la única fe. Escuchar y hablar, comprender a los otros y comunicar
la propia fe son dimensiones por lo tanto esenciales de la praxis ecuménica. “El diálogo
honesto y leal –prosiguió el Papa- constituye el instrumento típico e imprescindible
de la búsqueda de la unidad”.
Y recordó que “el Decreto sobre el ecumenismo
del Concilio Vaticano II subraya que si los cristianos no se reconocen recíprocamente
no son ni inimaginables los progresos sobre la vía de la comunión”. Es indispensable
ciertamente “exponer, (como dice el Concilio), con claridad toda la doctrina”, para
un diálogo que afronte, discuta y supere las divergencias aún existentes entre los
cristianos, pero al mismo tiempo “el modo y el método de enunciar la fe católica no
debe de ninguna manera ser un obstáculo para el diálogo con los hermanos”.
“El
dialogo ecuménico comporta -añadió el Pontífice- la evangélica corrección fraterna
y conduce a un recíproco enriquecimiento espiritual para compartir las autenticas
experiencias de fe y de vida cristiana”. Para que esto tenga lugar es menester implorar
la asistencia de la gracia de Dios y la iluminación del Espíritu Santo y rezar confiadamente
“para que todos los discípulos de Cristo sean una cosa sola”. A la intercesión de
san Pablo, infatigable constructor de la unidad de la Iglesia, el Santo Padre confío
los frutos de la escucha y del testimonio común que se ha podido experimentar en los
múltiples encuentros fraternos y de diálogo que han tenido lugar en el curso de 2006,
ya sea con los Iglesias de Oriente, que con las Iglesias y Comunidades Eclesiales
en Occidente.
Al final de la homilía, el Papa "felicitó" a todos los artífices
de las excavaciones y estudios que han hecho que pueda ser visible para los peregrinos
la tumba de San Pablo, situada bajo el altar mayor de la basílica. Tras la ceremonia,
Benedicto XVI descendió al espacio que ha quedado abierto bajo el altar mayor donde
se puede apreciar la cripta en la que se encuentra el sarcófago de san Pablo. El Papa
escuchó a este respecto las explicaciones que le ofreció el arcipreste de la Basílica,
el cardenal Andrea Cordero Lanza di Montezemolo. Al descubrimiento del sarcófago se
llegó tras excavar, entre el altar mayor y el de San Timoteo, una pequeña cavidad
para no dañar el presbiterio y luego se prosiguió por un pequeño túnel hasta llegar
a la tumba del Apóstol.