La paz es a la vez un don y un deber: don que hay que pedir por medio de la oración,
y deber que hay que realizar con valentía y sin cansarse jamás
Lunes, 1 ene (RV).- Esta mañana a las 10, el Santo Padre ha presidido en la basílica
Vaticana, la Santa Misa de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y Jornada
Mundial de la Paz 2007. Recordamos que el tema del Mensaje de Benedicto XVI para esta
Jornada es «La persona humana, corazón de la paz». Benedicto XVI ha comenzado la homilía
recordando como la liturgia de hoy contempla, como un mosaico, los diversos hechos
y realidades mesiánicas, pero que la atención se concentra particularmente en María,
Madre de Dios. Iniciamos un nuevo año solar, que es un ulterior periodo
de tiempo que la Providencia divina nos ofrece en el contexto de la salvación inaugurada
por Cristo ¿Pero el Verbo eterno no ha entrado en el tiempo precisamente por María?
Se ha preguntado el Papa y ha respondido aludiendo a los textos de la liturgia de
hoy.
Además de la maternidad hoy se evidencia también la virginidad de María
–ha señalado el Obispo de Roma- Se trata de dos prerrogativas que van siempre proclamadas
juntas y de manera indisociable, porque se integran y se cualifican conjuntamente.
María es madre, pero madre virgen; María es virgen, pero virgen madre. Si se separa
un aspecto del otro no se comprende plenamente el misterio de María, como los Evangelios
nos lo presentan. Madre de Cristo, María es también Madre de la Iglesia, como
quiso proclamar, mi venerado predecesor, el Siervo de Dios Pablo VI el 21 de noviembre
de 1964, durante el Concilio Vaticano II. María, es finalmente, Madre espiritual de
toda la humanidad, porque para todos Jesús ha dado su sangre en la cruz, y a todos
desde la cruz ha confiado sus maternales delicadezas.
Seguidamente el Papa
se ha dirigido cordialmente a los embajadores, al cardenal Secretario de Estado Tarcisio
Bertone, al cardenal Renato Martino presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz
así como a los componentes del mismo reconociéndoles el esfuerzo que realizan día
a día. Después ha abordado el Mensaje de este año: «La persona humana, corazón de
la paz».
“Estoy profundamente convencido que “respetando la persona se promueve
la paz, y construyendo la paz se colocan las premisas para un auténtico humanismo
integral. Este es un esfuerzo que compete de manera peculiar al cristiano, llamado
“a ser infatigable constructor de paz y valiente defensor de la dignidad de la persona
humana y de sus inalienables derechos”. Precisamente porque ha sido creado a imagen
y semejanza de Dios, todo individuo humano, sin distinción de raza, cultura y religión,
está revestido de la misma dignidad de persona. Por esto va respetada, y ninguna
razón puede justificar jamás que se disponga de ella a placer, como si fuera un objeto. Ante
la amenaza de la paz, por desgracia siempre presente, ante las situaciones de injusticia
y de violencia, que continúan persistiendo en diversas regiones de la tierra, ante
la permanencia de conflictos armados, muchas veces olvidados por la basta opinión
pública, y el peligro del terrorismo que turba la serenidad de los pueblos, es más
necesario que nunca trabajar juntos por la paz. Ésta, así lo he recordado en
el Mensaje, ha dicho Benedicto XVI, es “a la vez un don y un deber”: don de invocar
por medio de la oración, deber que hay que realizar con valentía sin cansarse jamás. El
deseo que formulo ante los representantes de las Naciones aquí presentes, ha dicho
el Papa en su homilía, es que la Comunidad internacional alcance los propios esfuerzos,
para que en nombre de Dios se construya un mundo en el que los esenciales derechos
del hombre sean respetados por todos. “Es importante, por lo tanto, que los Organismos
internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los derechos del hombre.
Esto hará que les aparte del riesgo, por desgracia siempre latente, de deslizar hacia
una personal interpretación solamente positivista”.
Benedicto XVI ha finalizado
su homilía pidiendo a María, madre de Dios, que nos ayude a acoger a su Hijo, y en
Él, la verdadera paz. ¡Pidámosle que ilumine nuestros ojos, para que sepamos reconocer
la Faz de Cristo en el rostro de cada persona humana, corazón de la paz!