2007-01-03 13:37:15

Benedicto XVI preside las primeras Vísperas Solemnes de María Santísima Madre de Dios y el Te Deum de Acción de Gracias por el año que terminó


Lunes, 1 ene (RV).- Benedicto XVI presidió ayer, a las seis de al tarde, las primeras Vísperas Solemnes de María Santísima Madre de Dios y el Te Deum de Acción de Gracias por el año que terminaba en la Basílica de San Pedro. El Santo Padre en su homilía, tras agradecer a todos los que quisieron unirse a él en esta última celebración del año, recordó que la noche del 31 de diciembre se entrecruzan, diversas prospectivas, una está ligada a la conclusión de este año civil, la otra a la solemnidad litúrgica de María Santísima Madre de Dios, que concluye la octava de la Santa Navidad.

Benedicto VI asimismo recordó que el primer evento es común a todos, el segundo es propio de los creyentes. Su entrecruzamiento confiere a esta celebración vespertina un carácter singular en un particular clima espiritual que invita a la reflexión. Refiriéndose al primer tema, el relacionado con la dimensión del tiempo, el Papa dijo que en las últimas horas de cada año solar, asistimos al repetirse de algunos “ritos” mundanos, que, en el contexto actual están orientados a la diversión, muchas veces vivida como evasión de la realidad, casi como queriendo exorcizar los aspectos negativos y propiciar improbables fortunas.

¡Cuán diverso debe ser el planteamiento de la Comunidad cristiana! La Iglesia está llamada a vivir estas horas haciendo propios los sentimientos de la Virgen María. Y, junto con Ella, la comunidad cristiana está invitada a mantener la mirada fija en el Niño Jesús, el nuevo Sol surgido en el horizonte de la humanidad confortada por su luz, y en particular, a presentarle “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de hoy, sobre todo las de los pobres y de todos aquellos cuantos sufren”. (Conc. Vat. II, Cost. Gaudium et spes, 1)

Por lo tanto, prosiguió el Sucesor de Pedro, se confrontan dos diversas valoraciones de la dimensión “tiempo”, una de carácter cuantitativo y la otra de carácter cualitativo. Por una parte, explicó el Santo Padre, está el ciclo solar con sus ritmos, por la otra aquello que san Pablo llama la “plenitud de los tiempos”, es decir el momento culminante de la historia del universo y del género humano, cuando el Hijo de Dios nació en el mundo.

La venida del Mesías, preanunciada por los Profetas, es el Advenimiento cualitativamente más importante de toda la historia, a la cual confiere su último y pleno sentido. No son las coordenadas histórico-políticas las que condicionan las opciones de Dios, sino, por el contrario, es el advenimiento de la Encarnación el que “llena” de valor y de significado la historia. Nosotros, que venimos después de dos mil años desde que ocurrió este Evento, podemos afirmar esto, inclusive a posteriori, después de haber conocido todo el acontecer de Jesús, hasta su muerte y resurrección. Nosotros, somos testigos contemporáneamente de su gloria y de su humildad, del valor inmenso de su venida y del infinito respeto de Dios por nosotros los hombres y por nuestra historia. El no ha llenado el tiempo volcándose en él desde lo alto, sino desde lo interno, haciéndose una pequeña semilla para conducir a la humanidad hasta su plena maduración.

Aludiendo a la Carta de san Pablo a los Gálatas, Benedicto XVI destacó que si el Hijo de Dios hubiese nacido solamente “tramite” una mujer, no habría asumido realmente nuestra humanidad, cosa que en cambio hizo tomando carne “de” María. La maternidad de María es, por lo tanto, verdadera y plenamente humana. El es el Hijo de Dios, está generado de El, y al mismo tiempo es hijo de una mujer, María. Viene de ella. Es de Dios y de María. Por esto la Madre de Jesús se puede y se debe llamar Madre de Dios. Este título, que en griego suena Theotókos, fue definido dogmáticamente, en el año 431, por el Concilio de Éfeso, ciudad que recordó el Papa, tuvo la gracia de visitar en peregrinación hace un mes, durante su viaje apostólico en Turquía.

Theotókos, Madre di Dios: cada vez que rezamos el Ave María, nos dirigimos a la Virgen con este título, suplicándole de rogar “por nosotros pecadores”. Al concluir un año, sentimos la necesidad de invocar especialmente la maternal intercesión de María Santísima para la ciudad de Roma, para Italia, para Europa y para el mundo entero. A ella, que es la Madre de la Misericordia encarnada, confiamos sobre todo las situaciones en las cuales solo la gracia del Señor puede traer paz, consuelo y justicia.

Ninguna cosa es imposible para Dios, oyó decir la Virgen del Ángel que le anunciaba su divina maternidad. María creyó, y por esto es bienaventurada. Aquello que es imposible al hombre, es posible para quien cree. Por ello, mientras concluye el 2006 y se entrevé ya el alba del 2007, pidámosle a la Madre de Dios que nos obtenga el don de una fe madura: una fe que quisiéramos que se asemejara lo más posible a la suya, una fe límpida, genuina, humilde y al mismo tiempo valerosa, hecha de esperanza y entusiasmo por el Reino de Dios, una fe lejana de cualquier fanatismo, tendiente a cooperar en plena y gozosa obediencia en la divina voluntad, en la absoluta certeza de que Dios no quiere otra cosa que amor y vida, siempre y para todos. Obtén para nosotros María una fe auténtica y pura. Que tú seas siempre alabada y bendecida, santa Madre de Dios. Concluida la celebración el Papa visitó el belén que se encuentra en la Plaza de San Pedro.







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