Jornada Mundial de la Paz 2007: el Papa insta a la comunidad internacional a corroborar
el derecho internacional humanitario y aplicarlo en todas las situaciones actuales
de conflicto armado
Martes, 12 dic (RV).- Al comienzo del nuevo año, Benedicto XVI quiere hacer llegar
sus «deseos de paz» «a los gobernantes y a los responsables de las naciones, así como
a todos los hombres y mujeres de buena voluntad». Es como empieza, el Mensaje del
Papa para la Jornada Mundial de la Paz 2007 - que lleva la fecha del pasado 8 de diciembre,
solemnidad de la Inmaculada - y que ha sido presentado esta mañana en la Oficina de
Prensa de la Santa Sede.
El Santo Padre dirige sus deseos de paz, «en particular
a todos los que están probados por el dolor y el sufrimiento, a los que viven bajo
la amenaza de la violencia y la fuerza de las armas o que, agraviados en su dignidad,
esperan en su rescate humano y social». Los dirige «a los niños, que con su inocencia
enriquecen de bondad y esperanza a la humanidad y, con su dolor, nos impulsan a todos
trabajar por la justicia y la paz».
«Pensando precisamente en los niños, especialmente
en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y la maldad de adultos
sin escrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de la Paz, la atención
de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón de la paz», escribe Benedicto
XVI, haciendo hincapié en que está «convencido de que respetando a la persona se promueve
la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral.
Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones».
«La
paz es el mismo tiempo un don y una tarea», reitera el Papa en este Mensaje, pasando
revista luego a los apremiantes desafíos contra la paz en el mundo. En el apartado
dedicado al derecho a la vida y a la libertad religiosa, Benedicto XVI señala que
«es preciso denunciar el estrago que se hace de la vida en nuestra sociedad: además
de las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de
violencia, hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación
sobre los embriones y la eutanasia».
«Respecto a la libre expresión de la propia
fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo», advierte asimismo el
Papa, refiriéndose a las dificultades que tanto «los cristianos como los seguidores
de otras religiones encuentran a menudo para profesar pública y libremente sus propias
convicciones religiosas». Hablando en particular de los cristianos, Benedicto XVI
nota «con dolor que a veces no sólo se ven impedidos, sino que en algunos Estados
son incluso perseguidos», incluso con «feroz violencia». Hay regímenes que imponen
«una única religión», mientras que otros «indiferentes alimentan no tanto una persecución
violenta, sino un escarnio cultural».
Insistiendo luego en «la igualdad de
naturaleza de todas las personas», el Papa recuerda que todavía hay trágicas e insidiosas
injusticias en el mundo. Entre ellas, cita «las desigualdades en el acceso a bienes
esenciales como la comida, el agua, la casa o la salud» y «las persistentes desigualdades
entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales».
En
este contexto, Benedicto XVI lamenta «las gravísimas carencias que sufren muchas poblaciones,
especialmente del Continente africano», que originan «reivindicaciones violentas»
y que «son por tanto una tremenda herida infligida a la paz».
«La insuficiente
consideración de la condición femenina provoca también factores de inestabilidad en
el orden social», advierte además el Papa, pensando «en la explotación de mujeres
tratadas como objetos y en tantas formas de falta de respeto a su dignidad». Y «en
las concepciones antropológicas persistentes en algunas culturas, que todavía asignan
a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio del hombre, con consecuencias que
ofenden su dignidad y el ejercicio de las libertades fundamentales».
Citando
luego la importancia de «la ecología de la paz» y la encíclica de Juan Pablo II, Centesimus
annus, Benedicto XVI recuerda el problema cada día más grave del abastecimiento energético.
El Papa pone en guardia contra las injusticias y los antagonismos que podría provocar
una carrera a las fuentes de energía que no tenga en cuenta a los pueblos excluidos
de esta competición. «La destrucción del ambiente, su uso impropio o egoísta y el
acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones, conflictos
y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo...»
que fomenta la «capacidad destructiva del hombre».
Haciendo hincapié en que
«nunca es aceptable una guerra en nombre de Dios» - pues «cuando una cierta concepción
de Dios da origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido
ya en ideología» - el Santo Padre señala también que «hoy la paz peligra también por
la indiferencia ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre».
«Una
paz estable y verdadera presupone el respeto de los derechos del hombre», escribe
también Benedicto XVI, poniendo en guardia contra «una concepción relativista de la
persona cuando se trata de justificar y defender sus derechos». Derechos que implican
deberes, recuerda luego el Santo Padre, destacando la responsabilidad que tienen,
en este contexto, los Organismos internacionales.
En lo que se refiere al «derecho
internacional humanitario» y al «derecho interno de los Estados», Benedicto XVI lamenta
algunas situaciones bélicas recientes. Y cita el conflicto en el Sur del Líbano, en
el que se ha desatendido «la obligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes,
y de no implicar a la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración
de los conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuado con formas
inéditas de violencia, exigen que la comunidad internacional corrobore el derecho
internacional humanitario y lo aplique en todas las situaciones actuales de conflicto
armado, incluidas las que no están previstas por el derecho internacional vigente».
Además - escribe Benedicto XVI - «la plaga del terrorismo reclama una reflexión
profunda sobre los límites éticos implicados en el uso de los instrumentos modernos
de la seguridad nacional». Pues «cada vez más frecuentemente los conflictos no son
declarados, sobre todo cuando los desencadenan grupos terroristas decididos a alcanzar
por cualquier medio sus objetivos». Los Estados deben establecer reglas más claras,
para contrastar la dramática desorientación que se está dando. La guerra es siempre
un fracaso para la comunidad internacional y una gran pérdida para la humanidad»
«Otro
elemento que suscita gran inquietud es la voluntad, manifestada recientemente por
algunos Estados, de poseer armas nucleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima
difuso de incertidumbre y de temor ante una posible catástrofe atómica», afirma el
Papa, reiterando luego la importancia de los acuerdos internacionales para la no proliferación
de armas nucleares y de un firme compromiso para la disminución y desmantelamiento
definitivo de estas armas pues «¡está en juego la suerte de toda la familia humana!».
El
Mensaje de Benedicto XVI termina con «un llamamiento apremiante» para que «todo cristiano
se sienta comprometido en ser un trabajador incansable en favor de la paz y un valiente
defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables».
«Al
comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre peligros y problemas— con el
corazón lleno de esperanza», el Papa confía su «constante oración por toda la humanidad
a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, ‘nuestra paz’ (Ef 2,14)».
Mensaje
completo
LA PERSONA HUMANA, CORAZÓN DE LA PAZ 1. AL COMIENZO DEL NUEVO
AÑO, quiero hacer llegar a los gobernantes y a los responsables de las naciones, así
como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, mis deseos de paz. Los dirijo
en particular a todos los que están probados por el dolor y el sufrimiento, a los
que viven bajo la amenaza de la violencia y la fuerza de las armas o que, agraviados
en su dignidad, esperan en su rescate humano y social. Los dirijo a los niños, que
con su inocencia enriquecen de bondad y esperanza a la humanidad y, con su dolor,
nos impulsan a todos trabajar por la justicia y la paz. Pensando precisamente en los
niños, especialmente en los que tienen su futuro comprometido por la explotación y
la maldad de adultos sin escrúpulos, he querido que, con ocasión del Día Mundial de
la Paz, la atención de todos se centre en el tema: La persona humana, corazón de la
paz. En efecto, estoy convencido de que respetando a la persona se promueve la paz,
y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral.
Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones. La persona
humana y la paz: don y tarea
2. La Sagrada Escritura dice: « Dios creó el hombre
a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó » (Gn 1,27). Por haber
sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es solamente
algo, sino alguien, capaz de conocerse, de poseerse, de entregarse libremente y de
entrar en comunión con otras personas. Al mismo tiempo, por la gracia, está llamado
a una alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y amor que nadie más
puede dar en su lugar.1 En esta perspectiva admirable, se comprende la tarea que se
ha confiado al ser humano de madurar en su capacidad de amor y de hacer progresar
el mundo, renovándolo en la justicia y en la paz. San Agustín enseña con una elocuente
síntesis: « Dios, que nos ha creado sin nosotros, no ha querido salvarnos sin nosotros
».2 Por tanto, es preciso que todos los seres humanos cultiven la conciencia de los
dos aspectos, del don y de la tarea.
3. También la paz es al mismo tiempo un
don y una tarea. Si bien es verdad que la paz entre los individuos y los pueblos,
la capacidad de vivir unos con otros, estableciendo relaciones de justicia y solidaridad,
supone un compromiso permanente, también es verdad, y lo es más aún, que la paz es
un don de Dios. En efecto, la paz es una característica del obrar divino, que se manifiesta
tanto en la creación de un universo ordenado y armonioso como en la redención de la
humanidad, que necesita ser rescatada del desorden del pecado. Creación y Redención
muestran, pues, la clave de lectura que introduce a la comprensión del sentido de
nuestra existencia sobre la tierra. Mi venerado predecesor Juan Pablo II, dirigiéndose
a la Asamblea General de las Naciones Unidas el 5 de octubre de 1995, dijo que nosotros
« no vivimos en un mundo irracional o sin sentido [...], hay una lógica moral que
ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los
pueblos ».3 La “gramática” trascendente, es decir, el conjunto de reglas de actuación
individual y de relación entre las personas en justicia y solidaridad, está inscrita
en las conciencias, en las que se refleja el sabio proyecto de Dios. Como he querido
reafirmar recientemente, « creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón
y no la Irracionalidad ».4 Por tanto, la paz es también una tarea que a cada uno exige
una respuesta personal coherente con el plan divino. El criterio en el que debe inspirarse
dicha respuesta no puede ser otro que el respeto de la “gramática” escrita en el corazón
del hombre por su divino Creador.
En esta perspectiva, las normas del derecho
natural no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si
coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una llamada
a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal inscrito en la naturaleza del
ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos —en sus respectivas culturas— pueden
acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios. Por tanto, el reconocimiento
y el respeto de la ley natural son también hoy la gran base para el diálogo entre
los creyentes de las diversas religiones, así como entre los creyentes e incluso los
no creyentes. Éste es un gran punto de encuentro y, por tanto, un presupuesto fundamental
para una paz auténtica.
El derecho a la vida y a la libertad religiosa 4.
El deber de respetar la dignidad de cada ser humano, en el cual se refleja la imagen
del Creador, comporta como consecuencia que no se puede disponer libremente de la
persona. Quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo
para violar los derechos de los otros menos afortunados. En efecto, la paz se basa
en el respeto de todos. Consciente de ello, la Iglesia se hace pregonera de los derechos
fundamentales de cada persona. En particular, reivindica el respeto de la vida y la
libertad religiosa de todos. El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece
un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a
su entera disposición. Igualmente, la afirmación del derecho a la libertad religiosa
pone de manifiesto la relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo
sustrae a la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida y a la libre expresión
de la propia fe en Dios no están sometidos al poder del hombre. La paz necesita que
se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán
intromisiones inaceptables en ese patrimonio de valores que es propio del hombre como
tal.
5. Por lo que se refiere al derecho a la vida, es preciso denunciar el
estrago que se hace de ella en nuestra sociedad: además de las víctimas de los conflictos
armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, hay muertes silenciosas
provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia.
¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El aborto y la experimentación sobre
los embriones son una negación directa de la actitud de acogida del otro, indispensable
para establecer relaciones de paz duraderas. Respecto a la libre expresión de la propia
fe, hay un síntoma preocupante de falta de paz en el mundo, que se manifiesta en las
dificultades que tanto los cristianos como los seguidores de otras religiones encuentran
a menudo para profesar pública y libremente sus propias convicciones religiosas. Hablando
en particular de los cristianos, debo notar con dolor que a veces no sólo se ven impedidos,
sino que en algunos Estados son incluso perseguidos, y recientemente se han debido
constatar también trágicos episodios de feroz violencia. Hay regímenes que imponen
a todos una única religión, mientras que otros regímenes indiferentes alimentan no
tanto una persecución violenta, sino un escarnio cultural sistemático respecto a las
creencias religiosas. En todo caso, no se respeta un derecho humano fundamental, con
graves repercusiones para la convivencia pacífica. Esto promueve necesariamente una
mentalidad y una cultura negativa para la paz.
La igualdad de naturaleza
de todas las personas 6. En el origen de frecuentes tensiones que amenazan
la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente,
hay todavía en el mundo. Entre ellas son particularmente insidiosas, por un lado,
las desigualdades en el acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la casa
o la salud; por otro, las persistentes desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio
de los derechos humanos fundamentales.
Un elemento de importancia primordial
para la construcción de la paz es el reconocimiento de la igualdad esencial entre
las personas humanas, que nace de su misma dignidad trascendente. En este sentido,
la igualdad es, pues, un bien de todos, inscrito en esa “gramática” natural que se
desprende del proyecto divino de la creación; un bien que no se puede desatender ni
despreciar sin provocar graves consecuencias que ponen en peligro la paz. Las gravísimas
carencias que sufren muchas poblaciones, especialmente del Continente africano, están
en el origen de reivindicaciones violentas y son por tanto una tremenda herida infligida
a la paz.
7. La insuficiente consideración de la condición femenina provoca
también factores de inestabilidad en el orden social. Pienso en la explotación de
mujeres tratadas como objetos y en tantas formas de falta de respeto a su dignidad;
pienso igualmente —en un contexto diverso— en las concepciones antropológicas persistentes
en algunas culturas, que todavía asignan a la mujer un papel de gran sumisión al arbitrio
del hombre, con consecuencias ofensivas a su dignidad de persona y al ejercicio de
las libertades fundamentales mismas. No se puede caer en la ilusión de que la paz
está asegurada mientras no se superen también estas formas de discriminación, que
laceran la dignidad personal inscrita por el Creador en cada ser humano.5
La
ecología de la paz 8. Juan Pablo II, en su Carta encíclica Centesimus annus,
escribe: « No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla
respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada;
incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura
natural y moral de la que ha sido dotado ».6 Respondiendo a este don que el Creador
le ha confiado, el hombre, junto con sus semejantes, puede dar vida a un mundo de
paz. Así, pues, además de la ecología de la naturaleza hay una ecología que podemos
llamar « humana », y que a su vez requiere una « ecología social ». Esto comporta
que la humanidad, si tiene verdadero interés por la paz, debe tener siempre presente
la interrelación entre la ecología natural, es decir el respeto por la naturaleza,
y la ecología humana. La experiencia demuestra que toda actitud irrespetuosa con el
medio ambiente conlleva daños a la convivencia humana, y viceversa. Cada vez se ve
más claramente un nexo inseparable entre la paz con la creación y la paz entre los
hombres. Una y otra presuponen la paz con Dios. La poética oración de San Francisco
conocida como el “Cántico del Hermano Sol”, es un admirable ejemplo, siempre actual,
de esta multiforme ecología de la paz.
9. El problema cada día más grave del
abastecimiento energético nos ayuda a comprender la fuerte relación entre una y otra
ecología. En estos años, nuevas naciones han entrado con pujanza en la producción
industrial, incrementando las necesidades energéticas. Eso está provocando una competitividad
ante los recursos disponibles sin parangón con situaciones precedentes. Mientras tanto,
en algunas regiones del planeta se viven aún condiciones de gran atraso, en las que
el desarrollo está prácticamente bloqueado, motivado también por la subida de los
precios de la energía. ¿Qué será de esas poblaciones? ¿Qué género de desarrollo, o
de no desarrollo, les impondrá la escasez de abastecimiento energético? ¿Qué injusticias
y antagonismos provocará la carrera a las fuentes de energía? Y ¿cómo reaccionarán
los excluidos de esta competición? Son preguntas que evidencian cómo el respeto por
la naturaleza está vinculado estrechamente con la necesidad de establecer entre los
hombres y las naciones relaciones atentas a la dignidad de la persona y capaces de
satisfacer sus auténticas necesidades. La destrucción del ambiente, su uso impropio
o egoísta y el acaparamiento violento de los recursos de la tierra, generan fricciones,
conflictos y guerras, precisamente porque son fruto de un concepto inhumano de desarrollo.
En efecto, un desarrollo que se limitara al aspecto técnico y económico, descuidando
la dimensión moral y religiosa, no sería un desarrollo humano integral y, al ser unilateral,
terminaría fomentando la capacidad destructiva del hombre. Concepciones restrictivas
del hombre
10. Es apremiante, pues, incluso en el marco de las dificultades
y tensiones internacionales actuales, el esfuerzo por abrir paso a una ecología humana
que favorezca el crecimiento del « árbol de la paz ». Para acometer una empresa como
ésta, es preciso dejarse guiar por una visión de la persona no viciada por prejuicios
ideológicos y culturales, o intereses políticos y económicos, que inciten al odio
y a la violencia. Es comprensible que la visión del hombre varíe en las diversas culturas.
Lo que no es admisible es que se promuevan concepciones antropológicas que conlleven
el germen de la contraposición y la violencia. Son igualmente inaceptables las concepciones
de Dios que impulsen a la intolerancia ante nuestros semejantes y el recurso a la
violencia contra ellos. Éste es un punto que se ha de reafirmar con claridad: nunca
es aceptable una guerra en nombre de Dios. Cuando una cierta concepción de Dios da
origen a hechos criminales, es señal de que dicha concepción se ha convertido ya en
ideología.
11. Pero hoy la paz peligra no sólo por el conflicto entre las concepciones
restrictivas del hombre, o sea, entre las ideologías. Peligra también por la indiferencia
ante lo que constituye la verdadera naturaleza del hombre. En efecto, son muchos en
nuestros tiempos los que niegan la existencia de una naturaleza humana específica,
haciendo así posible las más extravagantes interpretaciones de las dimensiones constitutivas
esenciales del ser humano. También en esto se necesita claridad: una consideración
“débil” de la persona, que dé pie a cualquier concepción, incluso excéntrica, sólo
en apariencia favorece la paz. En realidad, impide el diálogo auténtico y abre las
puertas a la intervención de imposiciones autoritarias, terminando así por dejar indefensa
a la persona misma y, en consecuencia, presa fácil de la opresión y la violencia.
Derechos
humanos y Organizaciones internacionales 12. Una paz estable y verdadera presupone
el respeto de los derechos del hombre. Pero si éstos se basan en una concepción débil
de la persona, ¿cómo evitar que se debiliten también ellos mismos? Se pone así de
manifiesto la profunda insuficiencia de una concepción relativista de la persona cuando
se trata de justificar y defender sus derechos. La aporía es patente en este caso:
los derechos se proponen como absolutos, pero el fundamento que se aduce para ello
es sólo relativo. ¿Por qué sorprenderse cuando, ante las exigencias “incómodas” que
impone uno u otro derecho, alguien se atreviera a negarlo o decidera relegarlo? Sólo
si están arraigados en bases objetivas de la naturaleza que el Creador ha dado al
hombre, los derechos que se le han atribuido pueden ser afirmados sin temor de ser
desmentidos. Por lo demás, es patente que los derechos del hombre implican a su vez
deberes. A este respecto, bien decía el mahatma Gandhi: « El Ganges de los derechos
desciende del Himalaya de los deberes ». Únicamente aclarando estos presupuestos de
fondo, los derechos humanos, sometidos hoy a continuos ataques, pueden ser defendidos
adecuadamente. Sin esta aclaración, se termina por usar la expresión misma de « derechos
humanos », sobrentendiendo sujetos muy diversos entre sí: para algunos, será la persona
humana caracterizada por una dignidad permanente y por derechos siempre válidos, para
todos y en cualquier lugar; para otros, una persona con dignidad versátil y con derechos
siempre negociables, tanto en los contenidos como en el tiempo y en el espacio. 13.
Los Organismos internacionales se refieren continuamente a la tutela de los derechos
humanos y, en particular, lo hace la Organización de las Naciones Unidas que, con
la Declaración Universal de 1948, se ha propuesto como tarea fundamental la promoción
de los derechos del hombre. Se considera dicha Declaración como una forma de compromiso
moral asumido por la humanidad entera. Esto manifiesta una profunda verdad sobre todo
si se entienden los derechos descritos en la Declaración no simplemente como fundados
en la decisión de la asamblea que los ha aprobado, sino en la naturaleza misma del
hombre y en su dignidad inalienable de persona creada por Dios. Por tanto, es importante
que los Organismos internacionales no pierdan de vista el fundamento natural de los
derechos del hombre. Eso los pondría a salvo del riesgo, por desgracia siempre al
acecho, de ir cayendo hacia una interpretación meramente positivista de los mismos.
Si esto ocurriera, los Organismos internacionales perderían la autoridad necesaria
para desempeñar el papel de defensores de los derechos fundamentales de la persona
y de los pueblos, que es la justificación principal de su propia existencia y actuación.
Derecho
internacional humanitario y derecho interno de los Estados 14. A partir de
la convicción de que existen derechos humanos inalienables vinculados a la naturaleza
común de los hombres, se ha elaborado un derecho internacional humanitario, a cuya
observancia se han comprometido los Estados, incluso en caso de guerra. Lamentablemente,
y dejando aparte el pasado, este derecho no ha sido aplicado coherentemente en algunas
situaciones bélicas recientes. Así ha ocurrido, por ejemplo, en el conflicto que hace
meses ha tenido como escenario el Sur del Líbano, en el que se ha desatendido en buena
parte la obligación de proteger y ayudar a las víctimas inocentes, y de no implicar
a la población civil. El doloroso caso del Líbano y la nueva configuración de los
conflictos, sobre todo desde que la amenaza terrorista ha actuado con formas inéditas
de violencia, exigen que la comunidad internacional corrobore el derecho internacional
humanitario y lo aplique en todas las situaciones actuales de conflicto armado, incluidas
las que no están previstas por el derecho internacional vigente. Además, la plaga
del terrorismo reclama una reflexión profunda sobre los límites éticos implicados
en el uso de los instrumentos modernos de la seguridad nacional. En efecto, cada vez
más frecuentemente los conflictos no son declarados, sobre todo cuando los desencadenan
grupos terroristas decididos a alcanzar por cualquier medio sus objetivos. Ante los
hechos sobrecogedores de estos últimos años, los Estados deben percibir la necesidad
de establecer reglas más claras, capaces de contrastar eficazmente la dramática desorientación
que se está dando. La guerra es siempre un fracaso para la comunidad internacional
y una gran pérdida para la humanidad. Y cuando, a pesar de todo, se llega a ella,
hay que salvaguardar al menos los principios esenciales de humanidad y los valores
que fundamentan toda convivencia civil, estableciendo normas de comportamiento que
limiten lo más posible sus daños y ayuden a aliviar el sufrimiento de los civiles
y de todas las víctimas de los conflictos.7
15. Otro elemento que suscita gran
inquietud es la voluntad, manifestada recientemente por algunos Estados, de poseer
armas nucleares. Esto ha acentuado ulteriormente el clima difuso de incertidumbre
y de temor ante una posible catástrofe atómica. Es algo que hace pensar de nuevo en
los tiempos pasados, en las ansias abrumadoras del período de la llamada “guerra fría”.
Se esperaba que, después de ella, el peligro atómico habría pasado definitivamente
y que la humanidad podría por fin dar un suspiro de sosiego duradero. A este respecto,
qué actual parece la exhortación del Concilio Ecuménico Vaticano II: « Toda acción
bélica que tiende indiscriminadamente a la destrucción de ciudades enteras o de amplias
regiones con sus habitantes es un crimen contra Dios y contra el hombre mismo que
hay que condenar con firmeza y sin vacilaciones ».8 Lamentablemente, en el horizonte
de la humanidad siguen formándose nubes amenazadoras. La vía para asegurar un futuro
de paz para todos consiste no sólo en los acuerdos internacionales para la no proliferación
de armas nucleares, sino también en el compromiso de intentar con determinación su
disminución y desmantelamiento definitivo. Ninguna tentativa puede dejarse de lado
para lograr estos objetivos mediante la negociación. ¡Está en juego la suerte de toda
la familia humana!
La Iglesia, tutela de la trascendencia de la persona
humana 16. Deseo, por fin, dirigir un llamamiento apremiante al Pueblo de Dios,
para que todo cristiano se sienta comprometido a ser un trabajador incansable en favor
de la paz y un valiente defensor de la dignidad de la persona humana y de sus derechos
inalienables. El cristiano, dando gracias a Dios por haberlo llamado a pertenecer
a su Iglesia, que es « signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana
» 9 en el mundo, no se cansará de implorarle el bien fundamental de la paz, tan importante
en la vida de cada uno. Sentirá también la satisfacción de servir con generosa dedicación
a la causa de la paz, ayudando a los hermanos, especialmente a aquéllos que, además
de sufrir privaciones y pobreza, carecen también de este precioso bien. Jesús nos
ha revelado que « Dios es amor » (1 Jn 4,8), y que la vocación más grande de cada
persona es el amor. En Cristo podemos encontrar las razones supremas para hacernos
firmes defensores de la dignidad humana y audaces constructores de la paz.
17.
Así pues, que nunca falte la aportación de todo creyente a la promoción de un verdadero
humanismo integral, según las enseñanzas de las Cartas encíclicas Populorum progressio
y Sollicitudo rei socialis, de las que nos preparamos a celebrar este año precisamente
el 40o y el 20o aniversario. Al comienzo del año 2007, al que nos asomamos —aun entre
peligros y problemas— con el corazón lleno de esperanza, confío mi constante oración
por toda la humanidad a la Reina de la Paz, Madre de Jesucristo, « nuestra paz » (Ef
2,14). Que María nos enseñe en su Hijo el camino de la paz, e ilumine nuestros ojos
para que sepan reconocer su Rostro en el rostro de cada persona humana, corazón de
la paz. Vaticano, 8 de diciembre de 2006.
1Cf. Catecismo de la Iglesia Católica,
357. 2Sermo 169, 11, 13: PL 38, 923. 3N. 3. 4Homilía en la explanada de Isling
de Ratisbona (12 septiembre 2006). 5Cf. Congr. para la Doctrina de la Fe, Carta
a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y de la mujer
en la Iglesia y en el mundo (31 mayo 2004), 15-16. 6N. 38. 7A este respecto,
el Catecismo de la Iglesia Católica ha impartido unos criterios muy severos y precisos:
cf. nn. 2307-2317. 8Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo
actual, 80. 9Ibíd., 76.