2006-11-28 17:49:04

El Pontífice reivindica el papel de la religión como fuerza de paz y reconciliación en un mundo con tantas guerras y donde se vierte tanta sangre cada día


Martes, 28 nov (RV).- Benedicto XVI ha reivindicado el papel de la religión como una fuerza de paz y de reconciliación, en un tiempo en el que “hay tantas guerras y se vierte tanta sangre cada día”. En su encuentro con el presidente para los Asuntos Religiosos, profesor Ali Bardakoglu, el Pontífice ha comenzado agradeciendo las palabras de bienvenida y lamentando “tantas guerras y tanta sangre versada cada día” y ha añadido que “este encuentro nos lleva a comprender que la religión es una fuerza de paz y de reconciliación. Es necesario usar la religión de forma distinta. La Iglesia católica quiere avanzar sobre el camino trazado por el Concilio Vaticano II para comenzar una nueva página en la historia de nuestra fe”.

Previamente la ceremonia de bienvenida a Benedicto XVI había tenido lugar en el palacio presidencial de Ankara. El presidente turco, Ahmet Necdet Sezer ha acogido al Santo Padre, que después ha mantenido también un encuentro con un viceprimer ministro en la casa dedicada a los huéspedes en el mismo palacio presidencial.

Seguidamente Benedicto XVI, se ha trasladado a la Diyanet, es decir, a la sede de la presidencia para los Asuntos Religiosos de Turquía, donde el Papa se ha encontrado con el responsable, Ali Bardakoglu.

Precisamente, tras el saludo de Bardakoglu, Benedicto XVI ha expresado antes de dar inicio a su discurso, cómo este encuentro, “a pesar de las guerras y la sangre derramada da a entender que la religión es una fuerza de paz y de reconciliación”.

En sus palabras el Papa ha expresado su alegría por la oportunidad de visitar esta tierra y ha recordado que “la libertad de religión, garantizada institucionalmente y efectivamente respetada, tanto para los individuos como para las comunidades, constituye para todos los creyentes la condición necesaria para su leal contribución a la edificación de la sociedad, en actitud de autentico servicio, especialmente en relación a los más vulnerables y a los más pobres”.

Tras saludar a los presentes, el Papa ha recordado las visitas de sus predecesores, entre ellos Juan Pablo II y el papel desempeñado por Juan XXIII, como Representante Pontificio en Estambul, quien manifestó en numerosas ocasiones su “amor por el Pueblo turco”.

En su discurso, el Pontífice ha hecho hincapié una vez más, en la necesidad de “trabajar juntos, para poder ayudar a la sociedad a abrirse a la trascendencia, reconociendo a Dios Omnipotente el puesto que Le corresponde”. El modo mejor para seguir adelante, ha proseguido el Papa, es el de un dialogo auténtico entre cristianos y musulmanes, basado en la verdad e inspirado por el sincero deseo de conocernos mejor los unos a los otros, respetando las diferencias y reconociendo lo que tenemos en común.

El Pontífice ha proseguido recordando que tanto cristianos, como musulmanes, “reclaman la atención sobre la verdad del carácter sagrado y de la dignidad de la persona”. En este sentido Benedicto XVI ha señalado que “esta es la base del nuestro reciproco respeto y aprecio, esta es la base para la colaboración al servicio de la paz entre naciones y pueblos, el deseo más querido para todos los creyente y para todas las personas de buena voluntad”.

“Señor Presidente –ha finalizado el Papa- deseo terminar alabando al Omnipotente e Misericordioso Dios por esta feliz ocasión que nos permite encontrarnos juntos en su nombre. Ruego para que este sea un signo de nuestro común compromiso para el diálogo entre cristianos y musulmanes, como también un deseo animoso a perseverar por este camino del respeto y en la amistad”.

Recordamos que a pesar de que el 98% de los casi 73 millones de habitantes esté compuesto por musulmanes, Turquía, según reza su Constitución, es un estado laico. El estatuto de laicidad fue introducido por el mismo fundador de la nación y padre de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, con la abolición del Califato y del Ministerio de la Sharia. Éste, último vestigio de la época del Imperio Otomano fue sustituido, en 1924, por un organismo estatal central, la Diyanet.


Discurso completo de Benedicto XVI
Me alegra la oportunidad de visitar esta tierra, tan rica de historia y de cultura, para admirar sus bellezas naturales y para ver con mis ojos la creatividad del pueblo turco, y para saborear vuestra cultura antigua y vuestra larga historia, tanto la civil como la religiosa.

 
Apenas llegado a Turquía, he sido gentilmente recibido por el Presidente de la Republica y por el Representante del Gobierno. Al saludarlos he tenido el gusto de expresar mi profundo respeto para todos los habitantes de esta gran Nación y de honrar, en su Mausoleo, al fundador de la moderna Turquía, Mustafa Kemal Atatürk. Ahora tengo el placer de encontrarme con Usted, que es el Presidente para los Asuntos religiosos. Le ofrezco la expresión de mi más profundo sentimiento de aprecio, reconociendo Sus grandes responsabilidades, y extiendo mi saludo a todos los líderes religiosos de Turquía, especialmente a los Grandes Muftí de Ankara y Estambul. En Su persona, Señor Presidente, saludo a todos los musulmanes de Turquía con particular aprecio y afectuosa consideración.

 
Su País es muy querido por los cristianos: muchas de las primitivas comunidades de la Iglesia fueron fundadas aquí y alcanzaron su madurez, inspiradas por la predicación de los apóstoles, especialmente por San Pablo y San Juan. La tradición llegada hasta nosotros afirma que María, la Madre de Jesús, vivió en Éfeso, en la casa del apóstol san Juan.

 
Esta noble tierra ha visto, además, un considerable florecimiento de la civilización islámica en los más diversos, incluidos la literatura y el arte, junto con las instituciones.

 
Existen muchísimos monumentos cristianos y musulmanes que testimonian el glorioso pasado de Turquía. Os sentís justamente orgullosos por la admiración de un número cada vez mayor de visitantes que llegan hasta aquí.

 
Me he preparado para esta visita a Turquía con los mismos sentimientos expresados por mi Predecesor, el Beato Juan XXIII, cuando llegó aquí como Arzobispo Angelo Giuseppe Roncalli, para cumplir el encargo de Representante Pontificio en Estambul: "Siento el amor al Pueblo turco, junto al que me ha enviado el Señor... Amo a los Turcos, aprecio las cualidades naturales de esto Pueblo, que tiene su lugar preparado en el camino de las civilizaciones" (Diario del alma, 231.237).

 
Por mi parte, también yo deseo subrayar las cualidades de la población turca. Hago mías aquí las palabras de mi Predecesor, el papa Juan Pablo II, de feliz memoria, quien dijo, con motivo de su visita en el año 1979: "Me pregunto si no sea urgente, justamente hoy, cuando los cristianos y los musulmanes han entrado en un nuevo período de la Historia, reconocer y desarrollar los lazos espirituales que nos unen, a fin de promover y defender juntos los valores morales de la paz y la libertad " (A la comunidad católica de Ankara, 29 noviembre 1979, 3).

 
Tales cuestiones se han seguido presentando a lo largo de los años siguientes; en efecto, como dije justo al comienzo de mi Pontificado, ellas nos animan a llevar adelante nuestro diálogo como un sincero intercambio entre amigos. Cuando tuve el gozo de encontrarme con los miembros de las comunidades islámicas el pasado año en Colonia, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, reafirmé la necesidad de afrontar el dialogo interreligioso e intercultural con optimismo y esperanza. Este no pude ser reducido a una excepción: al contrario, es "una necesidad vital, de la que depende en gran medida nuestro futuro" (A los representantes de las comunidades islámicas, Colonia, 20 agosto 2005).

 
Cristianos y musulmanes, siguiendo sus respectivas religiones, reclaman la atención sobre la verdad del carácter sagrado y de la dignidad de la persona. Es esta la base del nuestro reciproco respeto y aprecio, esta es la base para la colaboración al servicio de la paz entre naciones y pueblos, el deseo más querido para todos los creyente y para todas las personas de buena voluntad.

 
Durante más de cuarenta años, la enseñanza del Concilio Vaticano II ha inspirado y guiado el acercamiento de la Santa Sede y de las Iglesias locales de todo el mundo en las relaciones con los fieles de otras religiones. Siguiendo la tradición bíblica, el Concilio enseña que todo el género humano comparte un origen común e un común destino: Dios, nuestro Creador y término de nuestro peregrinar terreno. Cristianos y musulmanes pertenecen a la familia de cuantos creen en el único Dios y que, según las respetivas tradiciones, hacen referencia a Abraham (cfr Concilio Vaticano II, Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra Aetate, 1,3). Esta unidad humana y espiritual en nuestros orígenes y en nuestros destinos nos lleva a buscar un común itinerario mientras hacemos la parte que nos corresponde en la búsqueda de los valores fundamentales tan características de las personas de nuestro tiempo.

 
Como hombres y mujeres de religión, hemos sido puestos ante el desafío de la extendida aspiración a la justicia, al desarrollo, a la solidaridad, a la libertad, a la seguridad, a la paz, a la defensa del medio ambiente y a los recursos de la tierra. Y esto porque también nosotros, mientras respetamos la legitima autonomía de las cosas temporales, tenemos una contribución específica que ofrecer en la búsqueda de soluciones adecuadas a tales difíciles cuestiones.

 
En particular, podemos ofrecer una respuesta creíble al problema que emerge claramente de la sociedad actual, aunque si esta viene a denudo olvidado, el problema, es decir referido al significado y fin último de la vida, para cada individuo y para toda la humanidad. Estamos llamados a trabajar juntos, para poder así ayudar a la sociedad a abrirse a la trascendencia, reconociendo a Dios Omnipotente el puesto que Le corresponde. El modo mejor para seguir adelante es el de un dialogo autentico entre cristianos y musulmanes, basado en la verdad e inspirado por el sincero deseo de conocernos mejor los unos a los otros, respetando las diferencias y reconociendo lo que tenemos en común. Esto nos llevará contemporáneamente a un autentico respeto hacia las elecciones responsables que cada persona cumple, especialmente aquellas que se refieren a los valores fundamentales y a la personales convicciones religiosas.

 
Como ejemplo del respeto fraterno con el que cristianos y musulmanes pueden trabajar juntos, me gustaría citar algunas palabras dirigidas por el Papa Gregorio VII, en el año 1076, a un príncipe musulmán del Norte de África, que había obrado con gran benevolencia hacia los cristianos que estaban bajo su jurisdicción. El Papa Gregorio VII habló de la especial caridad que los cristianos y los musulmanes se debían recíprocamente, puesto que “nosotros creemos y confesamos un solo Dio, aunque si de forma distinta, cada uno de nosotros lo alabamos y veneramos como Creador de los siglos y gobernador de esto mundo” (PL 148, 451).

 
La libertad de religión, garantizada institucionalmente y efectivamente respetada, sea para los individuos como para las comunidades, constituye para todos los creyentes la condición necesaria para su leal contribución a la edificación de la sociedad, en actitud de autentico servicio, especialmente en relación a los más vulnerables y a los más pobres.

 
Señor Presidente, deseo terminar alabando al Omnipotente e Misericordioso Dios por esta feliz ocasión que nos permite encontrarnos juntos en su nombre. Ruego para que este sea un signo de nuestro común compromiso para el diálogo entre cristianos y musulmanes, como también un deseo animoso a perseverar por este camino del respeto y en la amistad. Espero que podamos llegar a conocernos mejor, reforzando los vínculos de afecto entre nosotros, en el común deseo de vivir juntos en armonía, in pace e en la confianza mutua. Como creyentes, obtenemos la fuerza necesaria en la oración para superar cualquier rastro de prejuicio y ofrecer un testimonio común de nuestra firme fe en Dios. ¡Que su bendición pueda estar siempre sobre nosotros!







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