El Pontífice reivindica el papel de la religión como fuerza de paz y reconciliación
en un mundo con tantas guerras y donde se vierte tanta sangre cada día
Martes, 28 nov (RV).- Benedicto XVI ha reivindicado el papel de la religión como una
fuerza de paz y de reconciliación, en un tiempo en el que “hay tantas guerras y se
vierte tanta sangre cada día”. En su encuentro con el presidente para los Asuntos
Religiosos, profesor Ali Bardakoglu, el Pontífice ha comenzado agradeciendo las palabras
de bienvenida y lamentando “tantas guerras y tanta sangre versada cada día” y ha añadido
que “este encuentro nos lleva a comprender que la religión es una fuerza de paz y
de reconciliación. Es necesario usar la religión de forma distinta. La Iglesia católica
quiere avanzar sobre el camino trazado por el Concilio Vaticano II para comenzar una
nueva página en la historia de nuestra fe”.
Previamente la ceremonia de bienvenida
a Benedicto XVI había tenido lugar en el palacio presidencial de Ankara. El presidente
turco, Ahmet Necdet Sezer ha acogido al Santo Padre, que después ha mantenido también
un encuentro con un viceprimer ministro en la casa dedicada a los huéspedes en el
mismo palacio presidencial.
Seguidamente Benedicto XVI, se ha trasladado a
la Diyanet, es decir, a la sede de la presidencia para los Asuntos Religiosos de Turquía,
donde el Papa se ha encontrado con el responsable, Ali Bardakoglu.
Precisamente,
tras el saludo de Bardakoglu, Benedicto XVI ha expresado antes de dar inicio a su
discurso, cómo este encuentro, “a pesar de las guerras y la sangre derramada da a
entender que la religión es una fuerza de paz y de reconciliación”.
En sus
palabras el Papa ha expresado su alegría por la oportunidad de visitar esta tierra
y ha recordado que “la libertad de religión, garantizada institucionalmente y efectivamente
respetada, tanto para los individuos como para las comunidades, constituye para todos
los creyentes la condición necesaria para su leal contribución a la edificación de
la sociedad, en actitud de autentico servicio, especialmente en relación a los más
vulnerables y a los más pobres”.
Tras saludar a los presentes, el Papa ha
recordado las visitas de sus predecesores, entre ellos Juan Pablo II y el papel desempeñado
por Juan XXIII, como Representante Pontificio en Estambul, quien manifestó en numerosas
ocasiones su “amor por el Pueblo turco”.
En su discurso, el Pontífice ha hecho
hincapié una vez más, en la necesidad de “trabajar juntos, para poder ayudar a la
sociedad a abrirse a la trascendencia, reconociendo a Dios Omnipotente el puesto que
Le corresponde”. El modo mejor para seguir adelante, ha proseguido el Papa, es el
de un dialogo auténtico entre cristianos y musulmanes, basado en la verdad e inspirado
por el sincero deseo de conocernos mejor los unos a los otros, respetando las diferencias
y reconociendo lo que tenemos en común.
El Pontífice ha proseguido recordando
que tanto cristianos, como musulmanes, “reclaman la atención sobre la verdad del carácter
sagrado y de la dignidad de la persona”. En este sentido Benedicto XVI ha señalado
que “esta es la base del nuestro reciproco respeto y aprecio, esta es la base para
la colaboración al servicio de la paz entre naciones y pueblos, el deseo más querido
para todos los creyente y para todas las personas de buena voluntad”.
“Señor
Presidente –ha finalizado el Papa- deseo terminar alabando al Omnipotente e Misericordioso
Dios por esta feliz ocasión que nos permite encontrarnos juntos en su nombre. Ruego
para que este sea un signo de nuestro común compromiso para el diálogo entre cristianos
y musulmanes, como también un deseo animoso a perseverar por este camino del respeto
y en la amistad”.
Recordamos que a pesar de que el 98% de los casi 73 millones
de habitantes esté compuesto por musulmanes, Turquía, según reza su Constitución,
es un estado laico. El estatuto de laicidad fue introducido por el mismo fundador
de la nación y padre de la Turquía moderna, Mustafa Kemal Atatürk, con la abolición
del Califato y del Ministerio de la Sharia. Éste, último vestigio de la época del
Imperio Otomano fue sustituido, en 1924, por un organismo estatal central, la Diyanet.
Discurso completo de Benedicto XVI Me alegra la oportunidad
de visitar esta tierra, tan rica de historia y de cultura, para admirar sus bellezas
naturales y para ver con mis ojos la creatividad del pueblo turco, y para saborear
vuestra cultura antigua y vuestra larga historia, tanto la civil como la religiosa.
Apenas
llegado a Turquía, he sido gentilmente recibido por el Presidente de la Republica
y por el Representante del Gobierno. Al saludarlos he tenido el gusto de expresar
mi profundo respeto para todos los habitantes de esta gran Nación y de honrar, en
su Mausoleo, al fundador de la moderna Turquía, Mustafa Kemal Atatürk. Ahora tengo
el placer de encontrarme con Usted, que es el Presidente para los Asuntos religiosos.
Le ofrezco la expresión de mi más profundo sentimiento de aprecio, reconociendo Sus
grandes responsabilidades, y extiendo mi saludo a todos los líderes religiosos de
Turquía, especialmente a los Grandes Muftí de Ankara y Estambul. En Su persona, Señor
Presidente, saludo a todos los musulmanes de Turquía con particular aprecio y afectuosa
consideración.
Su País es muy querido por los cristianos:
muchas de las primitivas comunidades de la Iglesia fueron fundadas aquí y alcanzaron
su madurez, inspiradas por la predicación de los apóstoles, especialmente por San
Pablo y San Juan. La tradición llegada hasta nosotros afirma que María, la Madre de
Jesús, vivió en Éfeso, en la casa del apóstol san Juan.
Esta
noble tierra ha visto, además, un considerable florecimiento de la civilización islámica
en los más diversos, incluidos la literatura y el arte, junto con las instituciones.
Existen
muchísimos monumentos cristianos y musulmanes que testimonian el glorioso pasado de
Turquía. Os sentís justamente orgullosos por la admiración de un número cada vez mayor
de visitantes que llegan hasta aquí.
Me he preparado
para esta visita a Turquía con los mismos sentimientos expresados por mi Predecesor,
el Beato Juan XXIII, cuando llegó aquí como Arzobispo Angelo Giuseppe Roncalli, para
cumplir el encargo de Representante Pontificio en Estambul: "Siento el amor al Pueblo
turco, junto al que me ha enviado el Señor... Amo a los Turcos, aprecio las cualidades
naturales de esto Pueblo, que tiene su lugar preparado en el camino de las civilizaciones"
(Diario del alma, 231.237).
Por mi parte, también
yo deseo subrayar las cualidades de la población turca. Hago mías aquí las palabras
de mi Predecesor, el papa Juan Pablo II, de feliz memoria, quien dijo, con motivo
de su visita en el año 1979: "Me pregunto si no sea urgente, justamente hoy, cuando
los cristianos y los musulmanes han entrado en un nuevo período de la Historia, reconocer
y desarrollar los lazos espirituales que nos unen, a fin de promover y defender juntos
los valores morales de la paz y la libertad " (A la comunidad católica de Ankara,
29 noviembre 1979, 3).
Tales cuestiones se han seguido
presentando a lo largo de los años siguientes; en efecto, como dije justo al comienzo
de mi Pontificado, ellas nos animan a llevar adelante nuestro diálogo como un sincero
intercambio entre amigos. Cuando tuve el gozo de encontrarme con los miembros de las
comunidades islámicas el pasado año en Colonia, con ocasión de la Jornada Mundial
de la Juventud, reafirmé la necesidad de afrontar el dialogo interreligioso e intercultural
con optimismo y esperanza. Este no pude ser reducido a una excepción: al contrario,
es "una necesidad vital, de la que depende en gran medida nuestro futuro" (A los representantes
de las comunidades islámicas, Colonia, 20 agosto 2005).
Cristianos
y musulmanes, siguiendo sus respectivas religiones, reclaman la atención sobre la
verdad del carácter sagrado y de la dignidad de la persona. Es esta la base del nuestro
reciproco respeto y aprecio, esta es la base para la colaboración al servicio de la
paz entre naciones y pueblos, el deseo más querido para todos los creyente y para
todas las personas de buena voluntad.
Durante más
de cuarenta años, la enseñanza del Concilio Vaticano II ha inspirado y guiado el acercamiento
de la Santa Sede y de las Iglesias locales de todo el mundo en las relaciones con
los fieles de otras religiones. Siguiendo la tradición bíblica, el Concilio enseña
que todo el género humano comparte un origen común e un común destino: Dios, nuestro
Creador y término de nuestro peregrinar terreno. Cristianos y musulmanes pertenecen
a la familia de cuantos creen en el único Dios y que, según las respetivas tradiciones,
hacen referencia a Abraham (cfr Concilio Vaticano II, Declaración sobre las relaciones
de la Iglesia con las religiones no cristianas Nostra Aetate, 1,3). Esta unidad humana
y espiritual en nuestros orígenes y en nuestros destinos nos lleva a buscar un común
itinerario mientras hacemos la parte que nos corresponde en la búsqueda de los valores
fundamentales tan características de las personas de nuestro tiempo.
Como
hombres y mujeres de religión, hemos sido puestos ante el desafío de la extendida
aspiración a la justicia, al desarrollo, a la solidaridad, a la libertad, a la seguridad,
a la paz, a la defensa del medio ambiente y a los recursos de la tierra. Y esto porque
también nosotros, mientras respetamos la legitima autonomía de las cosas temporales,
tenemos una contribución específica que ofrecer en la búsqueda de soluciones adecuadas
a tales difíciles cuestiones.
En particular, podemos
ofrecer una respuesta creíble al problema que emerge claramente de la sociedad actual,
aunque si esta viene a denudo olvidado, el problema, es decir referido al significado
y fin último de la vida, para cada individuo y para toda la humanidad. Estamos llamados
a trabajar juntos, para poder así ayudar a la sociedad a abrirse a la trascendencia,
reconociendo a Dios Omnipotente el puesto que Le corresponde. El modo mejor para seguir
adelante es el de un dialogo autentico entre cristianos y musulmanes, basado en la
verdad e inspirado por el sincero deseo de conocernos mejor los unos a los otros,
respetando las diferencias y reconociendo lo que tenemos en común. Esto nos llevará
contemporáneamente a un autentico respeto hacia las elecciones responsables que cada
persona cumple, especialmente aquellas que se refieren a los valores fundamentales
y a la personales convicciones religiosas.
Como ejemplo
del respeto fraterno con el que cristianos y musulmanes pueden trabajar juntos, me
gustaría citar algunas palabras dirigidas por el Papa Gregorio VII, en el año 1076,
a un príncipe musulmán del Norte de África, que había obrado con gran benevolencia
hacia los cristianos que estaban bajo su jurisdicción. El Papa Gregorio VII habló
de la especial caridad que los cristianos y los musulmanes se debían recíprocamente,
puesto que “nosotros creemos y confesamos un solo Dio, aunque si de forma distinta,
cada uno de nosotros lo alabamos y veneramos como Creador de los siglos y gobernador
de esto mundo” (PL 148, 451).
La libertad de religión,
garantizada institucionalmente y efectivamente respetada, sea para los individuos
como para las comunidades, constituye para todos los creyentes la condición necesaria
para su leal contribución a la edificación de la sociedad, en actitud de autentico
servicio, especialmente en relación a los más vulnerables y a los más pobres.
Señor
Presidente, deseo terminar alabando al Omnipotente e Misericordioso Dios por esta
feliz ocasión que nos permite encontrarnos juntos en su nombre. Ruego para que este
sea un signo de nuestro común compromiso para el diálogo entre cristianos y musulmanes,
como también un deseo animoso a perseverar por este camino del respeto y en la amistad.
Espero que podamos llegar a conocernos mejor, reforzando los vínculos de afecto entre
nosotros, en el común deseo de vivir juntos en armonía, in pace e en la confianza
mutua. Como creyentes, obtenemos la fuerza necesaria en la oración para superar cualquier
rastro de prejuicio y ofrecer un testimonio común de nuestra firme fe en Dios. ¡Que
su bendición pueda estar siempre sobre nosotros!