El Papa reafirma ante el presidente de la República italiana que “la libertad que
reivindica la Iglesia y los cristianos no perjudica los intereses del Estado o de
otros grupos sociales y no persigue una supremacía autoritaria sobre los demás”
Lunes, 20 nov (RV).- Esta mañana la Plaza de San Pedro permaneció cerrada al público
por la visita del presidente de la República Giorgio Napolitano. Cerrada también la
Basílica que, tras la conclusión del Encuentro con Benedicto XVI y con el cardenal
Tarcisio Bertone, fue visitada por la delegación italiana, de la cual formaba parte
también el ministro de asuntos exteriores Massimo D’Alema. El amplio dispositivo de
seguridad actuado en toda la zona, como suele suceder en visitas análogas fue extremamente
rígido y discreto.
La visita oficial del Presidente italiano se coloca en
el marco de relaciones entre Estado e Iglesia recordados por el presidente de la República
en su discurso de toma de posesión pronunciado a la Cámara, el pasado 15 de mayo.
En
aquella ocasión el presidente italiano aludía a la Constitución italiana subrayando
la libertad y el pluralismo de las confesiones religiosas en esta nación. El presidente
italiano se refería a los valores humanos y cristianos como patrimonio del pueblo
italiano, bien sabiendo cual ha sido la profunda relación histórica entre el Cristianismo
y la construcción de Europa. “Estoy firmemente convencido –expresaba entonces el presidente
de Italia, de que laicamente se deba reconocer la dimensión social y pública de lo
religioso, y desarrollarse concretamente la colaboración, en Italia, entre Estado
e Iglesia católica en múltiples campos en nombre del bien común”.
El presidente
acudió esta mañana al Vaticano acompañado por su esposa sra. Clio Bittoni Napolitano,
mientras el séquito presidencial forman parte el además del ministro de exteriores
Massimo D’Alema, el embajador de Italia ante la Santa Sede, sr. Giuseppe Balboni Acqua
y otros funcionarios de la Presidencia de la República.
En el marco de este
encuentro Benedicto XVI pronunció un discurso, tras el cual se procedió –siguiendo
el protocolo- al intercambio de dones. Seguidamente, el presidente se encontró en
coloquio privado con el cardenal Secretario de Estado Tarcisio Bertone, con la presencia
del Ministro D’Alema, y el arzobispo Dominique Mambertí, Secretario para la Relaciones
con los Estados.
Antes de abandonar el Vaticano, el presidente visitó la Patriarcal
Basílica de San Pedro, donde fue acogido por el por el arzobispo Angelo Comastri,
arcipreste de la Basílica Vaticana y por el obispo Vittorio Lanzani, delegado de la
Fábrica de San Pedro.
En el discurso que Benedicto XVI dirigió al presidente
de Italia, le agradeció vivamente la visita y dirigió un cordial saludo al pueblo
italiano, al que manifestó su gratitud por el calor y el entusiasmo que le transmiten
cotidianamente, y por el apoyo espiritual que le brindan para el cumplimiento de su
misión.
Benedicto XVI observó que esta visita se constituye en la confirmación
de una tradición de recíprocas visitas entre el Sucesor de Pedro y la más alta Autoridad
del Estado Italiano, con un importante significado porque favorece una pausa de reflexión
sobre la razones profundas de los encuentros que se realizan entre los representantes
de la Iglesia y del Estado. Citando la constitución pastoral Gaudium et Spes, del
Concilio Vaticano II, el Papa recordó: “La comunidad política y la Iglesia son independientes
y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso
título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio
lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanto más sana y mejor
sea la cooperación entre ellas, habida cuesta de las circunstancias de lugar y tiempo”.
Al
respecto el Papa añadió que se trata de una visión compartida también por el Estado
italiano en su constitución. Recordando el discurso que el presidente Napolitano pronunciara
al inicio de su mandato el Papa expresó sentimientos de unión a fin de que la colaboración
pueda proseguir y desarrollarse en modo concreto. “Iglesia y estado, si bien diversos,
están llamados, según su respectiva misión y con sus propios fines y medios, a servir
al hombre, que es al mismo tiempo destinatario y partícipe de la misión salvífica
de la Iglesia y ciudadano del estado. Es en el hombre donde estas dos sociedades se
encuentran y colaboran para mejor promover su bien integral”.
El Pontífice
recordó también que la solicitud de las comunidades civiles ante el bien de los ciudadanos
no se puede limitar solamente a algunas dimensiones de la persona, tales como la salud
física, el bienestar económico, la formación intelectual o las relaciones sociales.
El hombre también se presenta de cara al Estado con su dimensión religiosa, que “consiste
antes que nada en actos internos voluntarios y libres, con los que el ser humano se
dirige inmediatamente hacia Dios. Estos actos, no pueden ser ni comandados ni prohibidos
por la autoridad humana, la cual, por el contrario, tiene el deber de respetar y promover
esta dimensión, tal como lo enseña el Concilio Vaticano II a propósito del derecho
a la libertad religiosa.
Sin embargo el Papa observó que sería restrictivo
considerar que esté suficientemente garantizado el derecho de libertad religiosa,
cuando no se hace violencia o no se interviene sobre las convicciones personales o
se limita solo a respetar la manifestación de la fe en el ámbito del lugar de culto.
No se puede olvidar –especificó- que la misma naturaleza social del ser humano exige
que éste exprese externamente los actos internos de religión, comunique con los otros
en materia religiosa y profese la propia religión en modo comunitario.
La
libertad religiosa, añadió el Papa, es un derecho no solo de cada persona sino también
de la familia, de los grupos religiosos y de la misma Iglesia, y el ejercicio de este
derecho tiene influjo sobre los múltiples ámbitos y situaciones en los cuales el creyente
se encuentra y actúa. Por lo tanto un adecuado respeto del derecho a la libertad
religiosa implica el compromiso del poder civil en “crear condiciones propicias al
desarrollo de la vida religiosa, de modo tal que los ciudadanos estén realmente en
grado de ejercer sus derechos relativos a la religión y cumplir los respectivos deberes,
y que la sociedad goce de los bienes de justicia y de paz que provienen de la fidelidad
de los hombres hacia Dios y hacia su Santa voluntad. Estos altos principios, proclamados
por el Concilio Vaticano II son el patrimonio de muchas sociedades civiles, incluida
Italia.
Benedicto XVI dijo que si bien es verdad que por su naturaleza y misión
la Iglesia no es y no pretende ser agente político, ésta tiene un interés profundo
por el bien de la comunidad política y esta aportación específica es dada principalmente
por los fieles laicos, los cuales actuando con plena responsabilidad y haciendo uso,
al igual que todos los ciudadanos, del derecho de participación en la vida pública,
se comprometen con los demás miembros de la sociedad en construir un justo orden en
la sociedad. Para ello se apoyan sobre valores y principios antropológicos y éticos
radicados en la naturaleza del ser humano. Reconocibles también a través del correcto
uso de la razón.
El Papa concluyó sus reflexiones expresando su deseo de
que la Nación italiana sepa avanzar en el camino del auténtico progreso y pueda ofrecer
a la Comunidad internacional su preciosa contribución promoviendo aquellos valores
humanos y cristianos que son la sustancia de su historia y cultura, patrimonio ideal,
jurídico y artístico, que están en la base de la existencia y del compromiso de sus
ciudadanos.