Octubre: intención general del Papa para el Apostolado de la Oración
Jueves, 5 oct (RV).- «Para que todos los bautizados maduren en la fe y la manifiesten
mediante opciones de vida claras, coherentes y valientes». Es la intención general
del Papa para el Apostolado de la Oración en este mes de octubre, mes – como recordaba
Benedicto XVI el pasado domingo, que se caracteriza por dos aspectos especiales: el
rezo del Rosario y el compromiso misionero.
Tras recordar que el amado Juan
Pablo II ha sido el gran apóstol del Rosario, el Santo Padre exhortaba así a este
rezo del cristiano «que avanza en la peregrinación de la fe, en el seguimiento de
Jesús, precedido por María»: «Quisiera invitaros, queridos hermanos y hermanas, a
rezar el Rosario durante este mes en familia, en las comunidades y en las parroquias
por las intenciones del Papa, por la misión de la Iglesia y por la paz en el mundo».
Al
abrir este mes de octubre, Benedicto XVI hizo hincapié en el anhelo de que todo cristiano
viva la dichosa experiencia de ser misionero del Amor, allí donde la Providencia lo
ha colocado, con humildad y valentía, sirviendo al prójimo sin otro fin tomando en
la oración la fortaleza de la caridad feliz y activa».
Misioneros del Amor...
subrayó el Papa y evocó a la Patrona universal de las misiones, Santa Teresa del Niños
Jesús, cuya memoria se celebraba precisamente el mismo domingo 1 de octubre, invocando
su ayuda para ser testigos creíbles del Evangelio de la caridad: «Que ella que indicó
como camino sencillo a la santidad la entrega confiada al amor de Dios, nos ayude
a ser testigos creíbles del Evangelio de la caridad. Y que María Santísima, Virgen
del Rosario y Reina de las misiones, nos conduzca a todos a Cristo Salvador»
Testigos
del Amor de Dios. Todos los bautizados, tienen la misión de madurar en la fe y de
manifestar mediante opciones de vida claras, coherentes y valientes, el testimonio
de Cristo, recordaba también el Santo Padre el pasado domingo 24 de septiembre, en
la festividad de Nuestra Señora de La Merced.
Así como, hace unos días, al
recibir al nuevo embajador de la República de Albania ante la Santa Sede, Rrok Logu,
Benedicto XVI hacía hincapié en la labor de la Iglesia católica en Albania en favor
de «la promoción de la fe y de los valores espirituales, así como para el apoyo a
múltiples situaciones de necesidad».
El Papa citó, en especial a la beata
Madre Teresa de Calcuta, que durante su vida «anunció a todos que Dios es amor y que
ama a cada ser humano, especialmente al pobre y abandonado. (...) La Iglesia –reiteró,
una vez más Benedicto XVI «quiere ofrecer un testimonio de este amor mediante sus
obras educativas y asistenciales, abiertas no sólo a los católicos, sino a todos».
«Una eminente forma de caridad es la actividad política vivida como servicio
a la ‘polis’, en la óptica del bien común. Un servicio propio de los laicos católicos,
en el respeto de la autonomía legítima de la política y colaborando con los demás
ciudadanos en la construcción de una nación próspera, fraterna y solidaria».
Cómo
no recordar las numerosas veces que el Siervo de Dios Juan Pablo II exhortó a los
hombres del tercer milenio a «testimoniar la verdad que es Jesucristo con la palabra
y sobre todo con nuestras vidas». El Santo Padre no desmayó nunca en invitar a todos
los bautizados, en particular a los jóvenes, a «pasar de una fe rutinaria a una fe
madura, que se manifieste en opciones personales claras, convencidas y valientes.
Pues
«sólo una fe así, celebrada y compartida en la liturgia y en la caridad fraterna,
puede alimentar y fortificar a la comunidad de los discípulos del Señor y edificarla
como Iglesia misionera, liberada de falsos miedos porque está segura del amor del
Padre».
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu
Santo» (Rm 5,5). Con estas palabras de san Pablo, Juan Pablo II recordaba asimismo
que «no es mérito nuestro; es un don gratuito. No obstante el peso de nuestros pecados,
Dios nos ha amado y nos ha redimido con la sangre de Cristo. Su gracia nos ha sanado
en lo más profundo».
«Ésta es la verdadera fuente de la grandeza del hombre,
ésta es la raíz de su dignidad indestructible. En todo ser humano se refleja la imagen
de Dios. Aquí radica la más profunda ‘verdad’ del hombre, que en ningún caso puede
ignorarse o violarse. Cualquier ultraje hecho al hombre es, en definitiva, un ultraje
a su Creador, que lo ama con amor de Padre».