En el Santuario de Altötting, el Papa exhorta a dar espacio a Dios en el mundo porque
“donde Dios crece, se hace grande el hombre y el mundo se convierte en luminoso”
Lunes, 11 sep (RV).- «María imagen y madre de la Iglesia». Tercer día de Benedicto
XVI en el corazón religioso de Baviera. El Papa ha peregrinado esta mañana al santuario
mariano de Altötting, donde ha presidido la santa misa e inaugurado la capilla de
la Adoración del Santísimo.
En el quinto aniversario de los atentados terroristas
de Nueva York, en las oraciones de los fieles de la misa presidida por el Papa, se
rezó por la paz en el mundo. Esta tarde, Benedicto XVI se traslada a Marktl am Inn,
donde nació, y luego a Ratisbona.
Acogido con grandes manifestaciones de cariño
también en Altötting, Benedicto XVI ha peregrinado en este tercer día de su Viaje
Apostólico al corazón religioso de Baviera, donde se encuentra el Santuario mariano
más famoso de Alemania y de Europa central.
Tras haberse desplazado en helicóptero
desde Múnich, Benedicto XVI ha presidido la santa misa en la plaza central del Santuario
mariano de Altötting, tan ligado también a su infancia, pues precisamente a ese santuario
acudía con sus padres y familiares desde cuando era pequeño. «María y Jesús van juntos.
Mediante Ella permanezcamos en diálogo con el Señor», ha señalado el Papa en su homilía
de esta misa en la que en el quinto aniversario de los atentados terroristas de Nueva
York, en las oraciones de los fieles se rezó también por la paz en el mundo.
En
su tercera jornada el Papa ha ido al santuario de Altötting, donde se encuentra la
Virgen negra, la estatua hecha en madera de tilo, se llama así porque con el tiempo
se ennegreció debido también el humo de las candelas. Entre los presentes en Altöting
esta mañana hay casi 60 mil personas, 35 mil congregados en la Plaza, y 20 mil en
las calles aledañas, considerando que esta ciudad tiene solamente 12 mil habitantes.
El Papa antes de partir asistió a una oración matinal en el Palacio arzobispal de
Múnich junto a un escogido grupo de fieles, con quienes intercambió impresiones y
habló sobre sus experiencias personales en la fe.
A su llegada al Santuario
más querido para los bávaros, en donde se conservan la estatua de la Virgen negra
y las urnas de plata con dentro los corazones de todos los reyes bávaros, Benedicto
XVI mientras se trasladaba en el papamóvil la multitud lo saludaba con evidente cariño,
y grandes ovaciones. A las 9 y media aproximadamente Su Santidad fue recibido por
el obispo de Passau , mons. Wilhelm Schraml, el ministro del presidente de Baviera
Edmundo Stoiber, el presidente de la provincia y del alcalde de la ciudad. Inmediatamente
apenas bajó del helicóptero el Papa se dirigió a la capilla de la Virgen para orar
por algunos minutos. Seguidamente se procedió a la procesión de la estatua de la Virgen
conducida hasta el altar, En la plaza del Santuario de la ciudad donde se llevó a
cabo la Liturgia de la Palabra, junto al Padre se encontraban 230 acólitos.
Al
momento de su homilía, el Pontífice recordó que en las lecturas de la ceremonia tres
veces se encuentra en manera diversa a María, la Madre del Señor como persona que
ora. El Papa recordó que María guía a la Iglesia naciente en la oración; es casi la
Iglesia orante en persona. Y así, junto a la gran comunidad de los santos, y como
su centro, está todavía hoy ante Dios e intercede por nosotros, pidiendo a su Hijo
que envíe nuevamente su Espíritu a la Iglesia, al mundo y que renueve la faz de la
tierra.
Nosotros respondemos a esta lectura cantando junto con María la gran
alabanza entonado por Ella, cuando Isabel la llamó bienaventurada por haber creído.
Es esta una oración de acción de gracias, de alegría en Dios, de bendición por sus
grandes obras. Lo central de este himno emerge ya en la primera palabra: “Mi alma
magnifica, es decir, enaltece, hace grande al Señor”. Hacer grande al Señor quiere
decir darle espacio en el mundo, en la propia vida, dejarlo entrar en nuestro tiempo
y en nuestro obrar: es esta la esencia más profunda de la oración. Donde Dios crece,
el hombre no empequeñece: justamente ahí es donde se hace grande el hombre y el mundo
se convierte en luminoso.
En el Evangelio, María dirige a su Hijo una petición
en favor de los amigos que se encuentran en dificultad. A primera vista, esto puede
parecer una conversación del todo humana, entre Madre e Hijo y, de hecho es también
un dialogo lleno de profundidad humana.
Sin embargo María, dijo el Papa,
se dirige a Jesús no simplemente como a un hombre, con cuya fantasía y disponibilidad
para socorrer cuenta. Ella confía una necesidad humana a su poder, un poder que está
más allá de las capacidades humanas. Y así, en el diálogo con Jesús, la vemos realmente
como madre que pide, que intercede. Vale la pena ir un poco más a fondo en la escucha
de este trozo evangélico, para comprender mejor a Jesús y a María y para aprender
de María a rezar en el modo justo.
María no dirige una verdadera petición a
Jesús. Sólo le dice: “Ya no les queda vino” (Jn. 2,3). Las bodas en Tierra Santa se
festejaban a lo largo de una semana, estaba invitado todo el pueblo, y por tanto se
consumía una gran cantidad de vino. Entonces los novios se encontraban en dificultad,
y María simplemente se lo dice a Jesús. No le dice lo que debe hacer. Simplemente
confía a Jesús el asunto y le deja a él la decisión a tomar.
Vemos así, en
la simple palabra de la Madre de Jesús, dos cosas: por una parte su solicitud afectuosa
hacia los hombres, la atención materna con la cual advierte la situación difícil del
otro; vemos su bondad cordial y su disponibilidad para ayudar.
“Es esta la
Madre, hacia la cual la gente, desde hace muchas generaciones peregrina a Altötting.
A ella le confiamos nuestras preocupaciones, las necesidades y las situaciones penosas.
La bondad de la Madre, predispuesta para ayudar, a la cual nos acogemos, la vemos
aquí, por primera vez, en la Sagrada Escritura.
Pero a este aspecto, tan familiar
para todos nosotros, se une otro que fácilmente se nos escapa: María reenvía todo
al juicio del Señor. En Nazaret, ella había entregado su voluntad, había inmerso su
voluntad en la de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”
(Lc 1, 38). Esta es su actitud permanente de fondo. Y así nos enseña a rezar: no querer
afirmar nuestra voluntad y nuestros gustos frente a Dios, sino dejarle a Él que decida
en lo que pretende hacer. De María aprendemos la voluntad pronta a ayudar, pero también
la humildad y la generosidad de aceptar la voluntad de Dios, confiando en Él, con
la convicción de que su respuesta será para nuestro verdadero bien.
Si a esta
luz podemos comprender muy bien la actitud y las palabras de María, entender la respuesta
de Jesús nos resulta muy difícil. Ya el apelativo que la dirige no nos gusta: “Mujer”,
-¿por qué no dice Madre? En realidad este título expresa la posición de María en
la historia de la salvación. Nos reenvía al futuro, a la hora de la crucifixión, en
la que Jesús le dirá: “Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre” (Jn. 19,
26-27). Nos está indicando, por tanto, un anticipo de la hora en la que él hará a
la mujer, madre de todos sus discípulos.
En el Evangelio de Juan, María representa
la nueva, la definitiva mujer, la compañera del Redentor, nuestra Madre: el apelativo
aparentemente poco afectuoso expresa sin embargo la grandeza de su misión. Pero menos
todavía nos gusta el resto de la respuesta de Jesús en Caná a María: “¿Qué quieres
de mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn. 2, 4). Nosotros quisiéramos objetar:
tiene que ver mucho con ella! Ha sido ella quien te ha dado carne y sangre, tu cuerpo.
Y nos sólo tu cuerpo: con el “sí” proveniente del fondo de su corazón te ha llevado
en el seno y con amor materno te ha introducido en la vida y te ha ambientado en la
comunidad del pueblo de Israel. Si hablamos así con Jesús, estamos en el buen camino
para comprender su respuesta.
Con palabras sacadas del Salmo 40, nos narra
el diálogo entre el Padre y el Hijo: “Tu no has querido sacrificios ni ofrendas, sin
embargo me has preparado un cuerpo… He aquí que vengo, Padre, para hacer tu voluntad”.
El “sí” del Hijo “Vengo a hacer tu voluntad, y el “sí” de María: “Hágase en mí según
tu palabra”, este doble “sí” se convierte en un único “sí”, y así el Verbo se hace
carne en María. En este doble “sí” la obediencia del Hijo se hace cuerpo, María le
da el cuerpo. “¿Qué tengo que ver contigo, mujer?” Aquello que en lo más profundo
tienen que ver el uno con la otra es este “doble sí”, en cuya coincidencia se ha producido
la Encarnación.
Es en este punto de su profundísima unión donde el Señor mira
con su palabra. Allí, en este común “sí” a la voluntad del Padre, es donde se encuentra
la solución. Nosotros debemos encaminarnos hacia este punto, allí emerge la respuesta
a nuestras preguntas. Desde ahí comprendemos también la segunda frase de la respuesta
de Jesús: “Todavía no ha llegado mi hora”. Jesús no actúa nunca sólo por sí mismo,
nunca para agradar a los demás. El actúa siempre desde el Padre, y es esto justamente
lo que le une a María, porque ahí, en esta unidad de voluntad con el Padre, es donde
ha querido colocar ella también su petición. Por eso, después de la respuesta de Jesús,
que parece un rechazo a la petición, ella sorprendentemente puede decir a los sirvientes
con sencillez: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Jesús no hace un milagro,
no juega con su poder en un asunto privado. Él pone delante una señal concreta con
la que anuncia su hora, la hora de las bodas, de la unión entre Dios y el hombre.
Él no “produce” simplemente vino, sino que transforma la boda humana en una imagen
de las bodas divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que el Hijo
nos entrega la plenitud del bien.
Las bodas se convierten en imagen de la Cruz,
sobre la cual Dios coloca su amor, hasta el extremo, dándose a sí mismo en el Hijo
en carne y sangre –en el Hijo que ha instituido el Sacramento, en el que se entrega
por nosotros para siempre. Así la necesidad viene satisfecha de forma verdaderamente
divina, y la petición inicial sobrepasada en abundancia.
La hora de Jesús
no ha llegado todavía, pero en el signo de la transformación del agua en vino, en
el signo del don festivo, anticipa su hora ya en este momento.
Su hora definitiva
será cuando vuelva al fin de los tiempos. Sin embargo Él anticipa continuamente esta
hora en la Eucaristía, en la que está viniendo continuamente. Y siempre de nuevo lo
hace por intercesión de su Madre, por intercesión de la Iglesia, que lo invoca en
las oraciones eucarísticas: “Ven, Señor, Jesús”. En el Cánon, la Iglesia implora siempre
de nuevo esta anticipación de la “la hora”, pide que venga ya ahora, y se nos dé.
Así
queremos dejadnos guiar por María, por la Madre de las gracias de Altötting, por la
Madre de todos los fieles, hacia la “hora” de Jesús. Pidámosle a él el don de reconocerle
y de comprenderlo cada vez más. Y no dejemos que el recibir venga reducido sólo al
momento de la Comunión. Él permanece siempre en la Hostia Santa y nos espera continuamente.
La adoración del Señor en la Eucaristía ha encontrado en Altötting, en la vieja cámara
del tesoro un lugar nuevo. María y Jesús van juntos. Mediante ella queremos permanecer
en diálogo con el Señor, aprendiendo así a recibirlo mejor. Santa Madre de Dios, ruega
por nosotros, como en Caná has rezado por los novios! Guíanos hacia Jesús, siempre
de nuevo! Amen!
Al concluir el Papa su homilía, algunos peregrinos le entregaron
algunos dones, fruta de Ratisbona, dinero que se dará en beneficencia, al momento
de la oración de los fieles, una de ellos, pidió por la paz en el mundo en el marco
del quinto aniversario del acto terrorista que abatió las torres gemelas de Nueva
York.
Seguidamente apenas concluida la ceremonia, dio inicio a la procesión
que lleva la estatua de la Virgen negra y el Santísimo, el Papa se dirige a la Capilla
de la adoración donde estará siempre expuesto el Santísimo para la veneración de los
fieles ubicado en una piedra original de la Mariansauele de Munich, adornada con un
nuevo capitel de plata y con piedras preciosas.
Tras haber almorzado y descansado
en el convento de Santa Magdalena se dirigirá a la iglesia de San Konrad, y luego
a la basílica de Santa Ana, donde como él mismo escribió en su libro autobiográfico
decía que en esta iglesia se siente particularmente unido porque es allí donde iba
con su familia, las peregrinaciones, escribió hacen parte de los recuerdos más bellos
de mi infancia, el momento más interesante era para mí la Capilla de la gracia con
su oscuridad misteriosa, con la santísima Virgen negra, rodeada de dones, de silenciosas
oraciones de los fieles, de la devoción de los peregrinos que llevaban la cruz de
madera.
Tras la misa, el Papa encabezó una procesión hasta la nueva capilla
del Santuario de Alttoeting, que bendijo e inauguró personalmente. Tras las vísperas
de esta tarde a las cinco, tiene previsto visitar la iglesia parroquial de San Osvaldo
en su localidad natal de Marktl am Inn y seguidamente volará en helicóptero hasta
Ratisbona, donde será recibido por su obispo, Gerhard Ludwig Müller y el alcalde de
la localidad, Hans Schaidinger.