2006-09-11 15:19:43

En el Santuario de Altötting, el Papa exhorta a dar espacio a Dios en el mundo porque “donde Dios crece, se hace grande el hombre y el mundo se convierte en luminoso”


Lunes, 11 sep (RV).- «María imagen y madre de la Iglesia». Tercer día de Benedicto XVI en el corazón religioso de Baviera. El Papa ha peregrinado esta mañana al santuario mariano de Altötting, donde ha presidido la santa misa e inaugurado la capilla de la Adoración del Santísimo.

En el quinto aniversario de los atentados terroristas de Nueva York, en las oraciones de los fieles de la misa presidida por el Papa, se rezó por la paz en el mundo. Esta tarde, Benedicto XVI se traslada a Marktl am Inn, donde nació, y luego a Ratisbona.

Acogido con grandes manifestaciones de cariño también en Altötting, Benedicto XVI ha peregrinado en este tercer día de su Viaje Apostólico al corazón religioso de Baviera, donde se encuentra el Santuario mariano más famoso de Alemania y de Europa central.

Tras haberse desplazado en helicóptero desde Múnich, Benedicto XVI ha presidido la santa misa en la plaza central del Santuario mariano de Altötting, tan ligado también a su infancia, pues precisamente a ese santuario acudía con sus padres y familiares desde cuando era pequeño. «María y Jesús van juntos. Mediante Ella permanezcamos en diálogo con el Señor», ha señalado el Papa en su homilía de esta misa en la que en el quinto aniversario de los atentados terroristas de Nueva York, en las oraciones de los fieles se rezó también por la paz en el mundo.

En su tercera jornada el Papa ha ido al santuario de Altötting, donde se encuentra la Virgen negra, la estatua hecha en madera de tilo, se llama así porque con el tiempo se ennegreció debido también el humo de las candelas. Entre los presentes en Altöting esta mañana hay casi 60 mil personas, 35 mil congregados en la Plaza, y 20 mil en las calles aledañas, considerando que esta ciudad tiene solamente 12 mil habitantes. El Papa antes de partir asistió a una oración matinal en el Palacio arzobispal de Múnich junto a un escogido grupo de fieles, con quienes intercambió impresiones y habló sobre sus experiencias personales en la fe.

A su llegada al Santuario más querido para los bávaros, en donde se conservan la estatua de la Virgen negra y las urnas de plata con dentro los corazones de todos los reyes bávaros, Benedicto XVI mientras se trasladaba en el papamóvil la multitud lo saludaba con evidente cariño, y grandes ovaciones. A las 9 y media aproximadamente Su Santidad fue recibido por el obispo de Passau , mons. Wilhelm Schraml, el ministro del presidente de Baviera Edmundo Stoiber, el presidente de la provincia y del alcalde de la ciudad. Inmediatamente apenas bajó del helicóptero el Papa se dirigió a la capilla de la Virgen para orar por algunos minutos. Seguidamente se procedió a la procesión de la estatua de la Virgen conducida hasta el altar, En la plaza del Santuario de la ciudad donde se llevó a cabo la Liturgia de la Palabra, junto al Padre se encontraban 230 acólitos.

Al momento de su homilía, el Pontífice recordó que en las lecturas de la ceremonia tres veces se encuentra en manera diversa a María, la Madre del Señor como persona que ora. El Papa recordó que María guía a la Iglesia naciente en la oración; es casi la Iglesia orante en persona. Y así, junto a la gran comunidad de los santos, y como su centro, está todavía hoy ante Dios e intercede por nosotros, pidiendo a su Hijo que envíe nuevamente su Espíritu a la Iglesia, al mundo y que renueve la faz de la tierra.

Nosotros respondemos a esta lectura cantando junto con María la gran alabanza entonado por Ella, cuando Isabel la llamó bienaventurada por haber creído. Es esta una oración de acción de gracias, de alegría en Dios, de bendición por sus grandes obras. Lo central de este himno emerge ya en la primera palabra: “Mi alma magnifica, es decir, enaltece, hace grande al Señor”. Hacer grande al Señor quiere decir darle espacio en el mundo, en la propia vida, dejarlo entrar en nuestro tiempo y en nuestro obrar: es esta la esencia más profunda de la oración. Donde Dios crece, el hombre no empequeñece: justamente ahí es donde se hace grande el hombre y el mundo se convierte en luminoso.

En el Evangelio, María dirige a su Hijo una petición en favor de los amigos que se encuentran en dificultad. A primera vista, esto puede parecer una conversación del todo humana, entre Madre e Hijo y, de hecho es también un dialogo lleno de profundidad humana.

Sin embargo María, dijo el Papa, se dirige a Jesús no simplemente como a un hombre, con cuya fantasía y disponibilidad para socorrer cuenta. Ella confía una necesidad humana a su poder, un poder que está más allá de las capacidades humanas. Y así, en el diálogo con Jesús, la vemos realmente como madre que pide, que intercede. Vale la pena ir un poco más a fondo en la escucha de este trozo evangélico, para comprender mejor a Jesús y a María y para aprender de María a rezar en el modo justo.

María no dirige una verdadera petición a Jesús. Sólo le dice: “Ya no les queda vino” (Jn. 2,3). Las bodas en Tierra Santa se festejaban a lo largo de una semana, estaba invitado todo el pueblo, y por tanto se consumía una gran cantidad de vino. Entonces los novios se encontraban en dificultad, y María simplemente se lo dice a Jesús. No le dice lo que debe hacer. Simplemente confía a Jesús el asunto y le deja a él la decisión a tomar.

Vemos así, en la simple palabra de la Madre de Jesús, dos cosas: por una parte su solicitud afectuosa hacia los hombres, la atención materna con la cual advierte la situación difícil del otro; vemos su bondad cordial y su disponibilidad para ayudar.

“Es esta la Madre, hacia la cual la gente, desde hace muchas generaciones peregrina a Altötting. A ella le confiamos nuestras preocupaciones, las necesidades y las situaciones penosas. La bondad de la Madre, predispuesta para ayudar, a la cual nos acogemos, la vemos aquí, por primera vez, en la Sagrada Escritura.

Pero a este aspecto, tan familiar para todos nosotros, se une otro que fácilmente se nos escapa: María reenvía todo al juicio del Señor. En Nazaret, ella había entregado su voluntad, había inmerso su voluntad en la de Dios: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Esta es su actitud permanente de fondo. Y así nos enseña a rezar: no querer afirmar nuestra voluntad y nuestros gustos frente a Dios, sino dejarle a Él que decida en lo que pretende hacer. De María aprendemos la voluntad pronta a ayudar, pero también la humildad y la generosidad de aceptar la voluntad de Dios, confiando en Él, con la convicción de que su respuesta será para nuestro verdadero bien.

Si a esta luz podemos comprender muy bien la actitud y las palabras de María, entender la respuesta de Jesús nos resulta muy difícil. Ya el apelativo que la dirige no nos gusta: “Mujer”, -¿por qué no dice Madre? En realidad este título expresa la posición de María en la historia de la salvación. Nos reenvía al futuro, a la hora de la crucifixión, en la que Jesús le dirá: “Mujer, he ahí a tu hijo; hijo, he ahí a tu madre” (Jn. 19, 26-27). Nos está indicando, por tanto, un anticipo de la hora en la que él hará a la mujer, madre de todos sus discípulos.

En el Evangelio de Juan, María representa la nueva, la definitiva mujer, la compañera del Redentor, nuestra Madre: el apelativo aparentemente poco afectuoso expresa sin embargo la grandeza de su misión. Pero menos todavía nos gusta el resto de la respuesta de Jesús en Caná a María: “¿Qué quieres de mí, mujer? Todavía no ha llegado mi hora” (Jn. 2, 4). Nosotros quisiéramos objetar: tiene que ver mucho con ella! Ha sido ella quien te ha dado carne y sangre, tu cuerpo. Y nos sólo tu cuerpo: con el “sí” proveniente del fondo de su corazón te ha llevado en el seno y con amor materno te ha introducido en la vida y te ha ambientado en la comunidad del pueblo de Israel. Si hablamos así con Jesús, estamos en el buen camino para comprender su respuesta.

Con palabras sacadas del Salmo 40, nos narra el diálogo entre el Padre y el Hijo: “Tu no has querido sacrificios ni ofrendas, sin embargo me has preparado un cuerpo… He aquí que vengo, Padre, para hacer tu voluntad”. El “sí” del Hijo “Vengo a hacer tu voluntad, y el “sí” de María: “Hágase en mí según tu palabra”, este doble “sí” se convierte en un único “sí”, y así el Verbo se hace carne en María. En este doble “sí” la obediencia del Hijo se hace cuerpo, María le da el cuerpo. “¿Qué tengo que ver contigo, mujer?” Aquello que en lo más profundo tienen que ver el uno con la otra es este “doble sí”, en cuya coincidencia se ha producido la Encarnación.

Es en este punto de su profundísima unión donde el Señor mira con su palabra. Allí, en este común “sí” a la voluntad del Padre, es donde se encuentra la solución. Nosotros debemos encaminarnos hacia este punto, allí emerge la respuesta a nuestras preguntas. Desde ahí comprendemos también la segunda frase de la respuesta de Jesús: “Todavía no ha llegado mi hora”. Jesús no actúa nunca sólo por sí mismo, nunca para agradar a los demás. El actúa siempre desde el Padre, y es esto justamente lo que le une a María, porque ahí, en esta unidad de voluntad con el Padre, es donde ha querido colocar ella también su petición. Por eso, después de la respuesta de Jesús, que parece un rechazo a la petición, ella sorprendentemente puede decir a los sirvientes con sencillez: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).

Jesús no hace un milagro, no juega con su poder en un asunto privado. Él pone delante una señal concreta con la que anuncia su hora, la hora de las bodas, de la unión entre Dios y el hombre. Él no “produce” simplemente vino, sino que transforma la boda humana en una imagen de las bodas divinas, a las que el Padre invita mediante el Hijo y en las que el Hijo nos entrega la plenitud del bien.

Las bodas se convierten en imagen de la Cruz, sobre la cual Dios coloca su amor, hasta el extremo, dándose a sí mismo en el Hijo en carne y sangre –en el Hijo que ha instituido el Sacramento, en el que se entrega por nosotros para siempre. Así la necesidad viene satisfecha de forma verdaderamente divina, y la petición inicial sobrepasada en abundancia.

La hora de Jesús no ha llegado todavía, pero en el signo de la transformación del agua en vino, en el signo del don festivo, anticipa su hora ya en este momento.

Su hora definitiva será cuando vuelva al fin de los tiempos. Sin embargo Él anticipa continuamente esta hora en la Eucaristía, en la que está viniendo continuamente. Y siempre de nuevo lo hace por intercesión de su Madre, por intercesión de la Iglesia, que lo invoca en las oraciones eucarísticas: “Ven, Señor, Jesús”. En el Cánon, la Iglesia implora siempre de nuevo esta anticipación de la “la hora”, pide que venga ya ahora, y se nos dé.

Así queremos dejadnos guiar por María, por la Madre de las gracias de Altötting, por la Madre de todos los fieles, hacia la “hora” de Jesús. Pidámosle a él el don de reconocerle y de comprenderlo cada vez más. Y no dejemos que el recibir venga reducido sólo al momento de la Comunión. Él permanece siempre en la Hostia Santa y nos espera continuamente. La adoración del Señor en la Eucaristía ha encontrado en Altötting, en la vieja cámara del tesoro un lugar nuevo. María y Jesús van juntos. Mediante ella queremos permanecer en diálogo con el Señor, aprendiendo así a recibirlo mejor. Santa Madre de Dios, ruega por nosotros, como en Caná has rezado por los novios! Guíanos hacia Jesús, siempre de nuevo! Amen!

Al concluir el Papa su homilía, algunos peregrinos le entregaron algunos dones, fruta de Ratisbona, dinero que se dará en beneficencia, al momento de la oración de los fieles, una de ellos, pidió por la paz en el mundo en el marco del quinto aniversario del acto terrorista que abatió las torres gemelas de Nueva York.

Seguidamente apenas concluida la ceremonia, dio inicio a la procesión que lleva la estatua de la Virgen negra y el Santísimo, el Papa se dirige a la Capilla de la adoración donde estará siempre expuesto el Santísimo para la veneración de los fieles ubicado en una piedra original de la Mariansauele de Munich, adornada con un nuevo capitel de plata y con piedras preciosas.

Tras haber almorzado y descansado en el convento de Santa Magdalena se dirigirá a la iglesia de San Konrad, y luego a la basílica de Santa Ana, donde como él mismo escribió en su libro autobiográfico decía que en esta iglesia se siente particularmente unido porque es allí donde iba con su familia, las peregrinaciones, escribió hacen parte de los recuerdos más bellos de mi infancia, el momento más interesante era para mí la Capilla de la gracia con su oscuridad misteriosa, con la santísima Virgen negra, rodeada de dones, de silenciosas oraciones de los fieles, de la devoción de los peregrinos que llevaban la cruz de madera.

Tras la misa, el Papa encabezó una procesión hasta la nueva capilla del Santuario de Alttoeting, que bendijo e inauguró personalmente. Tras las vísperas de esta tarde a las cinco, tiene previsto visitar la iglesia parroquial de San Osvaldo en su localidad natal de Marktl am Inn y seguidamente volará en helicóptero hasta Ratisbona, donde será recibido por su obispo, Gerhard Ludwig Müller y el alcalde de la localidad, Hans Schaidinger.







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