Lunes, 24 jul (RV).- “Depositada en el mausoleo de vuestra catedral, guardáis la memoria
de un amigo de Jesús, de uno de los discípulos predilectos del Señor, el primero de
los Apóstoles que con su sangre dio testimonio del Evangelio: Santiago el Mayor, el
hijo de Zebedeo”. Con estas palabras Juan Pablo II presentaba en santiago de Compostela
al patrón de España: Santiago Apóstol, festividad que mañana se conmemora.
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La misión de
la Iglesia comenzó a realizarse precisamente gracias al hecho de que los Apóstoles,
llenos del Espíritu Santo recibido en el Cenáculo el día de Pentecostés, obedecieron
a Dios antes que a los hombres, como recordaba también Juan Pablo II en una Homilía
a los peregrinos que acudieron a la Catedral de Santiago de Compostela en 1982 con
motivo del viaje apostólico del Papa a España. Esta obediencia la pagaron con el sufrimiento,
con la sangre, con la muerte. La furia de los jerarcas de Jerusalén se estrelló con
una decisión inquebrantable, la decisión que a Santiago el Mayor le llevó al martirio,
cuando Herodes —como dicen los Hechos de los Apóstoles— “echó mano a algunos de la
Iglesia para maltratarlos. Y dio muerte a Santiago, hermano de Juan, por la espalda”.
Él
fue el primero de los Apóstoles que sufrió el martirio. El Apóstol que desde hace
siglos es venerado por toda España, Europa y la Iglesia entera, en Compostela.
Hoy
como ayer, necesitamos descubrir personalmente, como nuestro Apóstol, que Cristo es
el Señor, para convertirnos en seguidores y apóstoles, en testigos y evangelizadores,
y así construir una civilización más justa, una sociedad humana más habitable. Este
es el legado que Santiago ha dejado no sólo a España y Europa, sino a todos los pueblos
del mundo. Y éste es también el mensaje que el Papa, Sucesor de Pedro, os quiere confiar
para que la Buena Nueva de salvación no quede convertida en silencio estéril, sino
que encuentre eco favorable y produzca abundantes frutos de vida eterna.
Los
Apóstoles, predicando el Evangelio, entablaron con los hombres de todos los pueblos
un diálogo incesante que parece resonar con especiales acentos aquí, junto al testimonio”
del Apóstol Santiago y de su martirio. La fe se tiene que traducir, como invitaba
el predecesor de Benedicto XVI, en un estilo de vida según el Evangelio, es decir,
un estilo de vida que refleje las bienaventuranzas, que se manifieste en el amor como
clave de la existencia humana y que potencie los valores de la persona, para comprometerla
en la solución de los problemas humanos de nuestro tiempo.
Es la fe de los
peregrinos que van y siguen yendo a Santiago de Compostela de toda España y desde
más allá de sus fronteras. La fe de las generaciones pasadas que “ayer” vinieron a
Compostela, y de la generación actual que continúa viniendo también “hoy”. Con esta
fe se construye la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.
Así, pues, junto
al Apóstol Santiago se construye en nosotros la Iglesia del Dios viviente. Esta Iglesia
profesa su fe en Dios, anuncia a Dios, adora a Dios.
El Señor es bueno, su
misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades» (Sal 100 [99]). ¡Que Santiago
y Nuestra Señora intercedan por vosotros ante el trono del Altísimo! Así sea.