2006-06-29 16:14:57

En la solemnidad de los santos Pedro y Pablo el Papa reitera que todavía hoy Cristo sigue sufriendo, humillado y golpeado, se intenta echarle del mundo y de nuevo la pequeña barca de la Iglesia es azotada por el viento de las ideologías


Jueves, 29 jun (RV).- En la solemnidad de los santos Pedro y Pablo, el Santo Padre ha presidido esta mañana en la Basílica Vaticana la concelebración de la Eucaristía con 27 arzobispos metropolitanos, a quienes ha impuesto el sagrado palio. En esta ocasión los prelados que hoy han recibido el sagrado palio, signo de comunión de la Iglesia universal con la Sede Apostólica, provenían 11 de América, 5 de África, 3 de Asia y 8 de Europa.

Tras el rito de la bendición e imposición de los Palios a los arzobispos metropolitanos, el Papa ha centrado su homilía en la misión particular encomendada a Pedro. Benedicto XVI ha querido llamar la atención sobre el lugar geográfico y el contexto cronológico de la confesión de Pedro a Jesús reconociéndolo como Mesías e Hijo de Dios. “La promesa tiene lugar junto a las fuentes del Jordán, en la frontera de la tierra judía, sobre el confín hacia el mundo pagano. El momento de la promesa marca un viraje decisivo en el camino de Jesús: ahora el Señor se encamina hacia Jerusalén y por vez primera, dice a los discípulos que el camino hacia la Ciudad Santa es el camino hacia la Cruz”.

Y todavía hoy Cristo sigue sufriendo, como ha dicho el Papa. “En la Iglesia Cristo viene siempre de nuevo humillado y golpeado; siempre nuevamente se intenta echarle del mundo. Siempre de nuevo la pequeña barca de la Iglesia es azotada por el viento de las ideologías, que con sus aguas que penetran en ella parecen condenarla al hundimiento. Y no obstante, la fe en Él retoma siempre fuerzas de nuevo.

El Santo Padre ha afirmado que “también hoy el Señor manda sobre las aguas y se muestra el Señor de los elementos. Él permanece en su barca, en la pequeña nave de la Iglesia. De esta forma también en el ministerio de Pedro se revela, por una parte, la debilidad propia del hombre pero a la vez la fuerza de Dios; precisamente en la debilidad de los hombres el Señor manifiesta su fuerza; demuestra que es Él mismo el que construye, mediante hombres débiles, su Iglesia”.

En otro momento de su homilía el Pontífice ha subrayado que muchas veces nos parece que Dios deja demasiada libertad a Satanás, que le concede la facultad de sacudirnos de una forma demasiado terrible y que todo ello supere nuestras fuerzas y nos oprima demasiado”. Y en este contexto el Papa ha situado la negación de Pedro hacia Jesús porque “a través de esa caída Pedro –y con él la Iglesia de todos los tiempos- debe aprender que las propias fuerzas no son suficientes para edificar y guiar la Iglesia del Señor. Nadie lo consigue por si sólo”. Necesitamos la mirada salvadora de Jesús para todos aquellos que en la Iglesia ostentan una responsabilidad; para todos aquellos que sufren las confusiones de este mundo. La misión de Pedro está anclada en la oración de Jesús. Es aquí donde encontramos la seguridad de su perseverancia a través de todas las miserias humanas.

“La misión de Pedro y de sus sucesores es presidir esta comunión universal; mantenerla presente en el mundo como unidad también visible y encarnada. Él, junto a toda la Iglesia de Roma debe –como dice san Ignacio de Antioquia- presidir la caridad, presidir la comunidad de ese amor que proviene de Cristo, y siempre de nuevo, sobrepasa los limites de lo privado para llevar el amor de Cristo hasta los confines de la Tierra”.







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