2006-05-07 15:13:55

“La única ascensión legítima para el ministerio sacerdotal es a la Cruz”, palabras de Benedicto XVI en la Homilía de Ordenación de quince nuevos presbíteros


Domingo, 7 may (RV).- En la Ordenación sacerdotal celebrada esta mañana en la Basílica de san Pedro, quince han sido los nuevos presbíteros, cinco de ellos pertenecen al Seminario romano, siete al Colegio diocesano Redemptoris Mater, uno al Almo Collegio Capránica, y dos a la orden de los Carmelitas descalzos. Y más en concreto, doce son italianos, uno de Honduras, César Gustavo Fonseca Avila, un polaco y uno de Israel. Con el Santo Padre han concelebrado el Vicario de Roma cardenal Camillo Ruini, el Viceregente de la diócesis monseñor Luigi Moretti y los rectores de los diversos seminarios de la ciudad.

Durante el rito de ordenación cada uno de los sacerdotes era llamado a presentarse por nombre, y al ser convocados respondían “Aquí estoy”. La fórmula de ordenación pronunciada por el Santo Padre ha sido: “Queridos hijos, antes de recibir la orden de presbíteros tenéis que manifestar ante el Pueblo de Dios la voluntad de asumir los compromisos. ¿Queréis ejercitar durante toda la vida el Ministerio Sacerdotal con el grado de presbíteros como fieles cooperadores del Orden de los Obispos al servicio del Pueblo de Dios bajo la guía del Espíritu Santo?”.

Tras la presentación, y solicitud ante el Santo Padre de cada ordenando, el Papa ha pronunciado su homilía, cuyo mensaje y significado eran acordes con la Fiesta del Buen Pastor. “En esta hora en la que vosotros, queridos amigos, mediante el Sacramento de la Ordenación Sacerdotal, habéis sido incorporados como pastores al servicio del Gran Pastor Jesucristo, es el mismo Señor quien, en el Evangelio de hoy, nos habla del servicio a favor del rebaño de Dios”, ha exhortado el Papa.

La imagen del pastor viene de lejos, ha continuado el Santo Padre, al recordar a Moisés y David, quienes antes de haber sido llamados a ser líderes del pueblo, habían sido pastores de rebaños. El profeta Ezequiel, ante la degeneración de los pastores en Israel en tiempos del Exilio, había llamado a Dios mismo Pastor de su pueblo: “Como sigue el pastor el rastro de sus rebaño, (…) así seguiré yo el rastro de mis ovejas y las libraré, sacándolas de todos los lugares por donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones”.

Ahora es Jesús el Buen Pastor, por medio del cual Dios se preocupa por su criatura, el hombre, reuniendo a los seres humanos y llevándoles a los buenos pastos. Y san Pedro, a quien Jesús resucitado encargó de apacentar a sus ovejas, llama al mismo Jesús “archipastor”, porque sólo con Él y por Él se puede ser verdadero pastor. Y justamente, esta comunión con Él es lo que expresa el Sacramento del Orden: el sacerdote queda inserto en Cristo para que en su servicio, Dios mismo sea nuestro Pastor, ha dicho el Papa en su Homilía de hoy.

El Santo Padre ha continuado reflexionando sobre las características esenciales que definen al “buen pastor”. Jesús mismo, antes de designarse como tal, se identificó como la puerta: “Yo soy la puerta”, dando a entender que quien entra o sube por otra parte es un ladrón o un bandido. “Subir”, ha matizado el Papa, tiene connotaciones de posición de privilegio, de procurarse un estatus mediante la Iglesia, de servirse y no servir, “cuando la única ascensión legítima para el Ministerio Sacerdotal es a la Cruz”.

Esta es la puerta, sigue diciendo el Papa, que mediante el humilde servicio de Jesucristo, conduce a los hombres por el camino de la vida. El sacerdote, en su donación total a Cristo, quiere conocerlo y amarlo cada día más, hasta que nuestra voluntad y nuestra conducta se hagan una con su obrar.

Veamos ahora de cerca las tres afirmaciones fundamentales de Jesús sobre el “buen pastor”. La primera, que permea con fuerza del relato de los pastores, dice que el pastor da su vida por las ovejas. El misterio de la Cruz es central en el servicio de Jesús como pastor: es el gran servicio que nos hace a todos nosotros. Él se entrega a sí mismo. Y por eso, con razón, en el centro de la vida sacerdotal está la Eucaristía, en la cual el sacrificio de Jesús en la Cruz se hace presente continuamente ante nosotros.

Es muy importante para el sacerdote la Eucaristía cotidiana, ha seguido afirmando el Santo Padre, porque en ella encontramos al Señor que se despoja de su Gloria Divina, se humilla hasta la muerte en la Cruz y así se nos da como alimento para todos. La Eucaristía, -esta es la primera nota que destaca el Papa-, ha de ser para nosotros una escuela de vida, donde nosotros mismos aprendemos a entregar nuestra vida. Entregar la vida, no retenerla, porque sólo quien la da la encuentra. Misteriosamente, en esto radica el secreto de nuestra libertad.

La segunda afirmación del Señor es la de: “Yo conozco a mis ovejas y las mías me conocen, como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre”. Parece que se trata de dos referencias dispares, -dice Benedicto XVI-, la relación de Jesús con el Padre y la relación de Jesús con los hombres, pero están internamente entrelazadas, porque los hombres, a fin de cuentas, pertenecen al Padre y están en su búsqueda. Por eso, sólo cuando nosotros estemos en esa relación con Cristo, y a través de Él con el Padre, sólo entonces podremos comprender de verdad a los hombres, y será entonces cuando los hombres se den cuenta de haber encontrado al “buen pastor”.

Dice Benedicto XVI a los neo-sacerdotes que, en estas palabras de Jesús se encierra la tarea pastoral práctica del sacerdote, que consiste en buscar al hombre, en ser y estar abiertos a sus necesidades y sus preguntas, en “conocerles”, en el sentido bíblico, es decir de amarles, porque un conocer, sin la profunda aceptación del otro, no les permitiría a aquellos sentir de cerca el corazón del Señor. Este es el trabajo pastoral, no ligar los hombres a uno mismo, sino guiarles hacia Jesús.

Y por fin, -ha dicho Benedicto XVI- el Señor nos habla del servicio de la unidad confiado al pastor: “Tengo otras ovejas que no pertenecen a este redil, a las que debo guiar; escucharán mi voz y se formará un solo rebaño con un solo pastor”. Se trata de la misma afirmación que hace san Juan cuando el Sanedrín tomó la decisión de matar a Jesús, “que profetizó que Jesús moriría por la nación, y no sólo por la nación, sino para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos”.

Se revela la relación entre la Cruz y la unidad; la unidad se paga con la Cruz. Sin embargo emerge, sobre todo, dice el Santo Padre, el horizonte universal de la actuación de Jesús. Si Ezequiel, en su profecía sobre los pastores, propugnaba la unidad entre las tribus dispersas de Israel, ahora se trata de la unificación de todos los hijos de Dios, de la humanidad de la Iglesia, de los judíos y de los paganos.

La Iglesia tiene la responsabilidad del cuidado universal. Debe preocuparse de todos. Esta gran tarea se debe traducir en las respectivas misiones de los sacerdotes. Evidentemente, observa el Papa, un sacerdote, un “pastor de almas”, debe antes que nada, preocuparse de aquellos, que creen y viven con la Iglesia, que buscan en ella el camino de la vida y que por su parte, cual piedras vivas, construyen la iglesia edificándola y sosteniéndola junto con al sacerdote.

Sin embargo, el sacerdote debe salir para invitar al banquete de Dios a los hombres que hasta ahora no han conocido a Cristo. El servicio de la unidad tiene muchas formas. De ello forma parte también el compromiso para la unidad interior de la Iglesia, para que ella, sobre todas las diversidades y límites, sea un signo de la presencia de Dios en el mundo, el único capaz de crear esa unidad.

La Iglesia antigua encontró en la figura del pastor que lleva una oveja sobre sus espaldas, su propia imagen. Tal vez estas imágenes forman parte del sueño idílico de la vida campestre que había fascinado a la sociedad de entonces, observa el Papa. Sin embargo para los cristianos, esta figura hace presente con toda naturalidad la imagen de Aquel que busca a la oveja perdida: la humanidad; la imagen de Aquel que nos sigue por nuestros desiertos y nuestras confusiones; la imagen de Aquel que lleva sobre sus hombros a la humanidad para llevarla a casa.
 Esta imagen, ha dicho el Papa al concluir su Homilía, se ha convertido en la imagen del verdadero Pastor Jesucristo. “En Él confiamos. A Él confiamos a Ustedes queridos hermanos, especialmente en esta hora, para que Él les conduzca y les lleve todos los días; para que les ayude a ser, mediante Él y con Él, buenos pastores de su rebaño. Amén”.







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