Escuchar el programa Viernes, 21 abr
(RV).- Cuando hablamos del amor casi de inmediato lo asociamos con ternura, con afecto,
con sentimientos positivos, porque en definitiva hemos sentido que el amor nos permite
acariciar y cuidar de las personas a las que amamos: padres, hijos, hermanos, abuelos,
esposo. Sin embargo, pocas veces pensamos que el amor es también maravilloso cuando
puede ser un instrumento de acercamiento, de aceptación, de paz cuando amamos al prójimo,
a otros seres que no necesariamente conocemos.
Retomando apartes de un artículo
de prensa publicado en un semanario, María Antonieta Solórzano –terapista familiar-
señala que el amor es también la fuerza con la que podemos solucionar conflictos dentro
de una familia o en las fronteras de un país. Nos parece difícil suponer que la justicia
y la equidad, tanto en las relaciones intrafamiliares como en las sociales, se derivan
del ejercicio del amor.
Muchas veces escuchamos decir a alguien que renuncia
al amor, por los motivos que haya tenido, porque se sintió traicionado, por abandono,
en fin la experiencia que haya vivido, y entonces se vuelve hostil, duro, indolente,
como si por un momento olvidara que es un ser humano igual que sus semejantes.
Cuando
olvidamos que el amor es un sentimiento propio de los seres humanos, independiente
de sus lazos de sangre, afinidades o atracciones, entonces se empiezan a construir
barreras insalvables, las relaciones comienzan a girar sobre imposibles, a partir
de hechos o condiciones de convivencia insalvables: una esposa que quiere que su marido
siempre esté junto a ella, un padre que cree que puede decidir de quién se enamoran
los hijos, un jefe que piensa que su empleado debe dedicar todo su tiempo a la empresa
y postergar su vida de familia, una empresa que cree que puede experimentar con sus
descubrimientos poniendo en peligro la vida del planeta o la de algunos seres humanos.
Y
esto no sólo ocurre en las relaciones cotidianas, lo vemos reflejado también en las
relaciones internacionales entre las naciones, entre grupos de diversas etnias y condiciones
sociales, porque suponemos que el afecto contamina las relaciones, obstruye el logro
de buenos objetivos, invita a la pereza y la flojera o incluso asociamos los sentimientos
con la mediocridad, porque no se exige lo que se debiera. Cuando eso sucede, pareciera
–como asegura la terapeuta Antonieta Solórzano- que todos han olvidado que son seres
humanos con la responsabilidad de amar y sin el derecho de someter al ser humano que
tienen enfrente.
Y entonces si el amor es un sentimiento propio de la condición
humana, entonces el adagio popular que dice que “uno no da de lo que no ha recibido”,
es decir que las personas que no han recibido amor en sus hogares, durante sus vidas
no pueden dar amor, esta creencia responde particularmente a la incapacidad de reconocer
en cada ser humano una fuente inagotable de comprensión, de aceptación misma de nuestra
propia condición humano.
Es claro que cuando hemos recibido cariño y respeto
en nuestro medio familiar, es más fácil creer en el amor que nos permite acariciar
y cuidar de otros. Sin embargo, no hay duda que todos nosotros, no importa cuál sea
nuestra historia, en algún momento de la vida podemos descubrir en nuestro interior
que somos capaces de amar más allá de las fronteras de nuestra familia, y sentir la
presencia de un amor que nos impulse a la compasión, aun con aquellos que hemos considerado
adversarios. Sólo así será posible construir las condiciones de justicia y de equidad
que el presente y el futuro de la humanidad requieren