Jueves, 20 abr.- Este domingo se celebra en todo el mundo el Día del Libro. Con la
celebración de este día la UNESCO pretende fomentar la lectura, la industria editorial
y la protección de la propiedad intelectual por medio del derecho de autor.
El
23 de abril de 1616 fallecían Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
También en un 23 de abril nacieron –o murieron– otros escritores eminentes como Maurice
Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Por este motivo,
esta fecha tan simbólica para la literatura universal fue la escogida por la Conferencia
General de la UNESCO para rendir un homenaje mundial al libro y sus autores, y alentar
a todos, en particular a los más jóvenes, a descubrir el placer de la lectura y respetar
la irreemplazable contribución de los creadores al progreso social y cultural.
El
éxito de esta iniciativa depende fundamentalmente del apoyo que reciba de los medios
interesados (autores, editores, libreros, educadores y bibliotecarios, entidades públicas
y privadas, organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación), movilizados
en cada país por conducto de las Comisiones Nacionales para la UNESCO, las asociaciones,
los centros y clubes UNESCO, las redes de escuelas y bibliotecas asociadas y cuantos
se sientan motivados para participar en esta fiesta mundial.
La Santa Sede
ha apoyado esta iniciativa, uniéndose, como ya lo hiciera Pablo VI a las celebraciones
mundiales. Fue precisamente Pablo VI, quien en 1973, se unió al Comité para el Año
Internacional de Libro de la UNESCO.
La celebración de este Día, que suscita
cada vez más adhesiones, dejó claro desde el principio cuán importante ocasión supone
para reflexionar e informar sobre un tema que requiere especial atención. Hoy lo celebran
millones de personas de más de cien de países, aglutinadas en torno a centenares de
asociaciones, escuelas, organismos públicos, colegios profesionales y empresas privadas.
Han pasado ya once años desde que se diera inicio a estas celebraciones en
todo el mundo, durante este tiempo, el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor
ha servido para atraer a la causa de los libros y del derecho de autor a gran número
de personas de todos los continentes y orígenes culturales, como señalaba el Director
General de la UNESCO, Koichiro Matsuura, en su discurso del pasado año. Todo esto
ha permitido descubrir, valorar y explorar muchas vertientes distintas del mundo editorial:
el libro como vehículo de valores y conocimientos y como depositario del patrimonio
inmaterial; el libro como puerta de acceso a la diversidad de las culturas y como
instrumento de diálogo; o el libro como fuente de ingresos materiales y obra de creadores
protegidos por el derecho de autor. Todas esas facetas del libro han sido objeto de
numerosas iniciativas de sensibilización y promoción que han surtido efectos reales,
aunque no por ello haya que dejar de trabajar con el mayor empeño.
Desde el
año 2000, el Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor ha dado pie a otra iniciativa
propuesta por las organizaciones profesionales, con el concurso de la UNESCO y el
apoyo de los Estados: la Capital Mundial del Libro. Cada año se elige una ciudad,
que se compromete a recoger el testigo del Día Mundial y, con iniciativas propias,
alimentar la dinámica creada por su celebración hasta el año siguiente. Casi todas
las regiones del mundo, cada una en su momento, han participado ya en el proceso,
que de este modo convierte las festividades en torno al libro y el derecho de autor
en una actividad incesante para extender todavía más, tanto geográfica como culturalmente,
la presencia e influencia de los libros.
En los últimos años ha quedado patente
que el Día Mundial puede constituir una fecha simbólica para lanzar grandes operaciones
de apoyo, especialmente en América Latina y África. En este sentido, el Director Genral
de la UNESCO recuerda los acontecimientos de 2005, un año marcado desde el principio
por la necesidad de responder con una acción concertada y solidaria a las espantosas
calamidades provocadas por el maremoto de Asia sudoriental, demuestran cuán necesario
es reconocer el valor de los libros como instrumento de reconstrucción económica y
moral.
Y es que, el libro es, en efecto, el signo de un universo que renace
económicamente gracias a la vasta cadena de actividades y profesiones generadoras
de ingresos a la que da origen. El derecho de autor, que protege la explotación lícita
de los frutos del ingenio humano, es también un elemento fundamental en este contexto.
El libro, más allá de su importancia sectorial, constituye una herramienta de aprendizaje,
intercambio y actualización de conocimientos, indispensable para ejercer cualquier
oficio en cualquier sector, desde la producción hasta el comercio o los servicios,
y por tal razón es un ingrediente básico de la vida económica e industrial de un país.
A esta función propia en la reconstrucción material se agrega el importante
papel psicológico y sentimental que los libros pueden desempeñar en las escuelas y
bibliotecas, así como en el hogar, facilitando, con un retorno a la lectura paralelo
al retorno a la normalidad, la superación de los traumatismos generados por el desastre
y la capacidad de afrontarlos racionalmente.