Urbi et Orbi: el Papa pide paz y seguridad para África, Irak y Tierra Santa, que acabe
la plaga de secuestros en Latinoamérica y se resuelvan las crisis internacionales
por la energía nuclear
Domingo, 16 abr (RV).- En su primer mensaje pascual, Benedicto XVI ha pedido paz y
seguridad para África, Irak y Tierra Santa, que se termine la execrable plaga de los
secuestros en Latinoamérica y se resuelvan pacíficamente las crisis internacionales
vinculadas a la energía nuclear.
El Santo Padre ha hablado en su mensaje del
“acontecimiento decisivo y siempre actual de la Resurrección, misterio central de
la fe cristiana”, porque el día de Pascua “se cumple la promesa del Creador, también
en esta época nuestra marcada por la inquietud y la incertidumbre”. En el Domingo
de Resurrección Benedicto XVI ha subrayado que revivimos este acontecimiento que ha
cambiado el rostro de nuestra vida, de la historia de la humanidad. “Cuantos permanecen
todavía bajo las cadenas del sufrimiento y la muerte, aguardan, a veces de modo inconsciente,
la esperanza de Cristo resucitado”.
El Pontífice ha expresado su ardiente deseo
de paz y seguridad en especial para África, Irak y Tierra Santa. “Que el espíritu
del Resucitado traiga consuelo y seguridad, particularmente, a África a las poblaciones
de Dafur, que atraviesan una dramática situación humanitaria insostenible; a las de
las regiones de los Grandes Lagos, donde muchas heridas aún no han cicatrizado; a
los pueblos del Cuerno de África, de Costa de Marfil, de Uganda, de Zimbabwe y de
otras naciones que aspiran a la reconciliación, a la justicia y al desarrollo. Que
en Irak prevalezca finalmente la paz sobre la trágica violencia, que continúa causando
víctimas despiadadamente. También deseo ardientemente la paz para los afectados por
el conflicto de Tierra Santa, invitando a todos a un diálogo paciente y perseverante
que elimine los obstáculos antiguos y nuevos. Que la comunidad internacional, que
reafirma el justo derecho de Israel a existir en paz, ayude al pueblo palestino a
superar las precarias condiciones en que vive y a construir su futuro encaminándose
hacia la constitución de un auténtico y propio Estado”.
En el mismo sentido
el Santo Padre ha pedido que termine “la execrable plaga de secuestros en Latinoamérica”
y se logre una salida honrosa en las crisis internacionales vinculadas a la energía
nuclear “mediante negociaciones serias y legales”. “Que el Espíritu del Resucitado
suscite un renovado dinamismo en el compromiso de los Países de Latinoamérica, para
que se mejoren las condiciones de vida de millones de ciudadanos, se extirpe la execrable
plaga de los secuestros y se consoliden las instituciones democráticas, en espíritu
de concordia y de solidaridad activa. Por lo que respecta a las crisis internacionales
vinculadas a la energía nuclear, que se llegue a una salida honrosa para todos mediante
negociaciones serias y leales, y que se refuerce en los responsables de las Naciones
y de las Organizaciones Internacionales la voluntad de lograr una convivencia pacífica
entre etnias, culturas y religiones, que aleje la amenaza del terrorismo. Éste es
el camino de la paz para el bien de toda la humanidad”.
Seguidamente el Santo
Padre ha felicitado las Pascuas en 62 lenguas. Entre ellas, el español y el latín:
Os deseo a
todos una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza y
el amor de Jesucristo Resucitado.
Non est hic, sed resurrexit!
Texto
completo del mensaje pascual de Benedicto XVI
(Pascua, 16 de abril
de 2006)
Queridos hermanos y hermanas: Christus resurrexit! - ¡Cristo ha
resucitado!
La gran Vigilia de esta noche nos ha hecho revivir el acontecimiento
decisivo y siempre actual de la Resurrección, misterio central de la fe cristiana.
En las iglesias se han encendido innumerables cirios pascuales para simbolizar la
luz de Cristo que ha iluminado e ilumina a la humanidad, venciendo para siempre las
tinieblas del pecado y del mal. Y hoy resuenan con fuerza las palabras que asombraron
a las mujeres que habían ido la madrugada del primer día de la semana al sepulcro
donde habían puesto el cuerpo de Cristo, bajado apresuradamente de la cruz. Tristes
y desconsoladas por la pérdida de su Maestro, encontraron apartada la gran piedra
y, al entrar, no hallaron su cuerpo. Mientras estaban allí, perplejas y confusas,
dos hombres con vestidos resplandecientes les sorprendieron, diciendo: «¿Por qué buscáis
entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6) «Non est
hic, sed resurrexit» (Lc 24, 6). Desde aquella mañana, estas palabras siguen resonando
en el universo como anuncio perenne, e impregnado a la vez de infinitos y siempre
nuevos ecos, que atraviesa los siglos. «No está aquí... ha resucitado». Los mensajeros
celestes comunican ante todo que Jesús «no está aquí»: el Hijo de Dios no ha quedado
en el sepulcro, porque no podía permanecer bajo el dominio de la muerte (cf. Hch 2,
24) y la tumba no podía retener «al que vive» (Ap 1, 18), al que es la fuente misma
de la vida. Porque, del mismo modo que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo, también
Cristo crucificado quedó sumido en el seno de la tierra (cf. Mt 12, 40) hasta terminar
un sábado. Aquel sábado fue ciertamente «un día solemne», como escribe el evangelista
Juan (19, 31), el más solemne de la historia, porque, en él, el «Señor del sábado»
(Mt 12, 8) llevó a término la obra de la creación (cf. Gn 2, 1-4a), elevando al hombre
y a todo el cosmos a la gloriosa libertad de los hijos de Dios (cf. Rm 8, 21). Cumplida
esta obra extraordinaria, el cuerpo exánime ha sido traspasado por el aliento vital
de Dios y, rotas las barreras del sepulcro, ha resucitado glorioso. Por esto los ángeles
proclaman «no está aquí»: ya no se le puede encontrase en la tumba. Ha peregrinado
en la tierra de los hombres, ha terminado su camino en la tumba, como todos, pero
ha vencido a la muerte y, de modo absolutamente nuevo, por un puro acto de amor, ha
abierto la tierra de par en par hacia el Cielo. Su resurrección, gracias al Bautismo
que nos “incorpora” a Él, es nuestra resurrección. Lo había preanunciado el profeta
Ezequiel: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros,
pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel» (Ez 37, 12). Estas palabras proféticas
adquieren un valor singular en el día de Pascua, porque hoy se cumple la promesa del
Creador; hoy, también en esta época nuestra marcada por la inquietud y la incertidumbre,
revivimos el acontecimiento de la resurrección, que ha cambiado el rostro de nuestra
vida, ha cambiado la historia de la humanidad. Cuantos permanecen todavía bajo las
cadenas del sufrimiento y la muerte, aguardan, a veces de modo inconsciente, la esperanza
de Cristo resucitado. Que el espíritu del Resucitado traiga consuelo y seguridad,
particularmente, a África a las poblaciones de Dafur, que atraviesan una dramática
situación humanitaria insostenible; a las de las regiones de los Grandes Lagos, donde
muchas heridas aún no han cicatrizado; a los pueblos del Cuerno de África, de Costa
de Marfil, de Uganda, de Zimbabwe y de otras naciones que aspiran a la reconciliación,
a la justicia y al desarrollo. Que en Irak prevalezca finalmente la paz sobre la trágica
violencia, que continúa causando víctimas despiadadamente. También deseo ardientemente
la paz para los afectados por el conflicto de Tierra Santa, invitando a todos a un
diálogo paciente y perseverante que elimine los obstáculos antiguos y nuevos. Que
la comunidad internacional, que reafirma el justo derecho de Israel a existir en paz,
ayude al pueblo palestino a superar las precarias condiciones en que vive y a construir
su futuro encaminándose hacia la constitución de un auténtico y propio Estado. Que
el Espíritu del Resucitado suscite un renovado dinamismo en el compromiso de los Países
de Latinoamérica, para que se mejoren las condiciones de vida de millones de ciudadanos,
se extirpe la execrable plaga de secuestros de personas y se consoliden las instituciones
democráticas, en espíritu de concordia y de solidaridad activa. Por lo que respecta
a las crisis internacionales vinculadas a la energía nuclear, que se llegue a una
salida honrosa para todos mediante negociaciones serias y leales, y que se refuerce
en los responsables de las Naciones y de las Organizaciones Internacionales la voluntad
de lograr una convivencia pacífica entre etnias, culturas y religiones, que aleje
la amenaza del terrorismo. Éste es el camino de la paz para el bien de toda la humanidad. Que
el Señor Resucitado haga sentir por todas partes su fuerza de vida, de paz y de libertad.
Las palabras con las que el ángel confortó los corazones atemorizados de las mujeres
en la mañana de Pascua, se dirigen a todos: «¡No tengáis miedo!...No está aquí. Ha
resucitado» (Mt 28,5-6). Jesús ha resucitado y nos da la paz; Él mismo es la paz.
Por eso la Iglesia repite con firmeza: «Cristo ha resucitado – Christós anésti». Que
la humanidad del tercer milenio no tenga miedo de abrirle el corazón. Su Evangelio
sacia plenamente el anhelo de paz y de felicidad que habita en todo corazón humano.
Cristo ahora está vivo y camina con nosotros. ¡Inmenso misterio de amor! Christus
resurrexit, quia Deus caritas est! Alleluia