Benedicto XVI exhorta en la Misa Crismal a estar al servicio de la vida “que es más
fuerte que la muerte, y del amor, que es más fuerte que el odio”, en un mundo de actividad
frenética a menudo desorientado y con capacidad destructiva
Jueves, 13 abr (RV).- Ser sacerdote es ser hombre de oración, amigo de Jesús. Dejemos
que nos tome de la mano, así nunca nos hundiremos y estaremos al servicio de la vida,
que es más fuerte que la muerte, y del amor, que es más fuerte que el odio. Esta ha
sido la exhortación de Benedicto XVI esta mañana en la Misa Crismal.
En este
Jueves Santo, «día en que el Señor encomendó a los Doce la tarea sacerdotal de celebrar,
en el pan y en el vino, el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, hasta su retorno»
Benedicto XVI ha presidido esta mañana, en la Basílica de San Pedro la Misa Crismal,
con la tradicional bendición de los óleos y del crisma y la renovación de las promesas
sacerdotales.
Precisamente en el ministerio sacerdotal ha hecho hincapié el
Papa, en su homilía, recordando la nueva realeza, el nuevo sacerdocio que Jesús dona
al mundo. «Pongamos hoy nuevamente nuestras manos a su disposición y recémosle para
que nos tome siempre de nuevo por la mano y nos guíe», ha exhortado Benedicto XVI,
evocando luego el temor que se apoderó de Pedro, cuando caminando sobre las aguas
y dirigiéndose hacia el Señor, se dio cuenta de repente que el agua no lo sostenía
y que se iba a ahogar. Y señalando que quizá «cuántas veces a cada uno de nosotros
nos ha ocurrido la misma cosa que a Pedro», cuando «al ver la zozobra de los elementos»,
nos hemos preguntado «cómo podíamos pasar sobre las aguas agitadas del siglo y del
milenio pasados», el Santo Padre ha afirmado que, tras haberle invocado, el Señor
«nos ha aferrado por la mano... ».
«Él nos sostiene. Fijemos siempre de nuevo
nuestra mirada sobre Él y tendamos nuestras manos hacia Él. Dejemos que su mano nos
tome y entonces no nos hundiremos nunca, sino que estaremos al servicio de la vida,
que es más fuerte que la muerte, y del amor, que es más fuerte que el odio».
Benedicto
XVI ha manifestado que una de sus oraciones favoritas es la que la liturgia pone en
nuestros labios antes de comulgar:« ...nunca permitas que me aparte de ti». Y ha exhortado:
«¡Pidamos no caer nunca fuera de la comunión con su Cuerpo, con Cristo mismo, no caer
nunca fuera del misterio eucarístico. Pidamos que Él nunca deje nuestra mano....!»
«No
os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he
llamado amigos...». El Papa ha puesto de relieve que el significado profundo del ser
sacerdote es el de volverse amigo de Jesucristo - «amistad en la que debemos comprometernos
nuevamente cada día», y que implica comunión en el pensamiento y en la voluntad, en
la que nos debemos ejercitar asiduamente por medio del encuentro personal, de la lectio
divina, de la Sagrada Escritura, de la oración... «Sólo así podemos desarrollar nuestro
servicio sacerdotal, sólo así podemos llevar a Cristo y su evangelio a los hombres.
El simple activismo puede llegar a ser hasta heroico. Pero la actuación externa, en
fin de cuentas, queda sin fruto y pierde eficacia, si no nace de la profunda e íntima
comunión con Cristo. El tiempo que empleamos en ello es verdadero tiempo de actividad
pastoral, de una actividad auténticamente pastoral. El sacerdote debe ser sobre todo
un hombre de oración».
Advirtiendo asimismo que «el mundo en su activismo
frenético pierde a menudo la orientación» y que «su actuación y sus capacidades se
vuelven destructivas, si faltan las fuerzas de la oración, de las cuales brotan las
aguas de la vida capaces de fecundar la tierra árida»..., Benedicto XVI ha reiterado
una vez más que «ser amigo de Jesús, ser sacerdote, significa ser hombre de oración»
y ha recordado que el mundo tiene necesidad de Dios:
«El mundo tiene necesidad
de Dios, no de un dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que se hizo
carne y sangre, que nos amó hasta morir por nosotros que resucitó y creó en sí mismo
un espacio para el hombre. Este Dios debe vivir en nosotros y nosotros en Él».
Al
final de su homilía, con profunda emoción, el Santo Padre ha recordado unas palabras
del sacerdote italiano de la diócesis de Roma asesinado, «mientras rezaba», en Trebisonda,
Turquía, el pasado mes de febrero. Don Andrea Santoro decía: «estoy aquí para habitar
entre esta gente y permitir a Jesús que lo haga prestándole mi carne... nos trasformamos
en capaces instrumentos de salvación sólo ofreciendo nuestra propia carne. Debemos
asumir el mal del mundo y compartir el dolor, absorbiéndolo en nuestra propia carne
hasta el extremo, como hizo Jesús». Palabras que Benedicto XVI ha sellado con esta
exhortación: «¡Jesús ha asumido nuestra carne. Démosle la nuestra, de esta forma Él
puede venir al mundo y trasformarlo!»