Escuchar el programa Miércoles, 8 mar
(RV).- Hoy en nuestro programa Cultura Y Humanismo vamos a tratar un tema que desde
hace tiempo trata la Iglesia: los embriones humanos.
Juan Pablo II en su Evangelium
vitae señalaba que “la vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia,
también en el inicial que precede al nacimiento”. Y es que el hombre, desde el seno
materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con
sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé
el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en
el “libro de la vida” (cf. Sal 139 138, 1. 13-16). Incluso cuando está todavía en
el seno materno, el hombre es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia
divina.
En estos mismos términos se expresaba Benedicto XVI en su Audiencia
del 28 de diciembre de 2005, cuando señaló que “Dios ya ve todo el futuro de ese embrión
aún ‘informe’: en el libro de la vida del Señor ya están escritos los días que esa
criatura vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. Así vuelve a manifestarse
la grandeza trascendente del conocimiento divino, que no sólo abarca el pasado y el
presente de la humanidad, sino también el arco todavía oculto del futuro. También
se manifiesta la grandeza de esta pequeña criatura humana, que aún no ha nacido, formada
por las manos de Dios y envuelta en su amor: un elogio bíblico del ser humano desde
el primer momento de su existencia”, explicaba el Santo Padre.
Todas estas
argumentaciones nos llevan a la valoración moral del aborto, tema tratado también
por Juan Pablo II en su Evangelium Vitae. La valoración moral del aborto se debe aplicar
también a las recientes formas de intervención sobre los embriones humanos que, aun
buscando fines en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción. Es
el caso de los experimentos con embriones –señalaba el Papa- en creciente expansión
en el campo de la investigación biomédica y legalmente admitida por algunos Estados.
Si “son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que respeten la
vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados,
que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia
individual”, se debe afirmar, sin embargo, que el uso de embriones o fetos humanos
como objeto de experimentación constituye un delito en consideración a su dignidad
de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a
toda persona.
Esta misma condena moral concierne también al procedimiento que
utiliza los embriones y fetos humanos todavía vivos —a veces “producidos” expresamente
para este fin mediante la fecundación in vitro -sea como “material biológico” para
ser utilizado, sea como abastecedores de órganos o tejidos para trasplantar en el
tratamiento de algunas enfermedades. En verdad, la eliminación de criaturas humanas
inocentes, aun cuando beneficie a otras, constituye un acto absolutamente inaceptable.
La
Iglesia en lo que respecta al embrión humano señala que, como la ciencia ha demostrado
en más de una ocasión, “se trata de un individuo humano que posee desde la fecundación
su identidad propia”. (Juan Pablo II, Ángelus 3 de febrero 2002). Queremos terminar
este programa de hoy con una afirmación extraída de la declaración Iura et bona de
la Congregación para la Doctrina de la fe: “Nada ni nadie puede autorizar la muerte
de un ser humano inocente, sea feto o embrión, niño o adulto, anciano, enfermo incurable
o agonizante. Nadie además puede pedir este gesto homicida para sí mismo o para otros
confiados a su responsabilidad ni puede consentirlo explícita o implícitamente. Ninguna
autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo”. Congregación para la Doctrina
de la Fe, Decl. Iura et bona, sobre la eutanasia (5 mayo 1980), II: AAS 72 (1980),
546.