“Dios interviene directamente en la creación del alma de todo nuevo ser humano”: Benedicto
XVI a los participantes en el Congreso sobre “El embrión humano antes de la implantación”
Lunes, 27 feb (RV).- “El amor de Dios no hace distinción entre el recién concebido
que está aún en el seno de su madre y el niño, el joven, el hombre maduro o el anciano.
No hace distinción porque en cada uno de ellos ve la impronta de su propia imagen
y semejanza”. Lo ha recordado esta mañana Benedicto XVI al recibir a los participantes
en la Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida y en el Congreso internacional
sobre el tema “El embrión humano antes de la implantación. Aspectos científicos y
consideraciones bioéticas”, que concluye mañana, martes, en el Aula Nueva del Sínodo
en el Vaticano.
Haciendo hincapié en que se trata de un tema “extremadamente
importante hoy, tanto por sus evidentes repercusiones sobre la reflexión filosófica,
antropológica y ética, como por las perspectivas de aplicación en las ciencias biomédicas
y jurídicas”, Benedicto XVI ha evocado las preciosas indicaciones de los textos sagrados
“que motivan sentimientos de admiración y respeto para con el ser humano recién concebido”,
en especial para quienes se proponen estudiar el misterio de la generación humana.
“Son palabras, éstas –ha dicho el Pontífice-, que adquieren toda su riqueza de significado
cuando se piensa que Dios interviene directamente en la creación del alma de todo
nuevo ser humano”.
Subrayando que el amor de Dios no hace distinción entre
ningún estadio o condición de vida “porque en todos percibe el reflejo del rostro
de su Hijo Unigénito, ‘por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo....
eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos... según el beneplácito de su
voluntad’”, el Papa ha afirmado, una vez más, que el amor de Dios no tiene límites.
“Este amor sin límites y casi incomprensible, de Dios para con el hombre –ha dicho
Benedicto XVI- revela hasta qué punto el ser humano es digno de ser amado en sí mismo,
independientemente de cualquier otra consideración: inteligencia, belleza, salud,
juventud, integridad...”
En definitiva, ha señalado también el Santo Padre,
la vida humana es siempre un bien, puesto que “es la manifestación de Dios en el mundo,
signo de su presencia, huella de su gloria”, pues “al hombre, en efecto, se le ha
donado una altísima dignidad, arraigada en los íntimos lazos que lo unen a su Creador.
En el hombre, en todo hombre, en cualquier estadio o condición de vida, resplandece
un reflejo de la misma realidad de Dios. Por ello, el Magisterio de la Iglesia ha
proclamado constantemente el carácter sagrado e inviolable de toda vida humana, desde
su concepción hasta su ocaso natural. Este juicio moral vale ya desde los comienzos
de la vida de un embrión, antes aún de que sea implantado en el seno materno, que
lo custodiará y nutrirá durante nueve meses hasta el momento de su nacimiento: La
vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el
inicial que precede al nacimiento”.
Lamentando que en los comienzos del tercer
milenio –a pesar de haber avanzado en nuestros conocimientos, identificando mejor
también los límites de nuestra ignorancia- “para la inteligencia humana se ha vuelto
demasiado arduo darse cuenta de que, mirando a la creación, nos encontramos con la
impronta del Creador”, Benedicto XVI ha animado a los investigadores a examinar la
realidad que es objeto de sus fatigas, “contemplándola de forma que, junto con los
descubrimientos, surjan las preguntas que llevan a descubrir en la belleza de las
criaturas el reflejo del Creador”.
Y manifestando su profundo aprecio por el
precioso trabajo de “estudio, formación e información” que cumple la Pontificia Academia
para la Vida –con el que se benefician los Dicasterios de la Santa Sede, las Iglesias
locales y los estudiosos atentos a cuanto propone la Iglesia en el campo de la investigación
científica y en lo que concierne a la vida humana, en relación con la ética y el derecho-,
el Papa ha afirmado que “debido a la urgencia y a la importancia de estos problemas”,
considera “providencial”, precisamente, la institución de este Organismo por parte
de su Predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II.