Escuchar el programa Miércoles 15 feb
(RV).- En nuestro programa de hoy, vamos a reflexionar sobre Martín Lutero, del cual
se celebra en este 2006 el quinto centenario de su nacimiento. Para poder entender
el porqué de su pensamiento tenemos que contextualizarlo. El mundo medieval era un
mundo unitario, era la unidad cristiana, y aquella admirable unidad empezaba a deshacerse
alrededor del siglo XIII. Y en este panorama nació Martín Lutero, un hombre que vivió
y padeció en su carne y en su alma el mismo desgarrón y la convulsión de su tierra.
Todos los problemas del momento fueron formulados por él, de ahí el éxito de su actuación,
porque como señaló el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para
la promoción de la unidad de los cristianos, en el Simposio Teológico-Pastoral del
XLVIII Congreso eucarístico Internacional celebrado en 2004 en México: “La época explica
a Lutero y Lutero explica la época”.
¿Cómo vemos hoy esa época? Pues en Roma,
el Humanismo de moda se hacía cada día más mundano y materialista en los círculos
eclesiásticos, como definía el propio cardenal Kasper, “la fe eran prácticas piadosas
y rutinarias; la vida cristiana era recepción pasiva de sacramentos; la teología eran
dogmas; la moral eran obras; la justificación la construía el hombre; creer era "creer"
la autoridad del Papa”. Esta realidad se nos muestra muy clara si nos paramos a leer
lo que escribía el secretario del Emperador Carlos V, el español Alfonso de Valdés,
en el año 1528, en el “Diálogo de las cosas ocurridas en Roma” (Clásicos Castellanos
1909 p.66) que dice así: "Veo que de la mayor parte de sus ministros ninguna cosa
santa ni profana podemos alcanzar sino por dineros. Al bautismo, dineros; a la confirmación,
dineros; al matrimonio, dineros; a las sacras Ordenes, dineros; para confesar, dineros;
para comulgar, dineros. No os darán la Extrema Unción sino por dineros; no tañerán
las campanas, sino por dineros; no os enterrarán en la iglesia sino por dineros; no
oiréis misa sino por dineros. De manera que parece estar el paraíso cerrado a los
que no tienen dineros".
De frente a tales realidades y corrientes, Lutero se
levanta y ésta es la grandeza del agustino alemán: Haber recogido y formulado con
precisión el sentimiento y el sufrimiento de un pueblo y haberle dado solución desde
la propia luz que el mismo sufrimiento había encendido en su alma. Y es ello tan cierto
que, desde hace cuatro siglos, una gran parte de Europa y del mundo sigue fiel a aquellas
formulaciones, y tras ellas sigue siendo cristiano. Y es más sintomático aun el hecho
que, los que no las aceptan -como tantos católicos de los siglos pasados- no encuentran
más recurso para atacarlas que denigrar a su autor y a sus seguidores. Tal era la
talla de aquel creyente. Es que el camino no era la calumnia. Era el que, desde la
parte romana, anunciaba un gran cristiano, el Papa Juan XXIII: Es todo aquello que
nos acerca y que nos es común lo que nos conducirá a la reunión de los jirones que
un cristianismo superficial causara en el vestido de la Esposa de Cristo.
Este
espíritu de unión lo estamos viviendo en nuestros días, como recordaba el reverendo
Matthias Türk quien se ocupa de este tema en el seno del Pontificio Consejo para la
promoción de la unidad de los cristianos: “El progreso realizado en las relaciones
entre católicos y luteranos –señalaba en una entrevista concedida a Radio Vaticano-
se ha puesto de manifiesto en las celebraciones comunes de la liturgia y en los muchos
encuentros mantenidos entre las dos confesiones”. En este sentido recordamos la representación
de la Federación luterana en la ceremonia fúnebre por Juan Pablo II y en la misa de
inicio de Pontificado de Benedicto XVI.
El reverendo Türk finalizaba su entrevista
con estas palabras con las que les dejamos que reflexionen: “El acercamiento entre
las Iglesias y las comunidades cristianas es innegable. El punto fundamental es el
respeto de las respectivas diferencias, sin esconderlas. Desde un punto de vista católico,
no deben existir divergencias fundamentales en la comprensión del ministerio y de
la Iglesia para poder recibir juntos la Eucaristía. El Pontificado de Benedicto XVI
ha abierto un nuevo capítulo que da esperanza al progreso del ecumenismo”.