Escuchar el programa Viernes, 10 feb
(RV).- Muchas personas sentimos cada vez con mayor fuerza la presión incansable del
tiempo, del tic tac de reloj que siempre es implacable con lo que hacemos. Esta presión
sin duda se relaciona con los ritmos de los acontecimientos, con las velocidades que
tienen las ciudades, con la capacidad que tenemos los humanos de hacer varias o muchas
cosas al tiempo.
Su vida podría haber sido como la de aquel viejo de Momo
que vivía por y para los relojes. Los segundos y los minutos eran su razón de ser
y, por lo mismo, su obsesión. El tiempo era el más valioso de los elementos del mundo,
solía decir, aunque jamás hubiera podido definirlo bien. Christian Hederich no anda
rodeado de relojes. Su casa no es un museo de tic-tacs en diferentes tonos, pero su
mente anda ocupada gran parte del día en el estudio de los ritmos y en el influjo
de éstos sobre el ser humano.
Por ello, luego de más de 10 años de estudios
e investigaciones, asegura, que “ningún organismo puede hacerlo todo al mismo tiempo,
ni hacer cualquier cosa en cualquier momento”. El universo y los seres o elementos
que lo habitan están regidos de una u otra manera por diversos ritmos. El hombre,
por ejemplo, vive gracias a diferentes funciones del organismo, marcadas todas ellas
por fenómenos rítmicos.
Pero más allá de las presiones, sin duda alguna los
ritmos acelerados y las presiones de todo tipo generan una serie de reacciones diversas
en nuestras vidas. Las depresiones, la amargura, la euforia, el trabajo o la creatividad,
el aprendizaje, la memoria y el deporte, están determinados en un grado relativamente
alto por los ritmos internos de cada organismo.
Por ejemplo dentro de estos
ritmos se puede señalar los ritmos de alta frecuencia, estimados con períodos entre
fracciones de segundo y 30 minutos y en estos se consideran el ritmo cardíaco o la
activación eléctrica cortical; otros de frecuencia media, estimados con períodos superiores
a 30 minutos e inferiores a seis días, como son la relación sueño-vigilia, y los ritmos
de baja frecuencia, estimados con oscilaciones mayores a los seis días, como el ciclo
menstrual”.
Hederich tiene pruebas de que toda esta gama de ritmos influye
en los comportamientos del ser humano. Sin embargo, sus investigaciones se han enfocado
al análisis de los ritmos de frecuencia media que se sitúan entre los 20 y las 28
horas, llamados por los estudiosos “circadianos”, básicamente por las implicaciones
que tienen en el aprendizaje escolar y universitario, y en el comportamiento de los
adultos.
“Uno de los fenómenos más destacables de este ritmo es el que se conoce
como depresión pospandrial, o efecto poscomida, que tiene lugar en el punto intermedio
del intervalo sueño-vigilia, es decir, entre la una de la tarde y las cuatro. Es un
descenso general en la actividad cortical, y pese a lo que podría pensarse, no se
debe directamente al almuerzo. Ocurre aun si dejamos de tomar alimento alguno”.
Esta
depresión, igual que las horas más aptas para memorizar, aprender, hacer deporte o
meditar, también van a depender de algunas variables, como el sueño, o incluso, los
aspectos socioculturales en los que esté inmerso el hombre. “Los elementos externos
de variación constante, como los períodos de luz y oscuridad, las estaciones, el clima,
o las lluvias, son lo que denominaríamos “sincronizadores externos”.
Las primeras
investigaciones sobre cronopsicología se hicieron a finales del siglo XIX, y surgieron
de la supuesta fatiga mental que los profesores percibían entre sus alumnos. Luego
de varias pruebas, los investigadores concluyeron que la energía mental era creciente
en la mañana hasta alcanzar su punto máximo a las 10 u 11, que luego disminuía, hasta
llegar a su nivel más bajo a las dos de la tarde, para después volver a ascender.
Incluso en países como Francia y España los horarios de muchos colegios están determinados
por estos estudios, pero sin duda, apenas hoy se comienza a valorar la relación entre
el tiempo, el ritmo y el comportamiento.