Lunes, 23 ene (RV).- La reflexión del padre Pedro Langa, agustino español, en este
sexto día del octavario de la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Su
pensamiento se dirige hoy a, “Ser misioneros en el nombre de Jesús”.
Ser
misioneros en el nombre de Jesús. Todo buen ecumenista sabe que el moderno movimiento
de la unidad arranca de la Conferencia Internacional de Misiones tenida en Edimburgo
el año 1910. Allí fue decisiva la voz de un delegado del Extremo Oriente: «Nos habéis
enviado misioneros que nos han hecho conocer a Jesucristo y os damos las gracias.
Pero nos habéis traído vuestras divisiones y vuestras diferencias. Unos predican el
metodismo, otros el luteranismo, el congregacionalismo otros, y otros el episcopalismo.
Os pedimos que prediquéis a Jesucristo y que dejéis al mismo Jesucristo suscitar del
seno de los pueblos, por la acción del Espíritu, la Iglesia, conforme al genio de
nuestra raza… ». Estas palabras, insisto, encendieron la gran hoguera de lo que hoy
es el Consejo Ecuménico de las Iglesias.
Así lo
subrayó el Siervo de Dios Juan Pablo II abriendo la Asamblea especial para África
del Sínodo de los Obispos el año 1994: «Saludamos a cuantos confiesan que Jesús es
el Cristo, el Hijo de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, sea que pertenezcan
a la población indígena o hayan venido de otros Países como misioneros. Es justamente
a ellos a quienes debemos de modo particular el relanzamiento del empeño por la unidad
de los cristianos en la época moderna». Resonancia, si reparamos bien en ello, del
dicho de Jesús: «Vuestro Padre celestial no quiere que se pierda ni uno solo de estos
pequeños» (Mt 18, 14). Y es que, además de los débiles o extraviados, Jesús se preocupa
también de los discípulos que, cual misioneros en su nombre, se comprometen a difundir
la buena noticia del Reino. Es, pues, la hora de la misión. Y del ecumenismo. Y del
arrojo ante la increencia. Comodidades culturales y religiosas aparte, llega el momento
de evangelizar la aldea global de nuestro mundo. Ojalá Dios despierte en nosotros
el valor de llevarlo a cabo con la fuerza de su Espíritu. ¡Merece la pena intentarlo!