Viernes, 20
ene (RV).- Se podría pensar que en la mayoría de las sociedades los niños son amados
y respetados por encima de cualquier cosa, mínimo para ser consecuentes con aquello
de que los niños son el futuro de toda sociedad. Sin embargo, la realidad es bien
diferente, pues en muchas partes del mundo una gran cantidad de niños se la pasan
realmente muy mal, ya que son objeto de abusos y maltratos por parte de sus propios
familiares, que representan incluso una constante amenaza a sus vidas. Bienvenidos
a estas reflexiones en familia.
En programas anteriores hemos mencionado las
dificultades de los niños que deben trabajar, que abandonan sus estudios, que viven
en extrema pobreza, que no están incluidos en los sistemas de seguridad social de
muchos países y sus enfermedades no son atendidas con prioridad. En fin, son una serie
de factores que día tras día afectan las condiciones de desarrollo y calidad de vida
de nuestros menores.
Pero la violencia familiar es entre estos factores un
elemento preponderante porque cada vez estamos sintiendo que se acentúa en ciertas
sociedades. Por mencionar un ejemplo, en los últimos días en Colombia las páginas
de periódicos y titulares de noticieros están invadidos por casos de maltrato y violencia
familiar contra los niños: castigos, golpes, quemaduras, niños amarrados, niños lanzados
desde azoteas, abandonados, niños golpeados hasta la muerte, ahogados en las albercas
de sus casa. Y lo peor de todo este horror es que en su gran mayoría todos estos hechos
terribles son infringidos por sus parientes cercanos: padres o padrastros, madres
o madrastras, hermanos, tíos.
Y ¿donde está el amor, el respeto, la armonía
familiar, los derechos, los valores? En el caso de los niños como en otros casos de
violencia, se da una relación de vulnerabilidad. Claramente, los menores muestran
inferiores recursos para defenderse de lo que lo haría un adulto. En este sentido,
la violencia infringida es mayor porque se trata de un sujeto en constitución. Además,
se debe considerar el daño emocional y los efectos a corto y a largo plazo que provocan
los maltratos.
En ocasiones, las personas que violentan a sus hijos fueron
maltratadas en la propia infancia (se habla de un 56.7% del total de casos), y repiten
el patrón de crianza con sus hijos, aunque no siempre esta es la norma, pues muchos
parientes de los niños recurren al maltrato como una solución para callar a los menores,
para hacerlos a un lado o simplemente obligarlos a permanecer quietos y en silencio,
lo que nos demuestra que las agresiones no siempre responden a patrones de formación
de padres a hijos, o relaciones directas de poder.
También cabe considerar
que muchos padres perciben como justos los castigos implementados o practicados a
sus hijos, o incluso no se dan cuenta en ocasiones de la desproporción del castigo
ofrecido con la supuesta falta cometida pero se justifica de alguna manera (por la
pobreza, por los nervios, etc.).
Si bien algunos de los adultos que golpean
a sus hijos suelen manifestar algún afecto posterior como arrepentimiento o lástima,
en muchos casos se trata de padres que están a favor del castigo como medida disciplinaria
y educativa. El castigo recibido por los adultos en la infancia suele guardar relación
con el tipo de castigos físicos que se emplean para “corregir” a los hijos.
¿Cómo
hacer para romper con estos patrones de agresión y violencia como maneras de formar
y educar a los hijos? ¿Cómo hacer para que la ofuscación, la rabia y a veces hasta
la angustia de los adultos no se conviertan en armas mortales para sus hijos? Hay
que tomar conciencia de que la violencia intrafamiliar no es un problema exclusivo
de la familia o del niño que la padece. Hoy por hoy, se puede decir que es un problema
social de gran envergadura frente al cual estamos dando la espalda desde las propias
familias, olvidando que el amor y el respeto deben ser las únicas armas de formación
para nuestros hijos.