Jueves, 19 ene (RV).- El P. Pedro Langa, agustino español, que nos acompañará a lo
largo de toda esta Semana de oración por la unidad de los cristianos, hoy nos ofrece
una reflexión dedicada al segundo día que, con las palabras de Jesús «También vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros», invita al «Ecumenismo cotidiano».
También vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros (Jn 13, 14). El comunicado hecho público al término
del encuentro de Pablo VI y Atenágoras I en Jerusalén, decía entre otras cosas: «Este
encuentro debe considerarse como un gesto fraternal inspirado por la caridad de Cristo,
que dejó a sus discípulos el mandamiento supremo de amarse los unos a los otros, de
perdonar las ofensas hasta setenta veces siete y de estar unidos entre ellos» (BAC
345, p. 45). La tarde del lavatorio de los pies, en efecto, Jesús dejó un hermoso
modelo de comportamiento cristiano y una excelente norma de conducta ecuménica. Lo
que el Señor dijo entonces a sus discípulos contiene, por de pronto, la clave del
ministerio de servicio. «Presidir es servir» (Ep. 134, 1), solía predicar el Hiponense.
Algo que acertó a recoger muchos siglos después el Beato Juan XXIII con su conocido
Siervo de los siervos de Dios. Por ahí, pues, habrá que afrontar el estudio del Primado
del Papa, según clarividente sugerencia de Juan Pablo II en la Ut unum sint.
Dice
san Pablo que en el Espíritu Santo cada uno es diferente aunque pertenezca al mismo
cuerpo (cf. 1 Cor 12). En el ecumenismo, igual que en la caridad, hay reductos que
sólo el tiempo logra poner en evidencia. Vivimos una época en que se lleva, ojalá
que para siempre, el ministerio de servicio. Lavar los pies de los hermanos es, por
eso mismo, samaritana finura del corazón. Los ecumenistas aplauden a Pablo VI besando
los pies del Metropolita Melitón de Calcedonia, un bello gesto que le valió duras
críticas –también elogios- hasta dentro de la Iglesia católica. No pretendía el Papa
decirnos, sin embargo, sino que el ecumenismo a carta cabal pasa por arrodillar el
corazón ante el hermano y besarle los pies, como Jesús en la última Cena. Ojalá, pues,
que las Iglesias secunden tan evangélica conducta. Su ecumenismo entonces no habrá
sido estéril.