Viernes, 6
ene (RV).- Amigos oyentes, nuestro cordial saludo y bienvenida a estas reflexiones
en familia. Se inicia el año nuevo con muchos proyectos y expectativas, con planes
y metas por realizar. Por ello nuestro tema de hoy llama la atención para que no nos
apartemos de lo que realmente es importante en nuestra vida diaria: vivir en la armonía
de la familia, a partir de la comprensión de la solidaridad de nuestros corazones,
la solidaridad en el amor del Señor. Bienvenidos.
Todos tenemos lo que nos
merecemos, dice un adagio popular que hace referencia a que la justicia y la solidaridad
se ubican en parámetros de lo que es correcto. Es decir, le pagamos a un empleado
el salario que dice la ley (así sea una miseria), colaboramos en la colecta de la
iglesia con algún dinero(mucho menos de lo que gastamos en un cine) o le regalamos
todo lo que nos sobra a una institución de caridad (para que no nos estorbe).
Lo
que se nos olvida es que el verdadero significado de la justicia y la solidaridad
es que quien más tiene más corresponsable debe ser con su prójimo. Es decir que quienes
tenemos la suerte de vivir en circunstancias más favorables, no sólo gozamos de mayores
privilegios sino que también tenemos mayores responsabilidades. Esto significa que
si contamos con bastante más de lo necesario para vivir, debemos contribuir a que
los más desfavorecidos tengan por lo menos lo que precisan para sobrevivir.
Ser
generosos y contribuir al bienestar de nuestros semejantes trae grandes beneficios.
En efecto, un grupo de científicos dedicados a estudiar el fortalecimiento de la confianza
y seguridad en niños con limitaciones concluyó que “hacer una diferencia positiva
en la vida de los demás es la experiencia que más enriquece el auto-respeto y el deseo
de vivir de una persona”.
Las observaciones de estos estudios y análisis científicos
confirmaron que cuando los niños ayudan a los demás y contribuyen a mejorar sus circunstancias,
se sienten más capaces y orgullosos de sí mismos. Además, al enfatizar lo que pueden
aportarles a quienes más lo necesitan, gozan de la dicha de ver lo que sus contribuciones
significan para aquellos que las reciben.
Está comprobado: cuando damos con
generosidad y por el gusto de contribuir, se activan dentro de nosotros sentimientos
de alegría, propósito y unión tan profundos y gratificantes que nos hacen sentir realizados
y felices. Esto significa que venimos dotados de lo que necesitamos para llevar una
vida plena y feliz, si nos dedicamos a aquello que vinimos a hacer en este mundo:
servir y contribuir.
No cabe duda de que en el proceso de formar a las nuevas
generaciones los padres deben inculcar a sus hijos un nuevo sentido de justicia que
no perpetúe la injusticia a nombre de la misma. No se trata de enseñarles a dar lo
que dice la ley para evitar el castigo o a ayudar a un infeliz para “ganarse el cielo”.
La justicia no es cuestión de trueque, es cuestión de amor, pues implica compartir
con quienes más lo necesitan y gozar así de la fortuna de hacer la diferencia en la
vida de otro ser humano.
La vida no nos premia por nuestras buenas obras. Son
nuestras buenas obras las que nos premian. Así, si deseamos que la vida de nuestros
hijos esté llena de bendiciones, debemos cultivarles un buen corazón para que ellos
sean una bendición en la vida de sus semejantes. La solidaridad es en definitiva cuestión
de amor.