Viernes, 30
dic (RV).- Concluyó el año 2005, un año lleno de cambios y transformaciones, de hechos
muy dolorosos y lamentables, pero también de logros y resultados. Y sin duda cada
final de año las empresas, los medios de comunicación y en general todos hacemos un
balance de lo que se hizo y se dejo de hacer. Por ello más que un balance, hoy queremos
pensar en los niños, futuro de nuestras sociedades, pero sobre uno de los grupos de
población más vulnerables y afectados por lo que hacemos y no hacemos los adultos.
Niños que lo tienen todo y sufren, como también esa inmensa mayoría de menores a quienes
les falta todo. Bienvenidos a estas reflexiones en familia.
Hace pocos días,
la UNICEF entregó un balance sobre la situación de la niñez en el mundo, señalando
unas cifras realmente escalofriantes, pues solo por citar algunas: 270 millones de
niños en el mundo no tienen atención en salud, 1,2 millones son víctimas de la trata
de personas y 2 millones, particularmente las niñas, son sometidas a la explotación
sexual.
Y lo peor no termina allí, la UNICEF calcula que 171 millones de niños,
de los cuales 73 son menores de 10 años, trabajan en situaciones peligrosas, entre
ellas con químicos y pesticidas en la agricultura, con maquinaria pesada o en las
minas. Lo cual sin duda nos habla de una precarias condiciones de vida, una inmensa
pobreza que impide que 140 millones de niños, en su mayoría nuevamente las niñas,
nunca hayan asistido a una escuela.
Solo en Latinoamérica 110 millones de niños
viven en extrema pobreza, pues de cada 5 personas que en América Latina viven en la
extrema pobreza, dos de ellos son niños. Y estas son cifras que de verdad no deberían
existir, más cuando en la letra casi la totalidad de los países del mundo han firmado
y ratificado la Convención sobre los derechos del niño, aprobada hace 16 años.
Si
los gobiernos no cumplen los acuerdos que protegen y defienden a los niños, si las
familias no procuran por darle a sus hijos el mayor bienestar, por brindarles el amor
y los cuidados que necesitan para crecer y ser personas de bien, entonces le estamos
dando la espalda a nuestro futuro, estamos negando la posibilidad de que nuestras
vidas cambien para mejorar a través de los niños de hoy. Que ellos puedan cultivarse
y cuidarse para actuar mañana.
Pero si unos niños sufren porque no tienen nada,
otros –pocos- también sufren porque no saben apreciar lo que tienen. La revista Time
publicó hace algún tiempo un artículo en el que señalaba que las cartas al Niño Dios
o Papá Noel se habían convertido en todo un problema para muchos menores porque “no
sabían qué pedir como regalo de Navidad” puesto que tenían todo lo que querían.
Este
es realmente un hecho paradójico, pues pensar que en la infancia, cuando el deseo
de descubrir el mundo, de explorar lo desconocido y de hacerlo todo, lleva a que los
niños tengan más intereses que nunca, muchos estén tan saturados que ya no se les
ocurra qué pedir ni qué hacer.
Crecer entre tanta bonanza lleva a que nuestros
hijos no desarrollen las cualidades fundamentales para apreciar lo que han recibido
y por ende no puedan disfrutar de las incontables prerrogativas con que han sido bendecidos.
Por contradictorio que parezca, una cierta dosis de privaciones y dificultades son
indispensables para disfrutar lo que recibimos.
Comprendemos la dicha de tener
las cosas cuando hemos saboreado lo que significa la escasez. Disfrutamos los éxitos
cuando hemos vivido el dolor del fracaso. Valoramos inmensamente lo que adquirimos
cuando hemos tenido que ahorrar peso a peso para poderlo comprar.
Un punto
de equilibrio: ni la escasez que mate las ilusiones y ponga en riesgo hasta la propia
vida, ni la abundancia que anule los sueños y los anhelos de luchar por lo que se
quiere. Un feliz año para todos.