2006-01-06 13:35:58

"La luz, que aparece en Navidad, y que hoy se manifiesta a las gentes es el amor de Dios revelado en la Persona del Verbo encarnado"


Viernes, 6 ene (RV).- “La Epifanía es el misterio de luz, simbólicamente indicado por la estrella que guió en su viaje a los Magos”. Con estas palabras Benedicto XVI definía esta mañana, en la homilía de la santa Misa presidida por él en la Basílica de san Pedro, la festividad de hoy de la Epifanía del Señor. “Ese manantial luminoso –ha explicado el Pontífice- es Cristo. En el misterio de la Navidad, la Virgen María y José vienen iluminados por la divina presencia del Niño Jesús, manifestándose después esta luz del Redentor a los pastores de Belén”.

“Los pastores, junto a María y José, representan ese ‘resto de Israel’, -ha proseguido el Obispo de Roma- los pobres, los ‘anawim’, a quienes les viene anunciada la Buena Nueva”. Por último, este fulgor de Cristo, alcaza también a los Magos, quedando ensombrecidos los palacios del poder de Jerusalén, a donde la noticia del nacimiento del Mesías llega, paradójicamente, a través de los Magos, “no suscitando felicidad, sino temor y reacciones hostiles”.

“Misterioso designio divino: ‘vino la luz al mundo, y los hombres amaron más a las tinieblas que a la luz, porque sus obras eran malas’ (Jn 3,19)”. “¿Pero qué es esta luz?”, ha preguntado el Pontífice, respondiendo con una frase que el apóstol Juan escribió en su Primera Carta: “Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna” (1 Jn 1,5). “La luz, que aparece en Navidad, y que hoy se manifiesta a las gentes –ha señalado el Papa- es el amor de Dios, revelado en la Persona del Verbo encarnado. Atraídos por esta luz, llegan los Magos de Oriente”

Y es que, “Dios es la meta final de la historia –ha explicado el Benedicto XVI- el punto de llegada de un ‘éxodo’, de un providencial camino de redención, que culmina con su muerte y resurrección”. Por eso, en la solemnidad de la Epifanía, la liturgia prevé el llamado “Anuncio de Pascua”: el año litúrgico, de hecho, resume la entera parábola de la historia de la salvación, en cuyo centro está “el Triduo del Señor crucificado, sepulto y resucitado”.

En la liturgia del Tiempo de Navidad se recurre a menudo, como estribillo, a un verso del Salmo 97: “El Señor ha manifestado su salvación, a los ojos de los pueblos ha revelado su justicia”. Éstas son palabras que la Iglesia utiliza para subrayar la dimensión ‘epifánica’ de la encarnación. En el Niño de Belén Dios se ha revelado a la humildad en la ‘forma humana’, en la ‘condición de siervo’. “Ésta es la paradoja cristiana –ha exhortado el Papa- esto mismo constituye la más elocuente ‘manifestación’ de Dios: la humildad, la pobreza, la propia ignominia de la Pasión, nos hacen conocer como es Dios verdaderamente”. He aquí porque el misterio de la Navidad es, por así decirlo, todo una “epifanía”.

En este sentido, la manifestación de los Magos desvela una dimensión perenne y constitutiva, es decir: “que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio”. A través de una mirada superficial la fidelidad de Dios a Israel y su manifestación a las gentes, “podrían parecer aspectos divergentes”, ha señalado Benedicto XVI. “En realidad –ha explicado el Pontífice- son las dos caras de una misma moneda. De hecho, según las Escrituras, es siendo fiel al pacto de amor con el pueblo de Israel, que Dios revela su gloria también a los otros pueblos”.

“‘Gracia y fidelidad’ (Sal 88,2), ‘misericordia y verdad’ (Sal 84,11) –ha explicado el Obispo de Roma- son el contenido de la gloria de Dios, son Su ‘nombre’, destinado a ser conocido y santificado por lo hombres de toda lengua y nación”.

Pero éste “contenido” es inseparable del “método” que Dios eligió para revelarse: la fidelidad absoluta a la alianza, que alcanza su culmen en Cristo. “El Señor Jesús –ha proseguido el Obispo de Roma- es al mismo tiempo inseparablemente, ‘luz para iluminar a las gente y gloria del pueblo de Israel’ (Lc 2,32)”. Los Magos en este día de la Epifanía, adoraron a un simple Niño en brazos de su Madre, María, porque en Él reconocieron el manantial de la doble luz que les había guiado: la luz de la estrella, y la luz de las Escrituras. Reconocieron en Él, al Rey de los Judíos, gloria de Israel, pero también, al Rey de todas las gentes.

“En el contexto de la Epifanía se manifiesta también el misterio de la Iglesia y su dimensión misionera –ha anunciado el Papa- La Iglesisa está llamada a hacer resplandecer en el mundo la luz de Cristo”. “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16). “Escuchando estas palabras de Jesús, nosotros, miembros de la Iglesia –ha dicho Benedicto XVI- no podemos no advertir toda la insuficiencia de nuestra condición humana, marcada por el pecado”.

“La Iglesia es santa, pero formada por hombres y mujeres con sus limitaciones y sus errores –ha proseguido el Obispo de Roma- Es Cristo, sólo Él, quien dándonos el Espíritu Santo puede transformar nuestra miseria y renovarnos constantemente. Es Él la luz de las gentes, ‘lumen getium, que ha elegido iluminar el mundo mediante su Iglesia”. “¿Cómo podrá suceder esto?”, se ha preguntado el Papa recordando las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Pues, es justo ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, quien nos da la respuesta, ha finalizado Benedicto XVI: “fiat mihi secundum verbum tuum” (Lc 1,38) – He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.








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