14. NAVIDAD:
JESUS NACE EN NOSOTROS Navidad, para un cristiano, no es una fecha, sino la celebración
de que Cristo nace, y nosotros con èl. El niño necesitado de un padre y una madre
en Belén. Este niño que ha nacido en Belén nos deja una pregunta: ¿quién será el hombre,
que para vivir y crecer y hacerse hombre, necesita del otro? Y lo mismo pero al revés:
¿quién serà mi hermano, que para ser él mismo necesita de mí? Los dos nos necesitamos.
El mismo Dios vino como necesitado, y esta es la clave de quièn es el hombre. Los
seres humanos estamos tan íntimamente ligados unos a otros, por biología y por cultura,
que un hombre solo en este mundo se moriría. Todos nos necesitamos para vivir, desde
el niño recién nacido, hasta el adulto más creído y prepotente. Es tan serio esto
de la necesidad que tenemos los unos de los otros, que Jesucristo y la Iglesia, nos
dicen que no nos podemos salvar solos. Recuerden la frase que comentamos el día
pasado: Fuera de la Iglesia no hay salvación, “Extra Ecclesia nulla salus”.
Si no vamos juntos nos perdemos, solos nos hundimos. Se puede preguntar un creyente,
¿no me salvo yo por mis obras? ¿qué necesidad tengo de los demás para salvarme? He
aquí el cristiano prepotente, se puede decir que este no es cristiano, està a un paso
de ser ateo. El ateo diría: ¿para qué necesito yo a Dios para salvarme? Las dos son
formas de ateismo: se bastan a sì mismos. No necesitan ni a Dios ni a los demás. El
primero se quiere salvar poniéndose los collares de misas oídas y rosarios rezados.
No, a Dios no le deslumbran los collares. Justamente eso es lo que nos dirá en el
Juicio: -¡Quítate los collares! ¿Qué te queda? Lo que nos salva no es la prepotencia
del dinero, ni la prepotencia de las misas oídas, sino lo que somos; no lo que llevamos
puesto encima, sino lo que hemos crecido en humanidad. Y uno se hace a sí mismo como
Jesús al nacer, sin prepotencia y en necesidad; se hace y crece al calor de sus padres,
y de los pastores y de todo aquel que se quiera acercar al portal. Hay un flujo
de comunión entre unos y otros que es lo nos hace divinos. Dios está el corazón del
hombre y este corazón solidario es Dios creciendo en nosotros. Al final de tu vida
te preguntarán, ¿y tú quién eres? Hermano de mis hermanos e hijo tuyo, podremos decir
a Dios, y Dios te reconocerá. Pasa, bendito de mi Padre, porque tuve frío y me prestaste
el abrigo. Hay otra cosa muy importante para nosotros, los creyentes, y es que
no caemos en la cuenta de que podemos ser culpables del ateismo actual. Al poner el
acento en nuestras misas y en nuestras devociones estamos predicando de un Dios exterior,
que no es el de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús nace dentro de lo humano para decirme
que me necesita Ahora se entiende eso de que fuera de la Iglesia no hay salvación:
lo que a mí me falta para ser yo, es el otro, la fraternidad, y esto sí que lo entiende
el ateo. Esto es lo que enseña Jesucristo y esto es lo que enseña la Iglesia: lo que
hagamos a cualquiera de nuestros hermanos se lo hacemos a él, se lo hacemos a Dios. La
pregunta del principio era: ¿quién será el hombre, que para llegar a Dios, necesito
de ti? ¿Y quién será el otro, que para ser él mismo necesita de mí? Ustedes tienen
lo que yo todavía no soy, y en mí hay algo, para ustedes, que ustedes todavía no son. Jesús
nos revela en el pesebre que el hombre es una realidad de tal categoría que necesita
de toda la comunidad humana. ¿Se puede decir mejor cuál es la grandeza del hombre?
No podemos prescindir ni siquiera de uno de los seis mil millones de hombres que poblamos
la Tierra. Si yo dijera: me bastan solo tres: mi esposa, mi hijo y yo, sería muy pequeño.
En cambio, si digo: seis mil millones no me bastan para la construcción que tengo
en marcha, estoy hablando de una calidad de hombre que es la que me corresponde. Y
no sólo necesitamos de nuestros contemporáneos, sino de los que vivieron antes y a
los que vivarán después. Mis abuelitos cercanos y aquellos que no conocí, los abuelos
de mis abuelos, todos esos son los que me legaron una herencia que está resonando
entera dentro de mí. Y necesito de mis hijos, porque su futuro depende de mí, y mis
posibilidades de ser yo se realizarán en ellos. Un niño puesto en un pesebre,
necesitado como el que más, se ha convertido pan de la humanidad, alimento de vida
y plenitud universal. Jesús nace para que yo nazca a esa fraternidad de hermanos que
al darse se enriquecen, y así, ricos en amor, Dios nos reconocerá.