2005-12-08 16:17:05

En el 40º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II el Papa exhorta a no vivir contra el amor y la verdad, contra Dios, "porque entonces nos destruiremos los unos a los otros y destruiremos el mundo"


Jueves, 8 dic (RV).- Que la Madre de la Iglesia nos ayude a alumbrar las noches de la historia. Conmemorando el 40 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II - el 8 de Diciembre de 1965, día de la Inmaculada – Benedicto XVI ha recordado esta mañana la capacidad de María para acoger la palabra de Dios, de ponerse en sus manos, abandonada a su voluntad y con el coraje de mantenerse firme al pie de la cruz, mientras los discípulos se daban a la fuga.

Esta mañana en la Basílica de San Pedro, el mismo lugar donde el Papa Pablo VI clausuró el Concilio Ecuménico Vaticano II, Benedicto XVI - que había participado en el Concilio en calidad de ‘experto’, asistiendo como teólogo consultor del entonces arzobispo de Colonia - evocó con emoción el solemne momento en el que el Papa Montini declaró a María Santísima Madre de la Iglesia: «Queda de forma indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo las palabras: “Mariam Sanctissimam declaramous Matrem Ecclesiae” -Declaramos a María Santísima MADRE DE LA IGLESIA” - espontáneamente los padres se levantaron de golpe de sus asientos y aplaudieron en pie, rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la Madre de la Iglesia».

Con este gesto y con este título el Papa resumía la doctrina mariana del Concilio y la clave para su comprensión. La relación de María con Cristo no se cierra en él, su hijo, sino que estando totalmente unida a Cristo, nos pertenece a todos nosotros. Cristo, hombre para los hombres, y todo su ser es un “ser-para-nosotros”. La Madre de la Cabeza de la Iglesia, lo es también de todo su cuerpo, como un único ser viviente. Ella, que se dio totalmente a Cristo, con El viene dada a todos nosotros. De hecho, cuanto más la persona se da más se realiza ella misma.

María refleja a la Iglesia, la anticipa en su persona, y en todas las turbulencias que la afligen, sufriente y fatigada, y aparece siempre como estrella de salvación.

El concilio, que debía describir a la IGLESIA EN CAMINO, “que integra en su seno a nosotros pecadores, santa y al mismo tiempo necesitada de purificación” (Lumen G. 8), ve en María el modelo a donde tenemos que llegar para presentarnos “inmaculados” ante el Señor.

El Santo Padre, se preguntó a continuación QUÉ SIGNIFICA INMACULADA, y ve el contenido de esta palabra en dos grandes imágenes. Por una parte, desde el maravilloso relato de la Anunciación, María, una humilde mujer de provincia, es el fruto, desde la noche invernal de la historia, de todo el patrimonio sacerdotal de Israel, del “santo resto” del que han hablado los profetas. Ella es la verdadera Sión, casa donde habita Dios, el corazón humano.

A pesar de que el comienzo de nuestra historia, parecía llamado al fracaso con Adán y Eva, con el pueblo de Israel en el destierro, o como pueblo pequeño y sin importancia, en una región ocupada, Dios no se ha equivocado, no ha fallado. En la humildad de la casa de Nazaret, Dios ha salvado a su pueblo. Del tronco abatido, brota de forma brillante la historia de Dios, con el SÍ DE MARÍA.

La segunda imagen, dice Benedicto XVI, es más difícil y oscura. Tomada del Libro del Génesis, refleja la historia humana como una lucha entre el hombre y la serpiente, entre el hombre y los poderes del mal y de la muerte. Pero se anuncia allí que vendrá un día en que la estirpe de la mujer vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente, de la muerte. Mediante el ser humano, y a través del ser humano Dios vencerá.

Este anuncio desarrolla la historia del hombre que se cree autosuficiente, que pretende llevar las riendas del mundo, sustituyendo a Dios. El hombre que no acepta a Dios como dador de la vida, y rechaza el amar a Dios como si eso le creara una dependencia. Quiere contar solamente con su conocimiento, en cuanto éste es quien le da poder. Se apoya en el poder más que en el amor y pretende desarrollar así la autonomía de su propia vida. Al hacer esto, se fía de la mentira, despreciando la verdad, y así arroja su vida al vacío, al absurdo, a la muerte.

No cae en la cuenta el hombre que el Amor no es dependencia, sino el don que nos hace vivir. La libertad del ser humano es la libertad de un ser limitado, es una libertad compartida, una libertad que hay que vivirla en comunión. Solo cuando vivimos el uno para el otro y el uno con el otro viviremos en la justicia, que es nuestro ser, la vida de Dios. Dios no es algo externo que oprime al hombre, sino su propia naturaleza, la que le hace imagen de Dios y la que le hace así criatura libre. Si vivimos contra el amor y contra la verdad, es decir, contra Dios, entonces nos destruimos los unos a los otros y destruimos el mundo.

Esta gota de veneno que hay en nosotros, es lo que se nos cuenta en la historia de la caída y del pecado original. Y desde ese pecado heredado, no creemos que se pueda dar una persona que no peque, sería muy aburrido eso de no ser autónomos, como que le faltara algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomo, como si fuera algo propio del hombre la libertad de decir no, el sumergirse en la tiniebla del pecado y del vivir haciéndolo todo por mi cuenta y riesgo. Pensamos que Mefistófeles – el tentador – tenga razón cuando dice que es la fuerza "que siempre quiere el mal pero siempre obra el bien".

Lo que tenemos que aprender en el día de la Inmaculada es que quien se abandona en las manos de Dios no pierde la libertad que El le dio, sino que encuentra las posibilidades inmensas de su creatividad para el bien. El hombre que se vuelve hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande, se hace divino, se convierte verdaderamente en sí mismo.

Y resulta también que cuanto más cercano a Dios, más cercano a los hombres. Esto es lo que vemos en María. Por eso es la madre de toda consolación y toda ayuda, a la que podemos dirigirnos desde nuestra debilidad y desde nuestro pecado, puesto que es para todos la fuerza abierta de la bondad creativa. María es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Es la que nos dice: “¡Ten el coraje de acercarte a Dios. Prueba!” ¡Ten el coraje de vivir con un corazón puro, ten el coraje de fiarte, de arriesgar con la bondad!

Benedicto XVI finalizó su homilía de esta mañana exhortando a dar gracias al Señor por habernos donado a María, Madre suya y Madre de la Iglesia, con el anhelo de que Ella nos ayude a alumbrar la historia con su luz: «Queremos, en este día de fiesta, dar gracias al Señor por el gran signo de su bondad que nos ha donado en María, Madre suya y Madre de la Iglesia. Queremos rogarle que ponga a María en nuestro camino como luz y nos ayude para que también nosotros seamos luz e iluminemos con esta luz las noches de la historia».







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