En el 40º aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II el Papa exhorta a no
vivir contra el amor y la verdad, contra Dios, "porque entonces nos destruiremos los
unos a los otros y destruiremos el mundo"
Jueves, 8 dic (RV).- Que la Madre de la Iglesia nos ayude a alumbrar las noches de
la historia. Conmemorando el 40 aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II
- el 8 de Diciembre de 1965, día de la Inmaculada – Benedicto XVI ha recordado esta
mañana la capacidad de María para acoger la palabra de Dios, de ponerse en sus manos,
abandonada a su voluntad y con el coraje de mantenerse firme al pie de la cruz, mientras
los discípulos se daban a la fuga.
Esta mañana en la Basílica de San Pedro,
el mismo lugar donde el Papa Pablo VI clausuró el Concilio Ecuménico Vaticano II,
Benedicto XVI - que había participado en el Concilio en calidad de ‘experto’, asistiendo
como teólogo consultor del entonces arzobispo de Colonia - evocó con emoción el solemne
momento en el que el Papa Montini declaró a María Santísima Madre de la Iglesia: «Queda
de forma indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo las palabras: “Mariam Sanctissimam
declaramous Matrem Ecclesiae” -Declaramos a María Santísima MADRE DE LA IGLESIA”
- espontáneamente los padres se levantaron de golpe de sus asientos y aplaudieron
en pie, rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la Madre de la
Iglesia».
Con este gesto y con este título el Papa resumía la doctrina mariana
del Concilio y la clave para su comprensión. La relación de María con Cristo no se
cierra en él, su hijo, sino que estando totalmente unida a Cristo, nos pertenece a
todos nosotros. Cristo, hombre para los hombres, y todo su ser es un “ser-para-nosotros”.
La Madre de la Cabeza de la Iglesia, lo es también de todo su cuerpo, como un único
ser viviente. Ella, que se dio totalmente a Cristo, con El viene dada a todos nosotros.
De hecho, cuanto más la persona se da más se realiza ella misma.
María refleja
a la Iglesia, la anticipa en su persona, y en todas las turbulencias que la afligen,
sufriente y fatigada, y aparece siempre como estrella de salvación.
El concilio,
que debía describir a la IGLESIA EN CAMINO, “que integra en su seno a nosotros pecadores,
santa y al mismo tiempo necesitada de purificación” (Lumen G. 8), ve en María el modelo
a donde tenemos que llegar para presentarnos “inmaculados” ante el Señor.
El
Santo Padre, se preguntó a continuación QUÉ SIGNIFICA INMACULADA, y ve el contenido
de esta palabra en dos grandes imágenes. Por una parte, desde el maravilloso relato
de la Anunciación, María, una humilde mujer de provincia, es el fruto, desde la noche
invernal de la historia, de todo el patrimonio sacerdotal de Israel, del “santo resto”
del que han hablado los profetas. Ella es la verdadera Sión, casa donde habita Dios,
el corazón humano.
A pesar de que el comienzo de nuestra historia, parecía
llamado al fracaso con Adán y Eva, con el pueblo de Israel en el destierro, o como
pueblo pequeño y sin importancia, en una región ocupada, Dios no se ha equivocado,
no ha fallado. En la humildad de la casa de Nazaret, Dios ha salvado a su pueblo.
Del tronco abatido, brota de forma brillante la historia de Dios, con el SÍ DE MARÍA.
La
segunda imagen, dice Benedicto XVI, es más difícil y oscura. Tomada del Libro del
Génesis, refleja la historia humana como una lucha entre el hombre y la serpiente,
entre el hombre y los poderes del mal y de la muerte. Pero se anuncia allí que vendrá
un día en que la estirpe de la mujer vencerá y aplastará la cabeza de la serpiente,
de la muerte. Mediante el ser humano, y a través del ser humano Dios vencerá.
Este
anuncio desarrolla la historia del hombre que se cree autosuficiente, que pretende
llevar las riendas del mundo, sustituyendo a Dios. El hombre que no acepta a Dios
como dador de la vida, y rechaza el amar a Dios como si eso le creara una dependencia.
Quiere contar solamente con su conocimiento, en cuanto éste es quien le da poder.
Se apoya en el poder más que en el amor y pretende desarrollar así la autonomía de
su propia vida. Al hacer esto, se fía de la mentira, despreciando la verdad, y así
arroja su vida al vacío, al absurdo, a la muerte.
No cae en la cuenta el hombre
que el Amor no es dependencia, sino el don que nos hace vivir. La libertad del ser
humano es la libertad de un ser limitado, es una libertad compartida, una libertad
que hay que vivirla en comunión. Solo cuando vivimos el uno para el otro y el uno
con el otro viviremos en la justicia, que es nuestro ser, la vida de Dios. Dios no
es algo externo que oprime al hombre, sino su propia naturaleza, la que le hace imagen
de Dios y la que le hace así criatura libre. Si vivimos contra el amor y contra la
verdad, es decir, contra Dios, entonces nos destruimos los unos a los otros y destruimos
el mundo.
Esta gota de veneno que hay en nosotros, es lo que se nos cuenta
en la historia de la caída y del pecado original. Y desde ese pecado heredado, no
creemos que se pueda dar una persona que no peque, sería muy aburrido eso de no ser
autónomos, como que le faltara algo en su vida: la dimensión dramática de ser autónomo,
como si fuera algo propio del hombre la libertad de decir no, el sumergirse en la
tiniebla del pecado y del vivir haciéndolo todo por mi cuenta y riesgo. Pensamos que
Mefistófeles – el tentador – tenga razón cuando dice que es la fuerza "que siempre
quiere el mal pero siempre obra el bien".
Lo que tenemos que aprender en el
día de la Inmaculada es que quien se abandona en las manos de Dios no pierde la libertad
que El le dio, sino que encuentra las posibilidades inmensas de su creatividad para
el bien. El hombre que se vuelve hacia Dios no se hace más pequeño, sino más grande,
se hace divino, se convierte verdaderamente en sí mismo.
Y resulta también
que cuanto más cercano a Dios, más cercano a los hombres. Esto es lo que vemos en
María. Por eso es la madre de toda consolación y toda ayuda, a la que podemos dirigirnos
desde nuestra debilidad y desde nuestro pecado, puesto que es para todos la fuerza
abierta de la bondad creativa. María es la figura anticipada y el retrato permanente
del Hijo. Es la que nos dice: “¡Ten el coraje de acercarte a Dios. Prueba!” ¡Ten el
coraje de vivir con un corazón puro, ten el coraje de fiarte, de arriesgar con la
bondad!
Benedicto XVI finalizó su homilía de esta mañana exhortando a dar gracias
al Señor por habernos donado a María, Madre suya y Madre de la Iglesia, con el anhelo
de que Ella nos ayude a alumbrar la historia con su luz: «Queremos, en este día de
fiesta, dar gracias al Señor por el gran signo de su bondad que nos ha donado en María,
Madre suya y Madre de la Iglesia. Queremos rogarle que ponga a María en nuestro camino
como luz y nos ayude para que también nosotros seamos luz e iluminemos con esta luz
las noches de la historia».