Sábado, 3 dic (RV).- Esta mañana el Arzobispo de Pamplona, Mons. Fernando Sebastián
Aguilar ha presidido la Concelebración Eucarística con motivo de la apertura, en Javier
(España), de las celebraciones jubilares por el 450 aniversario de la muerte de san
Ignacio de Loyola y por el V centenario del nacimiento de san Francisco Javier y del
Beato Pedro Fabro. Han concelebrado con el Arzobispo de Pamplona el Prepósito General
y los Provinciales de la Compañía de Jesús.
De san Francisco Javier, llamado
el san Pablo de los tiempos modernos, apóstol y misionero sin mas medios que la palabra
y una honda convicción del valor del Evangelio, celebramos hoy el V centenario de
su muerte. Misionero de soberana grandeza, osado como San Pablo en viajes y avatares
por los mares de las indias, en escribir cartas a sus correligionarios de Europa y
en predicar y bautizar sin fatiga, ardiente comunicador y rompedor de fronteras convencionales.
Ha sido Francisco Javier, como San Pablo al comienzo de la era cristiana, el que ha
inaugurado la movilidad de la Iglesia en la era moderna. Podemos decir que fue el
quien despertó el espíritu misional de la cristiandad. Su pasión misionera por el
Evangelio ha sido reflejada por la iconografía haciendo brotar fuego de su pecho.
Hace
hoy 499 años de su muerte, en el castillo que le dio nombre en la provincia española
de Navarra, de ahí que hoy den comienzo los actos conmemorativos de su 5° centenario,
que concluirá el 3 de Diciembre del próximo año. Un navarro que cumplió su misión
eclesial en Italia, India, Malaca, Japón y China, donde murió a los 46 años de edad,
y es Patrono de las Misiones, de los caminantes y del turismo. Nació Francisco Javier,
como decimos, en 1506, hijo de dos excelentes cristianos, Juan de Jasso y María de
Azpilicueta. Sus hermanos eran María, Miguel de Javier y Juan de Azpilicueta, quienes
soportaron la guerra de sublevación de Navarra contra Castilla y su castillo fue demolido.
Javier tenía 10 anos.
A los 19 años fue a estudiar a Paris, en la Sorbona,
célebre universidad donde bullían tres o cuatro mil estudiantes de todas las partes
del mundo, incluso árabes y persas. Y el mayor fruto que obtuvo de sus estudios y
convivencia universitaria, después de los 11 años que estuvo en Paris, fue la frase
del Evangelio que se le quedo grabada: "¿Qué le aprovecha al hombre ganar todo el
mundo si pierde su alma?". Había sido Ignacio de Loyola, quien introdujo esta verdad
en su alma.
Una verdad que cambio el rumbo de su vida, y de tantos hombres
y mujeres que recibieron el Evangelio y el conocimiento de Jesucristo. Y no solo en
las Indias Orientales, sino en las tierras de España, Portugal e Italia de donde había
partido. Sus cartas maravillosas se copiaban y remitían de casa en casa por Europa.
Juan II de Portugal, el rey misionero, encargaba que se leyeran en todos los púlpitos.
En una de ellas escribe: “Muchas veces me vienen ganas de volver a la Universidad
de Paris y, como hombre que tiene perdido el juicio, gritar a los jóvenes estudiantes,
a los que tienen más letras que voluntad, que se dispongan a sacar partido a sus estudios:
«¡Cuántas ánimas dejan de ir a la gloria y van al infierno por su negligencia!»”.
Sus
restos se conservan incorruptos en Goa, ciudad portuguesa de la India donde situó
su centro de evangelización. La Compañía de Jesús, los jesuitas, y la Iglesia entera
celebran hoy su fiesta.