Día Mundial de la TV: promover una cultura de paz, seguridad y desarrollo
Miércoles, 23 nov (RV).- Desde los años 50, la televisión se ha convertido en el medio
de comunicación por excelencia, su historia se remonta a varias décadas atrás, pero
la auténtica revolución, en sus días, no es comparable, con ningún otro medio. En
el mundo la capacidad de convocatoria de este invento de la década de 1920 es enorme.
Hay una media de 228 televisores por cada 1.000 habitantes en todo el planeta. Sin
embargo, este dato también puede reflejar las diferencias entre países ricos y pobres:
en 1995 en EE.UU. había 776 aparatos por cada 1.000 personas y 490 en España frente
a dos en Chad o tres en Nepal. Pero lo más importante es su capacidad de influencia
en la opinión pública, en la manera de ver el mundo que nos rodea; su capacidad de
mostrarnos en directo lo que ocurre al otro lado del mundo o de ocultarnos lo que
ocurre muy cerca de nosotros; así como sus posibilidades de divertirnos, informarnos
o embaucarnos.
El pasado lunes 21 de noviembre se celebró en todo el globo
el Día Mundial de la Televisión, con la finalidad de promover una televisión que,
además de entretener, promueva una cultura de paz, seguridad y desarrollo. Pero quizás
la situación actual de las televisiones de todo el mundo, en especial en los países
del norte, no se acerque mucho a estas aspiraciones de Naciones Unidas. No es justo
ignorar emisoras y programas que realizan labores sociales de gran valor cultural
y educativo, especialmente en muchos países en desarrollo, pero la presión de beneficios
económicos inmediatos, la falta de criterio cultural y social e, incluso, el desprecio
por la audiencia nos acerca cada vez más a lo que se ha llamado la tele-basura.
Los
futuros contenidos de este medio de comunicación dependen también de nosotros, los
espectadores. Elegir ver un programa u otro no es algo que carezca de implicaciones.
Reclamar un entretenimiento inteligente y una programación de calidad, cuestionar
la calidad de los contenidos es algo que no pasa desapercibido por las grandes compañías
que hacen televisión. Si nos conformamos con lo que nos den, por malo que sea, la
tele-basura seguirá ganando terreno en las emisoras.
El cometido de aportar
valores positivos a través de los medios de comunicación en general y de la televisión
en particular lo recordó Benedicto XVI al recibir a todos los profesionales de los
medios congregados en Roma para su elección como sucesor de Pedro. “Para que los medios
de comunicación social puedan prestar un servicio positivo al bien común, hace falta
la contribución responsable de todos y cada uno –exhortó el Santo Padre- Por eso,
es preciso comprender cada vez mejor las perspectivas y la responsabilidad que implica
su desarrollo con vistas a las consecuencias concretas que tiene para la conciencia
y la mentalidad de las personas, así como para la formación de la opinión pública.
Al mismo tiempo, quisiera destacar la necesidad de una clara referencia a la responsabilidad
ética de quienes trabajan en este sector, particularmente por lo que respecta a la
búsqueda sincera de la verdad, así como a la defensa del carácter central y de la
dignidad de la persona. Sólo con esta condición los medios de comunicación pueden
corresponder al plan de Dios, que los ha puesto a nuestra disposición "para descubrir,
usar, dar a conocer la verdad; también la verdad sobre nuestra dignidad y sobre nuestro
destino de hijos suyos, herederos del reino eterno".
Asimismo, Benedicto XVI
quiso recalcar en su discurso a una peregrinación de la Archidiócesis de Madrid, la
importancia de los medios de comunicación y su papel fundamental en cuanto a la difusión
de los verdaderos valores del Evangelio se refiere, con sus palabras les dejamos que
reflexionen: “La Iglesia en Madrid quiere estar presente en todos los campos de la
vida cotidiana, y también a través de los medios de comunicación social. Es un aspecto
importante porque el Espíritu nos impulsa a hacer llegar a cada hombre y cada mujer
el Amor que Dios Padre mostró en Jesucristo. Este amor es solícito, generoso, incondicional,
y se ofrece no sólo a los que escuchan al mensajero, sino también a los que lo ignoran
o rechazan. Cada uno de los fieles tiene que sentirse llamado para ir, como enviado
de Cristo, en busca de quienes se han alejado de la comunidad, como aquellos discípulos
de Emaús que habían cedido al desencanto (cf. Lc 24,13-35). Hay que ir hasta los confines
de la sociedad para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de
la vida, de la familia y de la sociedad, llegando a las personas que viven en el desierto
del abandono y de la pobreza, y amándoles con el Amor de Cristo Resucitado. En todo
apostolado, y en el anuncio del Evangelio, como dice San Pablo, “si no tengo amor,
nada soy” (1 Cor 13,2).