Escuchar el programa Viernes, 11 nov
(RV).- No cabe duda de que todo en la vida tiene un precio y que entre más lejos aspiremos
a llegar, mayor será el costo en términos del esfuerzo requerido para lograrlo. Sin
embargo, como en la sociedad “light” de nuestros días todo es trivial y se impuso
el facilismo, están desapareciendo el esfuerzo y la capacidad de lucha en la lista
de virtudes que se procuran cultivar. Dentro de esa filosofía de lograr más haciendo
menos y obtener todo a cambio de nada, se están formando las nuevas generaciones.
La vida de las nuevas generaciones es cada vez más fácil: ya no tienen
que hacer tareas a mano porque para eso cuentan con un computador, ya no se ven obligados
a caminar unas cuadras porque su mamá es a la vez chofer, ya no se desgastan investigando
temas complicados porque para eso está Internet, y ya no deben responder por los problemas
en que se meten porque de eso se ocupan sus papás. Y así sucesivamente.
Lo
grave es que al facilitarles la vida a los hijos, en realidad se las estamos complicando.
Las perspectivas para el futuro, aun para quienes “lo tienen todo”, no son muy prometedoras
si no están muy bien equipados para arreglárselas en condiciones adversas como las
que tendremos que vivir.
Cuando hacemos las cosas por nuestros hijos, cuando
les resolvemos sus dificultades, de alguna manera les estamos restando la capacidad
para resolver sus propios problemas, para aprender de las dificultades, para aprender
de los cambios y los tropiezos.
Nuestros hijos deben pasar por procesos difíciles
en los que puedan aprender y valorar las cosas para que de verdad hagan de su vida
algo que valga la pena. En efecto, los hijos necesitan trabajar duro y aprender a
superar los escollos, a perseverar ante las contrariedades, a crear sus oportunidades
y a no sucumbir ante una puerta cerrada sin decidirse a empujarla para que se abra.
Sólo así podrán gozar luego de la dicha que significa alcanzar sus sueños, no a base
de intrigas o favoritismos, sino como resultado de su propio mérito.
Ascender
es más difícil que descender, pero son los caminos en ascenso los que nos llevan a
la cima. Allá no necesariamente llegarán quienes están a la cabeza sino los que caminen
con más fuerza. Y así como la fuerza física se desarrolla haciendo mucho ejercicio,
la fortaleza interior se desarrolla esforzándonos para superar los desafíos que encontramos
en el trayecto hacia la cumbre.
Es casi natural encontrar en cada familia la
actitud protectora de los padres, de tratar de evitar a los hijos malos momentos,
esfuerzos de más, tropiezos. Sin embargo, hay que ser consciente de que no es posible
vivir la vida por los hijos, ni tampoco es positivo encerrar a los hijos en una urna
de cristal, en un mundo rosa llego de alegrías y buenos momentos, cuando la vida en
sí misma amerita esfuerzo y lucha constante, cuando la felicidad y el dolor son caras
de la misma moneda.
El esfuerzo fortalece la voluntad, templa el carácter
y ennoblece el corazón, y a la vez convierte los sueños en realizaciones y las buenas
intenciones en causas nobles. Además, nos llena de esa profunda satisfacción resultante
de sentirnos capaces de superar el desafío de pasar por este mundo habiendo dejado
algo mejor de lo que lo encontramos.