2005-10-19 17:07:12

Día para la erradicación de la pobreza


Miércoles, 19 oct (RV).- El Día para la erradicación de la pobreza se celebra en todo el mundo con el fin de recordar cuán importantes son las acciones individuales que pueden ayudar a mitigar este mal que azota a la mayor parte del mundo.

No podemos olvidar que Jesucristo vino a “proclamar la buena nueva a los pobres” (Lc 4,18). Por este motivo, cobra vital importancia la lucha contra la pobreza en el mundo. Objetivo que también se propuso la ONU: erradicar la pobreza para 2015. Este año, ese deseo generalizado –muy lejano de que llegue a convertirse en realidad, dado que aún no se ha llegado ni siquiera a alcanzar una reducción mínima de la pobreza- es el que recordamos durante la celebración del Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza, creado por la Asamblea de Naciones Unidas con el propósito de promover mayor conciencia sobre las necesidades para erradicar la pobreza y la indigencia en todos los países, en particular en los que están en desarrollo, necesidad que se ha convertido en una de las prioridades del desarrollo.

Luchar contra la pobreza parece un fin imposible en sí mismo. ¿Cómo una simple persona como yo puede ayudar a erradicar la pobreza?, nos preguntamos, contestándonos a nosotros mismos que es imposible, pero no es así, porque por pequeño que sea el granito de arena aportado por cada uno de nosotros, al final se construye una montaña. Una ONG española, Alianza Española Contra la Pobreza, ha hecho pública una lista de medidas para enfrentar la pobreza que afecta a 1.100 millones de personas que viven con menos de un dólar diario. Estas medidas se basan en la aportación de mayores ayudas oficiales para el desarrollo, en la cancelación de la deuda externa, en la justicia, en el comercio internacional y en la defensa de los derechos laborales, ya que según las últimas estadísticas sólo el 10% de la población mundial disfruta del 70% de las riquezas del planeta, siendo el 75% de los pobres, campesinos.

Precisamente, desde hace muchos años el Consejo Pontificio Justicia y Paz está a la vanguardia de la lucha para afrontar la cuestión de los efectos de la pesada carga que la deuda externa produce para la vida de los habitantes de los países más pobres. Este Consejo nació como una comisión a raíz del Concilio Vaticano II, al formularse abiertamente la necesidad de un organismo universal de la Iglesia creado con la función de “estimular a la comunidad católica para promover el desarrollo de los países pobres y la justicia social internacional” (Gaudium et Spes n.90). Desde su creación, este Consejo pontificio no ha dejado de trabajar para promover la justicia, la paz y erradicar la pobreza.

Y es que las disparidades de la pobreza realmente alcanzan cifras alarmantes. Asia Meridional concentra la mayor cantidad de población que subsiste con 1 dólar, es decir 515 millones de personas, seguida por Asia Oriental y Sur-oriental y el Pacífico, donde más de 400 millones de personas viven en estas condiciones. Doscientos millones de personas en África al sur del Sahara, y 11 millones en los Estados Árabes. En América Latina y el Caribe, 110 millones de personas viven con 2 dólares diarios. En Europa Oriental y en los países de Asia Central, 120 millones de personas viven con 4 dólares al día.

En los países más pobres, más de 100 millones de personas carecen de agua potable, casi mil millones de adultos son analfabetas y otros tantos no cuentan con servicios de salud. Además, 507 millones de personas cuentan con una esperanza de vida de tan sólo 40 años de edad, 158 millones de niños sufren algún grado de desnutrición y 110 millones en edad escolar no asisten a la escuela.

Y es que no podemos olvidar cómo entre las exigencias de renuncia que Jesús propuso a sus discípulos, figura la de los bienes terrenos, y en particular la riqueza (cf. Mt 19, 21; Mc 10, 21; Lc 12, 33; 18, 22). Se trata, como recordaba el predecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II, de una exigencia dirigida a todos los cristianos en lo que se refiere al espíritu de pobreza, es decir, el desapego interior de los bienes terrenos, desasimiento que nos hace ser generosos para compartirlos con los demás. La pobreza es un compromiso de vida inspirado por la fe en Cristo y el amor a Él. Es un espíritu que exige también una práctica, según una medida de renuncia a los bienes que corresponde a la condición de cada uno, ya sea en la vida civil ya sea en el estado en el que se halla en la Iglesia en virtud de la vocación cristiana, como individuo o como miembro de un grupo determinado de personas. El espíritu de pobreza vale para todos, cada uno necesita ponerlo en práctica de acuerdo con el Evangelio.







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