Miércoles, 19 oct (RV).- El Día para la erradicación de la pobreza se celebra en todo
el mundo con el fin de recordar cuán importantes son las acciones individuales que
pueden ayudar a mitigar este mal que azota a la mayor parte del mundo.
No podemos
olvidar que Jesucristo vino a “proclamar la buena nueva a los pobres” (Lc 4,18). Por
este motivo, cobra vital importancia la lucha contra la pobreza en el mundo. Objetivo
que también se propuso la ONU: erradicar la pobreza para 2015. Este año, ese deseo
generalizado –muy lejano de que llegue a convertirse en realidad, dado que aún no
se ha llegado ni siquiera a alcanzar una reducción mínima de la pobreza- es el que
recordamos durante la celebración del Día Internacional para la Erradicación de la
Pobreza, creado por la Asamblea de Naciones Unidas con el propósito de promover mayor
conciencia sobre las necesidades para erradicar la pobreza y la indigencia en todos
los países, en particular en los que están en desarrollo, necesidad que se ha convertido
en una de las prioridades del desarrollo.
Luchar contra la pobreza parece un
fin imposible en sí mismo. ¿Cómo una simple persona como yo puede ayudar a erradicar
la pobreza?, nos preguntamos, contestándonos a nosotros mismos que es imposible, pero
no es así, porque por pequeño que sea el granito de arena aportado por cada uno de
nosotros, al final se construye una montaña. Una ONG española, Alianza Española Contra
la Pobreza, ha hecho pública una lista de medidas para enfrentar la pobreza que afecta
a 1.100 millones de personas que viven con menos de un dólar diario. Estas medidas
se basan en la aportación de mayores ayudas oficiales para el desarrollo, en la cancelación
de la deuda externa, en la justicia, en el comercio internacional y en la defensa
de los derechos laborales, ya que según las últimas estadísticas sólo el 10% de la
población mundial disfruta del 70% de las riquezas del planeta, siendo el 75% de los
pobres, campesinos.
Precisamente, desde hace muchos años el Consejo Pontificio
Justicia y Paz está a la vanguardia de la lucha para afrontar la cuestión de los efectos
de la pesada carga que la deuda externa produce para la vida de los habitantes de
los países más pobres. Este Consejo nació como una comisión a raíz del Concilio Vaticano
II, al formularse abiertamente la necesidad de un organismo universal de la Iglesia
creado con la función de “estimular a la comunidad católica para promover el desarrollo
de los países pobres y la justicia social internacional” (Gaudium et Spes n.90). Desde
su creación, este Consejo pontificio no ha dejado de trabajar para promover la justicia,
la paz y erradicar la pobreza.
Y es que las disparidades de la pobreza realmente
alcanzan cifras alarmantes. Asia Meridional concentra la mayor cantidad de población
que subsiste con 1 dólar, es decir 515 millones de personas, seguida por Asia Oriental
y Sur-oriental y el Pacífico, donde más de 400 millones de personas viven en estas
condiciones. Doscientos millones de personas en África al sur del Sahara, y 11 millones
en los Estados Árabes. En América Latina y el Caribe, 110 millones de personas viven
con 2 dólares diarios. En Europa Oriental y en los países de Asia Central, 120 millones
de personas viven con 4 dólares al día.
En los países más pobres, más de 100
millones de personas carecen de agua potable, casi mil millones de adultos son analfabetas
y otros tantos no cuentan con servicios de salud. Además, 507 millones de personas
cuentan con una esperanza de vida de tan sólo 40 años de edad, 158 millones de niños
sufren algún grado de desnutrición y 110 millones en edad escolar no asisten a la
escuela.
Y es que no podemos olvidar cómo entre las exigencias de renuncia
que Jesús propuso a sus discípulos, figura la de los bienes terrenos, y en particular
la riqueza (cf. Mt 19, 21; Mc 10, 21; Lc 12, 33; 18, 22). Se trata, como recordaba
el predecesor de Benedicto XVI, Juan Pablo II, de una exigencia dirigida a todos los
cristianos en lo que se refiere al espíritu de pobreza, es decir, el desapego interior
de los bienes terrenos, desasimiento que nos hace ser generosos para compartirlos
con los demás. La pobreza es un compromiso de vida inspirado por la fe en Cristo y
el amor a Él. Es un espíritu que exige también una práctica, según una medida de renuncia
a los bienes que corresponde a la condición de cada uno, ya sea en la vida civil ya
sea en el estado en el que se halla en la Iglesia en virtud de la vocación cristiana,
como individuo o como miembro de un grupo determinado de personas. El espíritu de
pobreza vale para todos, cada uno necesita ponerlo en práctica de acuerdo con el Evangelio.