Viernes, 23
sep (RV).- Hoy hablaremos del carácter de las personas, que en diversas partes es
reconocido como una cualidad, una virtud que engrandece a esa persona, la pone en
ventaja, como si las demás personas no tuvieran carácter.
Angela Marulanda,
asesora de familia y articulista de un diario colombiano, señala con relación a este
tema que en el sentido estricto de la palabra, la personalidad es la expresión social
de los rasgos de temperamento y manera de ser de un individuo, y por lo tanto todos
tenemos una. Sin embargo, al afirmar que alguien tiene “una gran personalidad”, se
está afirmando que se trata de una persona auténtica y con una gran seguridad en sí
misma.
Al parecer, hablar del carácter o personalidad de alguien, es hablar
del nivel de autoestima de esa persona, de su desenvolvimiento en sus expresiones
y actitudes. Se dice que quienes sobresalen por “tener mucha personalidad” se caracterizan
porque dicen, hacen y se muestran como son, sin temor a las críticas o a la desaprobación
de los demás. Y tal característica es, en muy buena parte, el resultado de la aceptación
y confianza que sus padres les demostraron a lo largo de su vida. La autoestima que
esta persona tiene y ha formado a lo largo de su vida. Un niño verdaderamente aceptado
por sus padres, es decir que no ha sido presionado en ningún momento para haga o asuma
nada distinto de lo que es, le permite tener mayor seguridad en sí mismo y en lo que
hace, por tanto aprende más rápido de lo que sus capacidades le permiten y no expresa
algo distinto a lo que de verdad siente, todo ello permitirá sin duda ser uno de
esos individuos a quienes los demás admirarán por su “gran personalidad”.
En
teoría, todos los padres suelen decir que aceptan a sus hijos tal como son. Pero la
realidad es otra. Casi sin temor a equivocarnos, los padres de familia tenemos grandes
expectativas sobre cómo deben ser nuestros hijos y, sin advertirlo, les trasmitimos
nuestros ideales forjados con base en lo que hemos aprendido es importante para triunfar
en la vida. Desafortunadamente, esto no es más que un absurdo prejuicio que nos lleva
a presionar a los hijos para desarrollar esas características a como dé lugar.
De
hecho tenemos incluso a equivocada idea que de los elementos esenciales para triunfar
en la vida belleza, inteligencia y riqueza, y nada más ajeno a la verdad, pues son
muchos los factores que contribuyen con la realización de una persona. Y al tratar
de moldear a nuestros hijos con lo que creemos nosotros como padres es lo mejor para
ellos, de manera inconsciente no los aceptamos por lo que son, sino por lo que logren
en torno a nuestras expectativas.
Si queremos que los niños desarrollen su
potencial, es fundamental tener fe en ellos. A veces los padres creemos que ellos
no serán responsables si no se los recordamos a toda hora. Pero educar no significa
repetirles todo lo que deben hacer, ni atemorizarlos con recomendaciones exageradas
cuando intentan vivir sus propias experiencias. Solo si los dejamos responder por
las consecuencias de sus acciones y decisiones podrán desarrollar las cualidades que
les permitirán confiar en sí mismos.
En resumen, “la personalidad” es una manifestación
de la autenticidad y seguridad interior de una persona. La seguridad económica, tan
valorada por la cultura actual, si bien se presenta como el ideal para ofrecernos
buenas comodidades y oportunidades, no puede comprar el bienestar emocional, la autoconfianza
y el sentimiento de dignidad y de valor que se desprenden del apoyo que da el amor
incondicional de los padres. Por eso, con razón, afirmaba Erick From que “el amor
es un acto de fe y quien tenga poca fe también tiene poco amor.”