Septiembre: Intención General del Papa para el Apostolado de la Oración
Miércoles, 15 sep (RV).- «Para que el derecho a la libertad religiosa sea reconocido
por los gobiernos de todos los pueblos de la Tierra». Es la intención general que
presenta el Santo Padre para el Apostolado de la Oración en este mes de septiembre.
Esta
intención del Papa reitera la importancia de la Declaración del Concilio Vaticano
II, Dignitatis Humanae, Sobre la Libertad Religiosa. «Los seres humanos tienen derecho
a la libertad religiosa»... «El hombre percibe y reconoce por medio de su conciencia
los dictámenes de la ley divina, conciencia que tiene obligación de seguir fielmente
en toda su actividad, para llegar a Dios, que es su fin. Por tanto, no se le puede
forzar a obrar contra su conciencia. Ni tampoco se le puede impedir que obre según
ella, principalmente en materia religiosa».
Porque «el ejercicio de la religión,
por su propia índole, consiste, sobre todo, en los actos internos voluntarios y libres,
por los que el hombre se relaciona directamente a Dios: actos de este género no pueden
ser mandados ni prohibidos por una potestad meramente humana... Además, los actos
religiosos con que los hombres, partiendo de su íntima convicción, se relacionan privada
y públicamente con Dios, trascienden por su naturaleza el orden terrestre y temporal.
Por consiguiente, la autoridad civil, cuyo fin propio es velar por el bien común temporal,
debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos; pero excede su competencia
si pretende dirigir o impedir los actos religiosos».
Haciendo suyas las palabras
de Juan Pablo II a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede,
el pasado mes de enero, Benedicto XVI recuerda que «No hay que temer que la justa
libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia
civil. Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier
otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma
persona humana y de su dignidad... La Iglesia sabe distinguir bien - como es su deber
- lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22,21); coopera en el bien común
de la sociedad, porque rechaza la mentira y educa para la verdad; condena el odio
y el desprecio e invita a la fraternidad; promueve siempre por doquier – como es fácil
reconocer por la historia – las obras de caridad, las ciencias y las artes. La Iglesia
quiere solamente libertad para poder prestar un servicio válido de colaboración con
todas las instancias públicas y privadas que se interesan por el bien del hombre»
(10 enero 2005, 8).
Invitando a sus fieles a rezar por las intenciones del
Santo Padre, el Apostolado de la Oración pone de relieve que «la Iglesia, que no puede
dejar de proclamar y defender la dignidad de la persona humana en su integridad y
apertura a la trascendencia divina, reclama poder disponer, de modo estable, del espacio
indispensable y de los medios necesarios para cumplir su misión y su servicio humanista».
En este sentido, y respetando las respectivas competencias, hay numerosos ámbitos
en los que resulta conveniente establecer diversas formas de colaboración fecunda
entre el Estado y la Iglesia con el fin de prestar un mejor servicio al desarrollo
de las personas y promover un espíritu de convivencia en libertad y solidaridad, lo
que redundará en beneficio de todos.
La Iglesia, señala sin cesar que la
situación social no mejora aplicando exclusivamente medidas técnicas, sino que ha
de ponerse atención sobre todo en la promoción de los valores, respetando la dimensión
ética propia de la persona, de la familia y de la vida social. De este modo, será
más fácil asegurar un desarrollo integral para todos los miembros de la comunidad
nacional, basado en el respeto de sus derechos y libertades fundamentales, como es
propio de un Estado de derecho.
Y la misma naturaleza social del hombre exige
que éste manifieste externamente los actos internos de religión, que se comunique
con otros en materia religiosa, que profese su religión de forma comunitaria. Se hace,
pues, injuria al ser humano y al orden que Dios ha establecido para los hombres, si,
quedando a salvo el justo orden público, se niega al hombre el libre ejercicio de
la religión en la sociedad.