2005-08-25 13:19:42

Presentación de las Cartas Credenciales del nuevo embajador de Venezuela ante la Santa Sede


Jueves, 25 ago (RV).- En el acto de presentación de las Cartas Credenciales del nuevo embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante la Santa Sede, Iván Guillermo Rincón, que ha tenido lugar en el Palacio Apostólico de Castelgandolfo al final de esta mañana, el Santo Padre ha recordado que “la Iglesia Católica, que ha acompañado al pueblo venezolano en todas las etapas de su historia, comparte actualmente sus preocupaciones y sus esperanzas de un futuro mejor”. A continuación les ofrecemos el texto íntegro del mensaje pronunciado por Benedicto XVI durante el curso de este acto:

Señor Embajador:

1. Me es grato recibir las Cartas que le acreditan como Embajador de la República Bolivariana de Venezuela ante la Santa Sede, en este acto que me ofrece también la feliz oportunidad de darle mi más cordial bienvenida al asumir las funciones asignadas por su Gobierno.
Deseo manifestarle también sincero agradecimiento por sus amables palabras, así como por el deferente saludo del Señor Presidente Hugo Rafael Chávez Frías, del que se ha hecho portavoz, rogándole que le haga llegar mi aprecio por ello, junto con mis sinceros sentimientos de cercanía y afecto al pueblo venezolano, por el cual ruego al Todopoderoso para que, en la actual singladura de su vida social y económica, busque con tesón las soluciones más idóneas para alcanzar metas cada vez más altas de justicia, solidaridad y progreso, según el espíritu cristiano que tanto ha contribuido a forjar la propia identidad nacional.

2. Como usted ha recordado en sus palabras, su País tiene una antigua y honda tradición católica –según decía con énfasis el libertador Simón Bolívar- y se caracteriza por una entrañable estima y veneración al Sucesor de Pedro. No es, pues, de extrañar el relieve que el Gobierno ha dado al luto por el fallecimiento de mi venerado predecesor, el Papa Juan Pablo II, y las delegaciones enviadas con este motivo y también con ocasión del solemne comienzo de mi pontificado. Por su parte, la Santa Sede sigue muy de cerca los acontecimientos de esa querida "tierra de gracia", y así lo ha puesto de manifiesto en numerosas ocasiones.
Por todo ello, le expreso mis mejores deseos de que, durante el ejercicio de su importante misión, las ya tradicionales e históricas relaciones entre Venezuela y la Santa Sede se vean fortalecidas con un espíritu de colaboración leal y constructiva.

3. La tierra venezolana ha sido dotada pródigamente por el Creador de recursos naturales, lo cual conlleva la responsabilidad de custodiar y cultivar los dones recibidos (cf. Gn 2, 15) para que todos sus moradores tengan la posibilidad de llevar una vida acorde con la dignidad que corresponde al ser humano.
En esta tarea nadie puede sentirse eximido de colaborar activamente, especialmente ante el fenómeno de la pobreza o marginación social. La constante labor de la Iglesia en Venezuela, realizada a veces con precariedad de recursos humanos y materiales, se ha concretado en numerosas actividades de promoción humana en favor de la vida desde su concepción y de la familia, así como en proyectos asistenciales para consolidar instituciones básicas de la sociedad como la educación, la asistencia médica y las estructuras de beneficencia, tanto en el medio urbano, con una apreciable acción entre los más pobres, como en las zonas más apartadas de la geografía nacional, entre las poblaciones indígenas.
Por ello la acción educativa y de asistencia social de la Iglesia sigue aportando beneficios a toda la sociedad. Esto es particularmente evidente en el caso de las escuelas católicas, que siempre han prestado y siguen prestando una enorme contribución a la educación de los niños y jóvenes venezolanos, inspirándose en los valores humanos y espirituales según el deseo y libre opción de sus padres, que son los primeros educadores de sus hijos y a quienes los ampara el derecho natural y legal de escoger la forma de educación que ellos desean para los mismos.
En este sentido, soy consciente de la importancia que dan las Autoridades públicas venezolanas a estos aspectos, vitales para el desarrollo armónico del País, a través de los diversos programas de alfabetización, educación o atención sanitaria. Se trata de actividades que requieren una contribución generosa y concertada por parte de todos los ciudadanos y de las diversas instituciones, haciendo crecer unas actitudes generalizadas de solidaridad que, junto con un orden social justo y equilibrado, sea la mejor garantía para que se alcancen resultados duraderos y no terminen siendo iniciativas parciales o fugaces. Para ello es imprescindible el diálogo leal y respetuoso entre todas las partes sociales, como medio para un consenso sobre los aspectos que conciernen al bien común.

4. La Iglesia Católica, que ha estado presente y ha acompañado al pueblo venezolano en todas las etapas de su historia, comparte también actualmente sus preocupaciones y sus esperanzas de un futuro mejor. En cumplimiento de su propia misión, anuncia el Evangelio, proclama el perdón y la reconciliación que, ofrecido y recibido de corazón, es el único modo de llegar a una concordia estable, sin que las legítimas discrepancias lleguen a convertirse en enfrentamientos agresivos. Invita a fomentar los valores básicos de toda sociedad, como son el amor a la verdad, el respeto de la justicia, la honestidad en el desempeño de las propias responsabilidades o la generosa disponibilidad a servir al bien de todos los ciudadanos antes que a intereses de parte.
Además, es bien conocido que la situación social no mejora aplicando exclusivamente medidas técnicas, sino que ha de ponerse atención sobre todo a la promoción de los valores, respetando la dimensión ética propia de la persona, de la familia y de la vida social. De este modo será más fácil asegurar un desarrollo integral para todos los miembros de la comunidad nacional, basado en el respeto de sus derechos y libertades fundamentales, como es propio de un Estado de derecho.
La Iglesia, que no puede dejar de proclamar y defender la dignidad de la persona humana en su integridad y apertura a la trascendencia divina, reclama poder disponer, de modo estable, del espacio indispensable y de los medios necesarios para cumplir su misión y su servicio humanizador. En este sentido, y respetando las respectivas competencias, hay numerosos ámbitos en que resulta conveniente establecer diversas formas de colaboración fecunda entre el Estado y la Iglesia con el fin de prestar un mejor servicio al desarrollo de las personas y promover un espíritu de convivencia en libertad y solidaridad, lo que redundará en beneficio de todos.

5. Usted, Señor Embajador, ha recordado el indiscutible valor de la libertad, la cual es una gran bien que permite al ser humano realizarse plenamente. La Iglesia necesita esta libertad para ejercer su misión, escoger a sus Pastores y guiar a sus fieles. Los Sucesores de Pedro se han esforzado siempre por defender esta libertad. Por otra parte, los Gobiernos de los Estados nada deben temer por la acción de la Iglesia, que en el ejercicio de su libertad sólo busca llevar a cabo su propia misión religiosa y contribuir al progreso espiritual de cada País.
Juan Pablo II, en el discurso al Cuerpo Diplomático ante la Santa Sede a principios de este año, afirmaba: “No hay que temer que la justa libertad religiosa sea un límite para las otras libertades o perjudique la convivencia civil. Al contrario, con la libertad religiosa se desarrolla y florece también cualquier otra libertad, porque la libertad es un bien indivisible y prerrogativa de la misma persona humana y de su dignidad... La Iglesia sabe distinguir bien, como es su deber, lo que es del César y lo que es de Dios (cf. Mt 22,21); coopera en el bien común de la sociedad, porque rechaza la mentira y educa para la verdad; condena el odio y el desprecio e invita a la fraternidad; promueve siempre por doquier – como es fácil reconocer por la historia – las obras de caridad, las ciencias y las artes. La Iglesia quiere solamente libertad para poder prestar un servicio válido de colaboración con todas las instancias públicas y privadas que se interesan por el bien del hombre” (10 enero 2005, 8).
Al hacer mías estas palabras, espero vivamente que se disipen las dificultades actuales en las relaciones Iglesia-Estado y se vuelva a una fecunda colaboración en continuidad con la noble tradición venezolana.

6. Señor Embajador, al concluir este encuentro le renuevo mi cordial saludo y bienvenida, con los mejores votos para el desempeño de la alta misión encomendada, esperando vivamente que las relaciones de Venezuela con la Santa Sede se refuercen y progresen. Cuente con la acogida y apoyo necesario para hacer realidad tan importante propósito.
También le deseo que su estancia en Roma sea enriquecedora para usted y su familia, contribuyendo así a acrecentar la sensibilidad de tantos venezolanos que aman entrañablemente a su Patria y que, al mismo tiempo, pueden sentirse ciudadanos del mundo e hijos muy queridos de la Iglesia.
Confío todos estos sentimientos y esperanzas a Nuestra Señora de Coromoto, a la que invoco fervientemente para que interceda ante su divino Hijo por el pueblo venezolano, sobre el cual imploro abundantes bendiciones del Altísimo.

El nuevo embajador venezolano ante la Santa Sede, expresó el interés del gobierno de su país en “reafirmar, optimizar y consolidar fuertemente las relaciones excelentes con la Santa Sede y la Iglesia Católica”. A continuación les ofrecemos el texto íntegro del mensaje pronunciado por Iván Guillermo Rincón, al entregar sus Cartas Credenciales al Papa:

Santidad:
Comienzo estas palabras ofreciendo a Su Santidad el saludo filial del Señor Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, su profundo interés, y el de su Gobierno, en reafirmar, optimizar y consolidar fuertemente relaciones excelentes con la Santa Sede y la Iglesia Católica.
Venezuela, desde hace más de medio milenio, es católica, de modo que bien puede la inmensa mayoría católica venezolana hacer suya la profesión de Paciano en el siglo IV: «Cristiano es mi nombre, católico mi apellido». Uno de los grandes amores de Venezuela es el amor al Papa.

El Libertador Simón Bolívar, al terminar las guerras de independencia y establecer relaciones directas con la Sede Apostólica, exclamó: «La causa más grande nos reúne en este día, el bien de la Iglesia y el bien de Colombia. Una cadena más sólida y más brillante que los astros del firmamento nos liga nuevamente con la Iglesia de Roma, que es la fuente del cielo. Los descendientes de San Pedro han sido siempre nuestros padres». La Santa Visita Pastoral de Juan Pablo II, dignísimo predecesor vuestro, dejó una estela luminosa que sigue marcando nuestros caminos.

Santo Padre, traigo en mi mente y en mi corazón católico el propósito y la voluntad de trabajar conjunta y mancomunadamente en programas educativos, culturales y sociales, a favor de la defensa de los pobres, de los pueblos indígenas y de los derechos humanos, códigos de nuestra actual Constitución, que se fundamenta en la justicia social. En ella se está fundamentando toda la vida venezolana. Por eso, Santo Padre, las actividades que serán desarrolladas por la misión diplomática que represento, estarán orientadas a la creación e instauración de programas de cooperación entre ambos Estados, para trabajar en áreas de interés común, especialmente en el interés por Ia paz. Venezuela apoyará todas las iniciativas de Su Santidad en esta dirección. Los venezolanos amamos la paz universal, y estamos preocupados por ella. Por eso, nuestro Presidente trabaja hoy arduamente por la integración de América Latina, «el continente de la esperanza».

Las relaciones entre el Estado Venezolano y la Santa Sede revisten importancia suma desde cualquier punto de vista que se aprecie. Desde una perspectiva política, porque es impar la autoridad moral del Vaticano para todos los Estados del planeta; desde la perspectiva ética y moral, también es impar en los escenarios internacionales; desde el punto de vista social y religioso también lo es, porque su mensaje ha llegado «a todas las gentes».

La República Bolivariana de Venezuela es un país que aboga por una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley; promueva la cooperación pacífica entre las naciones e impulse y consolide la integración, de acuerdo con el principio de no intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e indivisible de los derechos humanos, la democratización de la sociedad internacional, entre otros valores fundamentales.

La política internacional de Venezuela estimula la gestación de un mundo multipolar, el fortalecimiento de la soberanía nacional, la democratización de los organismos y de las decisiones internacionales; y coadyuva a la promoción y difusión de los derechos humanos.

«La Iglesia en América», documento excepcional, expuso las ideas y planteamientos, en materia social, de nuestra Iglesia Católica y Apostólica, los cuales coinciden plenamente con los principios sobre los cuales se fundamenta nuestra Carta Magna y que constituyen el espíritu mismo del Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, pues favorecen a los sectores más débiles de la sociedad, a los desposeídos, a los marginados, para lograr su inclusión en una vida de bienestar, educación, salud, trabajo decoroso, justicia y paz. Creemos, con ese documento, que lo único que se debe globalizar es la justicia y la caridad.

El Presidente de la República Bolivariana de Venezuela ha dado el nombre de misiones a las ingentes inversiones sociales: «Barrio Adentro», en el área de salud; «Robinson», «Ribas» y «Sucre», en el área de educación; «Hábitat», en el área de vivienda; «Mercal» y las «Casas de la Alimentación», también conocidas como cocinas comunitarias. Los más pobres están siendo atendidos como jamás en nuestra historia; y en ellos está Cristo.

Especial referencia merece el caso de las comunidades indígenas, cuya protección y dignificación son procuradas por nuestro texto constitucional y el gobierno del Presidente Hugo Rafael Chávez Frías. En tal sentido, cabe destacar el tratamiento digno que actualmente el Estado venezolano y su pueblo dan a estas comunidades. Venezuela está acorde con la «Iglesia en América» que nos advirtió:
«Si la Iglesia de América, fiel al evangelio de Cristo, desea recorrer el camino de la solidaridad, debe dedicar una especial atención a aquellas etnias que todavía hoy son objeto de discriminaciones injustas. En efecto, hay que erradicar todo intento de marginación contra las poblaciones indígenas. Ello implica, en primer lugar, que se deben respetar sus tierras y los pactos contraídos con ellas; igualmente, hay que atender a sus legítimas necesidades sociales, sanitarias y culturales. Habrá que recordar la necesidad de reconciliación entre los pueblos indígenas y las sociedades en las que viven (...)».

La misión que represento, fiel a los principios contenidos en nuestro texto fundamental y desarrollados por el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, se compromete a desempeñar un papel destacado, junto con la Iglesia Católica, en pro del trabajo en programas educativos y sociales en defensa de estos pueblos. Miles de hombres y mujeres venezolanos y no venezolanos, a lo largo de nuestra historia, han trabajado, y trabajan, en nombre de Cristo, como protagonistas en la promoción integral de los venezolanos. En muchos campos han sido pioneros incansables.

Venezuela, en su Constitución, consagra el principio de progresividad de los derechos humanos y el reconocimiento del rango constitucional de los tratados, pactos y convenciones relativos a derechos humanos, y su prevalencia en el orden interno, en la medida en que contengan normas sobre su goce y ejercicio más favorables a las establecidas en la Constitución y en las leyes de la República.

Permitidme, Santo Padre, manifestaros el beneplácito que siento, y el profundo compromiso que asumo, a partir del día de hoy, ante Su Santidad, en su carácter de Pastor Universal único de Ia Iglesia Católica en el mundo; y ante los diversos representantes de esa Santa Sede, como Embajador, pues profeso la fe católica, al igual que el 80 por ciento de la población venezolana.
 Santo Padre: Estoy muy consciente de que detento una triple responsabilidad, dimanante de un triple compromiso: como cabeza de la misión diplomática de la República Bolivariana de Venezuela ante la Santa Sede; como ciudadano venezolano; y como católico devoto, de trabajar junto con los dignísimos representantes de este Estado para lograr el establecimiento y consolidación de estrechas y buenas relaciones, como me lo ha encomendado el Señor Presidente, señor Hugo Rafael Chávez Frías, quien se suma a la Iglesia Católica en sus motivaciones para luchar contra la pobreza, por la defensa de los derechos humanos y por la mayor protección y dignificación de los marginados y sectores más desposeídos de la sociedad.


Es prudente acotar que esta expresión de voluntad de trabajo conjunto y mancomunado es la ratificación de una meta que se ha mantenido a lo largo de la historia, superando las contingencias fortuitas pero corregibles que en algunos lamentables momentos parecieron ensombrecerlas. El eminentísimo, luminoso e inolvidable Cardenal José Humberto Quintero, dijo un dia: «Hasta el sol tiene manchas».

Como Embajador de la República Bolivariana de Venezuela, y como católico ferviente, os deseo, con la oración de la Iglesia, que «el Señor os conserve y os vivifique, y os haga feliz en la tierra», Santidad.







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