Viernes, 19
ago (RV).- Hoy hablaremos del esfuerzo cotidiano que todos nosotros, independientemente
de nuestra edad, raza, profesión o religión, hacemos por seguir adelante en nuestra
vida. Esfuerzos diarios que juntos se constituyen en nuestros más preciados sueños,
grandes o pequeños, pero que no se logran así no más. Y todo ello como parte de nuestro
aprendizaje personal y humano que nos lleva en definitiva a ser cada vez mejores humanos.
Bienvenidos a estas reflexiones en familia.
No cabe duda de que todo en la
vida tiene un precio y que entre más lejos aspiremos a llegar, mayor será el costo
en términos del esfuerzo requerido para lograrlo. Sin embargo, los afanes de triunfo
que han impuesto muchas de nuestras sociedades, han trivializado el esfuerzo, vendiendo
la idea de que las cosas se consiguen de manera rápida y fácil, lo cual hace que esté
desapareciendo, particularmente entre los jóvenes, el esfuerzo y la capacidad de lucha
en la lista de virtudes que se procura cultivar.
Dentro de esa filosofía de
lograr más haciendo menos y obtener todo a cambio de nada, se están formando las nuevas
generaciones. Su vida es cada vez más fácil: ya no tienen que hacer tareas a mano
porque para eso cuentan con un computador, ya no se ven obligados a caminar unas cuadras
porque sus padres los transportan de un lado para otro, ya no se desgastan investigando
temas complicados porque para eso está la Internet, y ya no deben responder por los
problemas en que se meten porque de eso se ocupan sus papás. Y así sucesivamente.
El avance de nuestras sociedades les está poniendo todo a la mano, fácil y rápido.
Lo
grave es que al facilitarles la vida a los hijos, en realidad se las estamos complicando.
Las perspectivas para el futuro, aun para quienes “lo tienen todo”, no son muy prometedoras
si no están muy bien equipados para arreglárselas en condiciones adversas como las
que tendremos que vivir. De tal manera que el viejo lema de “goce primero y pague
después”, no vale. En efecto, en primer lugar tienen que trabajar duro y aprender
a superar los escollos, a perseverar en sus proyectos e iniciativas ante las primeras
contrariedades, a crear sus oportunidades y a no sucumbir ante una puerta cerrada
sin decidirse a empujarla para que se abra. Sólo así podrán gozar luego de la dicha
que significa alcanzar sus sueños, dejando de lado las intrigas o favoritismos, para
tener como resultado su propio mérito.
Ascender es más difícil que descender,
pero son los caminos en ascenso los que nos llevan a la cima. Muchas veces los mismos
padres somos culpables de este facilismo de los jóvenes, pues hacemos todo por ellos,
les proporcionamos todos los medios, los presionamos para que lo hagan y si no conseguimos
resultados terminamos sus actividades por ellos. En realidad, es que en ocasiones
nos dejamos llevar más por los resultados obtenidos que por los procesos y esto es
realmente importante, pues muchas veces no se logran los sueños porque desertamos
fácilmente o porque intervienen muchos otros factores. Sin embargo, en el proceso
que se ha seguido se ve realmente el esfuerzo y el empeño puesto para lograr lo que
nos proponemos.
No podemos olvider que a la cima, determinada en logros y metas,
no necesariamente llegarán quienes están a la cabeza sino los que caminen con más
fuerza. Y así como la fuerza física se desarrolla haciendo mucho ejercicio, la fortaleza
interior se desarrolla esforzándonos para superar los desafíos que encontramos en
el trayecto hacia la cumbre.
El esfuerzo fortalece la voluntad, templa el carácter
y ennoblece el corazón. Y a la vez convierte los sueños en realizaciones y las buenas
intenciones en causas nobles. Pero, además, nos llena de esa profunda satisfacción
resultante de sentirnos capaces de superar el desafío de pasar por este mundo habiendo
dejado algo mejor de lo que encontramos.