Audiencia de Benedicto XVI con representantes de las comunidades musulmanas en Alemania
Sábado, 20 ago (RV).- Benedicto XVI ha mantenido esta tarde una audiencia en el arzobispado
de Colonia con los representantes de algunas comunidades musulmanas A su llegada el
Santo Padre ha sido recibido por el presidente de la Unión Turco- Islámica del Instituto
para las religiones (DITIB), Ridvan Cakir. El número de extranjeros en Alemania asciende
a los 7,3 millones de personas, es decir, el 8,9% de la población, de los cuales,
3,2 millones son musulmanes, proviniendo la mayor parte de Turquía (más de dos millones),
Bosnia (168.000), Irán (116.000), Marruecos (82.000), Afganistán (71.000) y Pakistán
(38.000) principalmente. A continuación les ofrecemos la trascripción del mensaje
que Benedicto XVI ha dirigido a los presentes:
Queridos amigos musulmanes:
Me es grato acogeros y dirigiros mi cordial saludo. Estoy aquí para encontrarme
con los jóvenes venidos de todas las partes de Europa y del mundo. Los jóvenes son
el futuro de la humanidad y la esperanza de las naciones. Mi querido predecesor, el
Papa Juan Pablo II, dijo un día a los jóvenes musulmanes reunidos en el estadio de
Casablanca, en Marruecos: «Los jóvenes pueden construir un futuro mejor si ponen en
primer lugar su fe en Dios y se empeñan en edificar con sabiduría y confianza un mundo
nuevo según el plan de Dios» (Insegnamenti, VIII/2, 1985, p. 500). Ésta es la perspectiva
desde la que me dirijo a vosotros, queridos amigos musulmanes, para compartir con
vosotros mis esperanzas y haceros partícipes de mis preocupaciones, en estos momentos
particularmente difíciles de la historia de nuestro tiempo.
Estoy seguro
de interpretar también vuestro pensamiento al subrayar, entre las preocupaciones,
la que nace de la constatación del difundido fenómeno de terrorismo. Continúan cometiéndose
en varias partes del mundo actos terroristas, que siembran muerte y destrucción, dejando
a muchos hermanos y hermanas nuestros en el llanto y la desesperación. Los que idean
y programan estos atentados demuestran querer envenenar nuestras relaciones, recurriendo
a todos los medios, incluso a la religión, para oponerse a los esfuerzos de convivencia
pacífica, leal y serena. El terrorismo, de cualquier origen que sea, es una opción
perversa y cruel, que desdeña el derecho sacrosanto a la vida y corroe los fundamentos
mismos de toda convivencia civil. Si conseguimos juntos extirpar de los corazones
el sentimiento de rencor, contrastar toda forma de intolerancia y oponernos a cada
manifestación de violencia, frenaremos la oleada de fanatismo cruel, que pone en peligro
la vida de tantas personas, obstaculizando el progreso de la paz en el mundo. La tarea
es ardua, pero no imposible. En efecto, el creyente sabe que puede contar, no obstante
su propia fragilidad, con la fuerza espiritual de la oración.
Queridos
amigos, estoy profundamente convencido de que hemos de afirmar, sin ceder a las presiones
negativas del entorno, los valores del respeto recíproco, de la solidaridad y de la
paz. La vida de cada ser humano es sagrada, tanto para los cristianos como para los
musulmanes. Tenemos un gran campo de acción en el que hemos de sentirnos unidos al
servicio de los valores morales fundamentales. La dignidad de la persona y la defensa
de los derechos que de tal dignidad se derivan deben ser el objetivo de todo proyecto
social y de todo esfuerzo por llevarlo a cabo. Éste es un mensaje confirmado de manera
inconfundible por la voz suave pero clara de la conciencia. Un mensaje que se ha de
escuchar y hacer escuchar: si cesara su eco en los corazones, el mundo estaría expuesto
a las tinieblas de una nueva barbarie. Sólo se puede encontrar una base de avenencia
reconociendo la centralidad de la persona, superando eventuales contraposiciones culturales
y neutralizando la fuerza destructora de las ideologías.
En el encuentro
que he tenido en abril con los Delegados de las Iglesias y Comunidades eclesiales
y con representantes de diversas Tradiciones religiosas, dije: «Os aseguro que la
Iglesia quiere seguir construyendo puentes de amistad con los seguidores de todas
las religiones, para buscar el verdadero bien de cada persona y de la sociedad entera»
(L’Osservatore Romano, 25 abril 2005, p. 4). La experiencia del pasado nos enseña
que el respeto mutuo y la comprensión no siempre han caracterizado las relaciones
entre cristianos y musulmanes. Cuántas páginas de historia dedicadas a las batallas
y las guerras emprendidas invocando, de una parte y de otra, el nombre de Dios, como
si combatir al enemigo y matar al adversario pudiera agradarle. El recuerdo de estos
tristes acontecimientos debería llenarnos de vergüenza, sabiendo bien cuántas atrocidades
se han cometido en nombre de la religión. La lección del pasado ha de servirnos para
evitar caer en los mismos errores. Nosotros queremos buscar las vías de la reconciliación
y aprender a vivir respetando cada uno la identidad del otro. La defensa de la libertad
religiosa, en este sentido, es un imperativo constante, y el respeto de las minorías
una señal indiscutible de verdadera civilización.
A este propósito, siempre
es oportuno recordar lo que los Padres del Concilio Vaticano II han dicho sobre las
relaciones con los musulmanes. «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes
que adoran al único Dios, vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, Creador
del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran
someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refiere
de buen grado [...]. Si bien en el transcurso de los siglos han surgido no pocas disensiones
y enemistades entre cristianos y musulmanes, el santo Sínodo exhorta a todos a que,
olvidando lo pasado, ejerzan sinceramente la comprensión mutua, defiendan y promuevan
juntos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los
hombres» (Declaración Nostra Aetate, n. 3).
Vosotros, estimados amigos, representáis
algunas Comunidades musulmanas en este País en que he nacido, estudiado y pasado una
buena parte de mi vida. Precisamente por eso deseaba encontraros. Guiáis a los creyentes
del Islam y los educáis en la fe musulmana. La enseñanza es el vehículo por el que
se comunican ideas y convicciones. La palabra es la vía maestra en la educación de
la mente. Tenéis, por tanto, una gran responsabilidad en la formación de las nuevas
generaciones. Juntos, cristianos y musulmanes, hemos de afrontar los numerosos desafíos
que nuestro tiempo nos plantea. No hay espacio para la apatía y el desinterés, y menos
aún para la parcialidad y el sectarismo. No podemos ceder al miedo ni al pesimismo.
Debemos más bien fomentar el optimismo y la esperanza. El diálogo interreligioso e
intercultural entre cristianos y musulmanes no puede reducirse a una opción temporánea.
En efecto, es una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro.
Los jóvenes, procedentes de tantas partes del mundo están aquí, en Colonia, como testigos
vivos de solidaridad, de hermandad y de amor. Ellos son la primicia de un alba nueva
para la humanidad. Os deseo de todo corazón, queridos amigos musulmanes, que el Dios
misericordioso y compasivo os proteja, os bendiga y os ilumine siempre. El Dios de
la paz conforte nuestros corazones, alimente nuestra esperanza y guíe nuestros pasos
por los caminos del mundo.